Nadie ha podido precisar dónde estuvo el primer vitral de La Habana ni en qué fecha fue construido; pero todos coinciden en que ese recurso, a medio camino entre el artista y el alarife, es uno de los legados arquitectónicos más hermosos del Centro Histórico de la capital cubana.

por el rayo multicolor del vitral o la luceta».
Cuentan que la tradición llegó de Europa, donde se utilizaba principalmente en construcciones religiosas. Acá ganó espacio en casonas y palacetes de uso doméstico construidos entre los siglos XVIII y XIX. Se colocaba para detener la fuerza del viento, y el ímpetu agresivo de la lluvia. También para atenuar la luz y recrear ambientes hasta convertirlos en esos espacios de fantasía tan caros al realismo mágico del Caribe.

El vidrio coloreado venía del extranjero, pero el diseño generalmente corría a cargo del arquitecto, el maestro de obra o el dueño de la casa. De fabricarlo se encargaban vidrieros, que cortaban y esmerilaban las piezas, y el carpintero, encargado de ranurar la madera e insertar los fragmentos de cristal para fijarnos con masilla. A esta antigua técnica se le conoce como embellotar, y fue la más utilizada en los vitrales coloniales.

«La vitralería colonial cubana, siempre espléndida en el mediopunto, (…) es única en el mundo. No existe una magia similar en ningún otro país», aseguró Rosa de la Terga Tabío (1935-2017), autora de algunos de los vitrales modernos de La Habana, como los del Hotel Raquel, la farmacia la Reunión (Droguería Sarrá) y Perfumería Habana 1791, en los que empleó la técnica del emplomado, muy utilizada años más tarde en Cuba.
Alejo Carpentier, acucioso intelectual y admirador de la arquitectura habanera, describió los vitrales como «enorme abanico de cristales abierto sobre la puerta interior, el patio, el vestíbulo»; mientras que para Eusebio Leal son «luz que proyecta la historia».
Deuda de gratitud
La exposición Vidrieras habaneras: luz & color, inaugurada en la Casa Leal el pasado jueves 13 de marzo, en conmemoración al Día del Arquitecto Cubano, permite apreciar la belleza de estos elementos tan distintivos de Centro Histórico.

La gestora de la muestra es Tatiana Fernández de los Santos, arquitecta que encontró en la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) el espacio ideal para desarrollar todo su potencial creativo; y en Eusebio Leal el mejor maestro-jefe.

La actual directora de la Empresa de Proyectos RESTAURA comenzó a laborar en la OHCH en el 1987, recién graduada en la Universidad Politécnica de Frunze, Kirguistán, entonces Unión Soviética: «Este ha sido mi único centro de trabajo. El Historiador Eusebio Leal me contagió de su pasión por el patrimonio y por el Centro Histórico. Tenía una forma muy peculiar de dirigir, enseñando siempre, desde la exigencia», confesó.

«En el 2012, organizamos una exposición fotográfica en la sede de RESTAURA (Cuba núm. 316) titulada S.O.S. Vidrieras cubanas. Buscábamos sensibilizar a ciudadanos y especialistas sobre la necesidad de recuperar los oficios que nos permitieran acometer la restauración y fabricación de vitrales. Además, alertábamos sobre el peligro en que se encontraban piezas valiosas. Exhibimos imágenes impactantes, como un aire acondicionado en el lugar donde antes hubo una vidriera o un amasijo de cables eléctricos pasando por entre cristales rotos.
»Algunos de esos vitrales ya no existen. Recuerdo una casa que tenía alrededor de diez, no le queda ninguno. Muy cerca de RESTAURA existía uno muy hermoso que tampoco está. El florecimiento de negocios privados en el Centro Histórico ha contribuido a revalorizar los vitrales, todos quieren tener uno.
»Aquella exposición cautivó a Leal, quien nos pidió que continuáramos con el tema. Mi esposo, Luis Matilla Rodríguez, ingeniero español y colaborador de la OHCH, compartía esa pasión conmigo. Propuso que los vitrales, símbolo de La Habana, podían convertirse en suvenir. Comenzó a reproducirlos a pequeña escala. El primero se lo regaló a Eusebio, luego otros tres. Le encantaban, los quería todos, estaba fascinado con aquellas piezas y nos pidió exhibirlas. Él estaba lejos de imaginar lo trabajoso que es hacer esas réplicas.
»Luis taladraba la madera con una sierrita pequeña. Reproducía el dibujo con la técnica del embellotado, luego pintaba el cristal de acuerdo al color original. Así completó 23 piezas, hasta que la queratitis ocular le impidió continuar. Algunas piezas quedaron inconclusas. La exposición se pospuso y tras la muerte de Leal se convirtió en una especie de deuda moral.
»Gracias a la colaboración internacional recibimos en RESTAURA una impresora 3D que, en pocas horas, fabrica lo que a Luis le toma 15 días. Con esta tecnología y la voluntad de cumplir la palabra empeñada, organizamos la muestra.
»La referencia que usamos para reproducir los vitrales fue una especie de inventario o álbum que comenzamos a llevar desde la década de los 90 del pasado siglo. Dondequiera que veía un vitral sacaba la cámara y tomaba la foto. En algunos casos los propietarios no me dejaban entrar para hacer la imagen a contraluz, que es como mejor se ven, pero igual tomaba nota.
»En aquel momento no teníamos teléfonos inteligentes ni cámaras digitales, así que esta especie de catálogo es de fotos analógicas, anotadas por el reverso con la fecha y el lugar donde fueron tomadas. Algunos de esos vitrales ya no existen, como el de San Ignacio 214. Lo retraté en 1994, era una vidriera preciosa. Otros, en cambio, se conservan muy bien, como las de una casa particular en la calle Reina, entre las cuales está la imagen de una carabela entrando a la bahía de La Habana».
La exposición Vidrieras habaneras: luz & color contiene más de cuarenta piezas, algunas de madera y vidrio, otras de plástico y acetato impreso a color. Cada vitral está acompañado por una ficha que indica su ubicación, si es de fachada o interior y su estado de conservación. Con esa información se conformó el catálogo.

