“Nací debajo de una mata de tabaco”, asintió este treintañero que recientemente vio compensado su esfuerzo cotidiano con el mayor reconocimiento a que aspira un cosechero de la solanácea: el Premio Hombre Habano en la categoría de producción.
Reynel Rojas Medina plantó en esta campaña 12 hectáreas de tapado, cinco de vega fina y 10 de segunda. Admite que los resultados de la anterior, en la que comenzó a realizar el beneficio en la escogida familiar, lo impulsaron a incrementar las áreas “porque salimos muy bien y todo el mundo está contento”.

Hace 10 años el padre puso en sus manos el liderazgo de la finca El Junco, y no cesa en la búsqueda de alternativas para modernizarla, adecuarla a las exigencias del cambio climático y dotarla de autonomía; los postes que sostienen el tapado en gran parte de su vega son de hormigón, resistentes a huracanes.
La escogida amplió el alcance social al ofrecer empleo a 30 mujeres, muchas residentes en la barriada a las afueras de la ciudad de Pinar del Río. Utilizan energía solar para la iluminación, con lo cual se evitan atrasos por interrupciones eléctricas.
Esa fuente de energía alimenta parte de la cura controlada que acelera el secado de la hoja y permite un estricto control sobre la humedad y temperatura, para que no pierdan calidad en el proceso.
La diversificación distingue a las tierras bajo su explotación. “Nos autoabastecemos de huevos, cerdos, carneros, por la facilidad que nos da el Grupo Empresarial TabaCuba de comprar la comida para animales; sembramos arroz, frijoles, viandas y preservamos el ganado que era de mi abuelo.
“Es un orgullo decir que más de 100 familias se alimentan de esta finca”, argumenta Reynel, y afirma que el mayor tesoro es que lo haya hecho un joven acompañado por otros de su edad, que son mayoría entre la fuerza de trabajo.
No oculta que el empeño en destacarse tenía como meta alcanzar el galardón de Hombre Habano, un título que prestigia a los cosecheros y solo posee un grupo selecto de vegueros cuya ejemplaridad constituye un referente para los agricultores. Es también una manera de honrar la tradición que le dio cuna.
Continuar siendo un baluarte de la estirpe tabacalera es propósito para este joven, quien espera convertir a El Junco en un destino turístico, que acercara a los visitantes a todo el ciclo productivo, paseos a caballo entre sembradíos esplendorosos, no solo de tabaco, lo cual será una genuina aproximación a la riqueza que anida en la ruralidad.
A los pinareños nos conocen por poseer la tierra en la que se cultiva el mejor tabaco del mundo, la belleza del valle de Viñales y una ingenuidad que nos coloca en la cima del choteo popular, en un país donde el humor germina con facilidad pasmosa; aunque aquí hay mucho más que una aromática hoja, encantadores paisajes y candidez humana.

Pinar del Río quedó al margen del interés de los conquistadores. Nuestras villas y ciudades no surgieron con la premura de otras donde los hispanos quisieron hacer florecer sus fortunas. El proceso de formación, lento y paulatino apuntó más a trabajadores que buscaron en la fertilidad del suelo maneras de sustento. De ellos heredamos la humildad, que algunos osan confundir con falta de talento, pero es confianza en el prójimo desprovista de malicia.
El progreso llegó con pachorra, sobre la tenacidad de los tabacaleros nos erguimos como referencia universal, con la sencillez del hombre de campo como talismán para alejarnos de manías de grandeza u otras utopías. Bien sabe el labriego que solo ungiendo de sudor el cultivo podrá coronar con éxito la cosecha.
Sembramos páginas gloriosas en la historia, la literatura, las ciencias, la arquitectura y el civismo. Beneficiarios de tanta dignidad, nacemos urgidos de alimentar la dimensión de nuestros ancestros, tamizando errores para hacer sitio a la prosperidad.
Por ese camino andamos, no sin tropiezos propiciados por yerros humanos y caprichos de la naturaleza, que nos han convertido en la provincia más azotada por huracanes en Cuba, y nos obliga una y otra vez a levantarnos entre escombros y desolación. Se necesita mucho espíritu emprendedor para no amedrentarse ante la magnitud del reto y este pueblo nunca lo ha hecho.
Con orgullo confiesa que fueron el abuelo y el padre quienes “le inocularon el veneno”. Así define a la pasión por el mar; permanencia constante en sus 44 años de vida transcurridos todos en el Consejo Popular La Coloma, de la ciudad capital.
Ariel Pino González presume de pertenecer a una familia de pescadores, forma parte de la tercera generación de hombres curtidos en la faena de adentrarse en el agua para arrebatarle los peces; y hay vanidad en la certeza de que su descendiente varón, al concluir el Servicio Militar, le seguirá los pasos.

“Esto viene de mi abuelo paterno, Jesús María Pino Alemán, a aquien todo el mundo le dice el lobo de mar, por una entrevista que le hicieron y lo llamaron así. Está vivo, ya cumplió 103, ¡un personaje!, tuvo 22 hijos, con dos mujeres, una aquí y la otra allí” —mueve las manos marcando una escasa distancia entre ellas para dar fe de la cercanía.
Lo más notorio, de esa abultada prole, es que 21 estuvieron vinculados a la industria pesquera; Ariel se forjó su propio camino cuando era un adolescente de 16 años. Trabajó haciendo artes de pesca, estuvo de aprendiz y ganaba solo 35 pesos, se formó como motorista y patrón, navegaba bajo las órdenes del padre en la embarcación Ferrocemento 331, que ahora él comanda.
Explica que el apego al oficio es como una adicción, aunque haya días malos en que se diga “esto está del carajo”, predomina el gusto por la cercanía al mar y resalta que solo se puede entrar en ella si los hombres que te acompañan son como familia y dejas a los tuyos seguros en casa.
Capturar especies de escamas es una tarea tortuosa y no es la prioridad en el actual contexto económico, ya que la Empresa Pesquera Industrial de La Coloma (Epicol) se define como una entidad langostera, rubro exportable. Sin embargo, buscaron alternativas para mantener activas todas las flotas.
“Son tiempos difíciles, pero el encadenamiento con las mipymes, que nos garantizan el combustible, nos permite seguir trabajando y salimos bien, somos seis hombres en el barco y vivimos de esto; entre todos aportamos para reforzar la alimentación de la tripulación, tenemos que cuidarnos, porque esto lleva fuerza, hay que estar sano para salir al mar”.
La esposa y madre de sus dos hijos —hembra y varón— le aguarda a cada retorno, una motivación para regresar a tierra. Asegura que, si volviera a nacer, sería pescador y si algún día la salud no le acompaña para bucear y ser un escamero, pues volvería a sus inicios fabricando jaulas, para seguir allí, cerca de la brisa y el sol de intensidad peculiar en el litoral.
Acerca del autor
Licenciada en Periodismo (1995 Universidad de Oriente). Trabajó como periodista en Tele Cristal (Holguín) hasta marzo del 2003, directora y guionista de televisión.
Periodista del semanario Guerrillero (Pinar del Río) desde mayo del 2003 hasta la actualidad, corresponsal del semanario Trabajadores en esa provincia desde septiembre del 2020.
Creadora audiovisual y cinematográfica independiente.