Un golpe brutal a nivel del cuello junto a un alud de puñetazos y patadas por todo el cuerpo, abrieron el umbral de otra vida para el santiaguero Radamés Larrea Aguilera.

A partir de aquella madrugada en que fue asaltado en plena calle, su existencia giró de ser un hombre activo y vital a depender de una silla de ruedas; de trabajador pasó a nómina de la asistencia social con mil 131 pesos; de hijo al pendiente a su nonagenaria madre ancló en el universo de los que necesitan ser cuidados.
Letisia Novo Santiesteban —profesora de la Universidad de Oriente (UO), e hija única a cargo de sus padres, uno de ellos senil, agresivo, encamado y con incontinencia— se debate entre lo que fue y lo que es.
Ayer iba a la peluquería, salía con amigas, participaba en eventos, leía libros, dormía… hoy cuida, cuida, cuida, y a puro pulmón mantiene su empleo, gracias a “la infinita e invaluable ayuda de jefes y compañeros”.
Ni Radamés ni Letisia han leído el Decreto Ley no. 109/2024 (Sistema Nacional para el Cuidado Integral a la Vida), él desconoce su existencia, ella escuchó “algo de eso” en la radio, pero lo que enfrentan en su día a día les deja claro que la realidad del cuidador-cuidado se torna difícil de sobrellevar.
Desde los afectos y desde el bolsillo
La Máster en Ciencias Larissa Turtós Carbonell, psicóloga de profesión y Profesora Auxiliar de la UO, con largo quehacer en investigaciones referidas a personas que reciben y que brindan cuidados, sostiene que “en la práctica todavía no se aprecian los impactos de esta norma jurídica, por lo menos en correspondencia con lo que las personas necesitan y desean, teniendo en cuenta además, el tiempo transcurrido desde su aprobación hasta la fecha.

“Pero sin duda es un paso de avance porque se ha visibilizado a los cuidadores”, una labor que “tiene que ver con amor, con las relaciones filiales, si bien resulta un trabajo más, desgastante, demandante, y casi nunca remunerado”.
Reconoce que no son pocos, en particular mujeres, los que tienen que dejar sus empleos formales para dedicarse a brindar cuidados, cuestión que “tendrá tendencia al incremento, a tono con los indicadores del envejecimiento poblacional y de la emigración”.
Ambos hechos desencadenan otra situación que apunta al alza: “El aumento de adultos mayores que cuidan a otros adultos mayores”.
A juicio de esta profesora, el qué, recogido en la generalidad de la resolución, ha de tener un cómo en otros cuerpos legales, y “difundir más su contenido, sin dejarlo a la espontaneidad”.
En ello se empeñan especialistas de la Dirección Provincial de Trabajo y Seguridad Social en Santiago de Cuba, junto a los de otros organismos, con el liderazgo del gobierno en el territorio.
Se han desarrollado seminarios y talleres de buenas prácticas en virtud de socializar acciones, “por lo sensible de la tarea y la necesidad de transformar maneras de hacer”, a decir de Yanet Aniuska Vichot González, coordinadora de programas y objetivos del gobierno provincial.
No obstante, involucrar a entidades que articulen acciones —tal cual es el espíritu del Sistema Nacional para el Cuidado Integral a la Vida— debe pasar más de lo dicho a lo hecho.
“¿Cuánto pueden hacer las secciones sindicales, por intermedio del Convenio Colectivo de Trabajo, en beneficio de sus afiliados con rol de cuidadores?”, se pregunta la psicóloga Turtós Carbonell. “Sin duda hay brechas que señalan a una disposición que está en el camino correcto, pero con un avance muy lento”, sentencia.
“Las escuelas de capacitación a cuidadores, instaladas a nivel de policlínicos, a veces ni funcionan, o no se adecuan a las rutinas de quienes ejercen cuidado, con horarios y tiempo limitados; personas con síndrome de Down, que sí pueden hacer muchas labores, casi no son empleados y terminan en sus hogares como apéndices de un cuidador (viceversa), generalmente la madre, que, por norma, deja de ser empleada remunerada para dedicarse a la atención del hijo”.
¿Quién cuida a quién?
Dimensiones sociales y económicas rondan en torno al binomio cuidador-cuidado. Estas últimas encuentran uno de sus cauces en el servicio de Asistencia Social a Domicilio.

“Según precisó Ariel Fonseca Quesada, viceministro de Trabajo y Seguridad Social, al intervenir recientemente en el programa Mesa Redonda, hay en el país cerca de 14 mil personas contratadas como tal.
La cifra pudiera ser mayor, a tenor con la pluralidad de situaciones existentes, pero su incremento depende de muchos factores. Algunos devienen freno, por lo menos así lo sienten dos santiagueros que buscan ser beneficiados con ese servicio, y que prefirieron el anonimato al narrar sus vivencias.
El primero, un jubilado a cargo de su único hijo, quien de súbito enfermó de cáncer y quedó impedido de caminar; la segunda, una profesional pluriempleada y al pendiente de una madre ciega y postrada.
Ambos se debaten hoy entre encontrar a la persona adecuada para ejercer como asistente, por un salario mensual de 2 mil 810 pesos, y el lograr completar los múltiples documentos que la trabajadora social de la comunidad solicita a fin de iniciar los trámites de aprobación para una cuidadora remunerada por la vía estatal.
Si a esta profesional le resulta inviable pagar de su bolsillo a alguien que cuide a su madre, el jubilado ni siquiera se detiene a pensar en esa opción, mucho menos acudir a una mipyme dedicada a brindar ese tipo de servicio (con tarifas de 8 mil pesos o más). Sus argumentos son los mismos: “no hay bolsillo para eso”.
Reconocido por expertos de Cuba y del mundo, tener en casa a alguien requerido de atenciones especiales es enfrentarse a un progresivo deterioro, físico y psicológico, agravado para los de este archipiélago al sumar otros lastres: falta de alimentos, de productos de aseo, medicinas, electricidad, transporte…
Las dimensiones de esa realidad las conoce bien la Doctora en Ciencias Psicológicas Aymara Reyes Saborit, dedicada por más de 20 años a investigar todo lo relacionado con la atención a pacientes con insuficiencia renal crónica.
A su juicio, el Sistema Nacional para el Cuidado Integral a la Vida todavía está en ciernes.
“No podemos desconocer la realidad económica por la que atraviesa el país, y tampoco necesidades como asesorías, fajas protectoras para columna y cintura, enseñanzas de buenas prácticas dirigidas al manejo del familiar, ayudas técnicas (sillas de ruedas y otras), paños desechables, hules…
Sin lugar a dudas, cuidar a otra persona es algo que cada vez más llega de súbito a la realidad de cientos de cubanos. La existencia de un decreto que propenda a mejorar y facilitar dicho proceso es la luz en el inicio del túnel, pero hace falta más lumbre a lo largo de él para llegar al final con la dignidad plena que merece la dupla cuidador-cuidado.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.