La exhibición incluye vitrales del Museo de Arte Colonial, del restaurante El Patio, de la Casa de África, de la iglesia del Espíritu Santo, de la Casa de la Cultura en San Lázaro, y muchos más. En el montaje se utilizaron cajas de luces que permiten recrear esa función primaria de atenuar y colorear los rayos del sol.
«Nos hubiera gustado inaugurarla el pasado 16 de noviembre por el aniversario de la ciudad, pero no dio tiempo; así que escogimos el Día del Arquitecto Cubano (13 de marzo), en la Casa Leal. Esta muestra es un regalo a él, una ofrenda de respeto y agradecimiento por todo lo que nos enseñó.
»Como en la expo del 2012, el propósito es sensibilizar y llegar a los especialistas para que no desestimen estos elementos en el proceso de restauración. A veces, se desconoce su valor, pero hay ejemplos contemporáneos que demuestran cómo el juego de luces que ofrecen las vidrieras policromadas enriquece los ambientes.
»¿Por qué no reinterpretar los viejos vitrales a partir de los materiales disponibles? ¿Por qué ignorar este elemento típico de nuestra arquitectura? Es cierto que pueden complejizar una obra, quizás hasta encarece la inversión, como sucedió, por ejemplo, en el Palacio de los Condes de Jaruco (sede actual de la Dirección de Gestión Cultural de la OHCH), donde hubo que repetirlos pues la primera vez no quedaron bien. No obstante, vale la pena admirar esa fachada, realza en el entorno de la Plaza Vieja.
»En San Ignacio 414 tenemos otro rescate importante. Es un proyecto de vivienda culminado entre el 2008 y el 2009. Allí existe un vitral poco conocido pues da al patio interior. Es una recreación del que originalmente existía en el lugar. Durante el proceso de investigación para proyectar la restauración del inmueble encontramos una fotografía en el archivo del ya desaparecido Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (Cencrem). A partir de aquella imagen en blanco y negro dibujamos el vitral. Con los materiales disponibles diseñamos los colores e hicimos el encargo a la Escuela Taller. Por el camino los carpinteros y vidrieros nos propusieron simplificar las curvas para facilitar su factura, a lo cual accedimos. Hoy se le puede ver allí, precioso, es un ejemplo de que es posible.

En sus palabras a la exposición, Fernández de los Santos aseguró que «el tiempo no ha exterminado nuestras vidrieras. Muchas aún están en pie, a pesar de su deterioro o la indolencia. Aparentemente frágiles, su supervivencia indica que resisten mucho más de lo esperado. Es importante trabajar por su rescate y conservación, sensibilizar a los especialistas, educar a la ciudadanía en su importancia funcional, estética y patrimonial. Mucho ganaría nuestra arquitectura si multiplicáramos su posible utilización en los nuevos proyectos; y con ella, nosotros, la ciudad, todos».
Tal como refirió en nuestro encuentro, «para que una ciudad permanezca en la lista de Patrimonio de la Humanidad debe conservar su patrimonio y, dentro de él, sus diversas tipologías arquitectónicas y urbanísticas, por eso es importante capacitar a las personas en los oficios que permitan trabajar en la conservación y restauración. La OHCH ha hecho un trabajo importante en ese sentido, y debe continuar por ese camino».