Al concluir las labores este miércoles en el parque solar fotovoltaico La Sabana, de Bayamo, resuenan las historias de trabajadores que dejaron allí una impronta
El “viejo roble” puede tener muchos significados más allá de lo que literalmente expresa: permanencia, sabiduría, coraza, tiempo.

Cargar entonces con ese apelativo es un orgullo para el bayamés Orestes Pacheco Rodríguez, pues sabe que ello incluye admiración y respeto.
Luego de un tiempo de descanso en casa por su condición de jubilado decidió regresar a las labores como técnico en la filial de Copextel Granma, lugar donde ha mostrado su empeño desde 2003.
Ahora, con 72 años de vida y muchísimo afán por realizar otros sueños, puso su inmenso grano de arena en el recién concluido parque solar fotovoltaico La Sabana, de la Ciudad del Himno, donde ejemplo y tesón estuvieron a la vista de todos.
“Allí comenzamos desde las raíces,- confiesa- luego participamos en el montaje de la estructura metálica y los paneles. Hemos trabajado bajo el abrazo extremo de la lluvia y el fango, y enfrentamos la dureza del sol que golpea el terreno”. Su voz es la de uno de los sostenes en el servicio técnico de computación en Granma y resuena con la sabiduría de un anciano y la fuerza de un joven.
En La Sabana, sus manos nudosas trabajaron con la precisión de un artesano, ajustando tornillos como si narrara una historia al mundo.
“Montar paneles se ha convertido en una coreografía”, dice, haciendo gala de su humor mientras recuerda su última caída en una zanja, un desliz que transforma en anécdota: “Nada grave, solo un rasponcito”, asegura, con una chispa en sus ojos.
Cada estructura que contribuye a erigir es un pilar en la poesía del parque solar. “Me despierto a las 4 de la mañana, preparo mi café, el desayuno de cada día, y luego camino hacia la parada del carro. Mi mujer, con amor, se queda encargada del hogar”.
-¿Cuánto tiempo de matrimonio?
-“No, esa cuenta la lleva ella; yo solo llevo mis herramientas”, sonríe
-¿Por qué seguir trabajando?
La respuesta late en su ser, profundo como las raíces del viejo roble. “No quiero vegetar”, confiesa, taladrando la razón en su voluntad.
Para Orestes, el acto de envejecer es un mito, un espejismo del tiempo. Prefiere ser la raíz que sostiene al árbol, no el tronco que se consume en el ocaso: “Mientras la salud me lo permita, seguiré en la pelea”, declara, firme y resuelto.