—¡Señora, se le queda el vuelto! —reaccioné con una sonrisa y unas muchas gracias. Una situación diferente afloró a mi mente, con la suficiente carga emocional para ser motivo de este, más que comentario, un triste testimonio que obliga a reflexionar sobre la honestidad. Ese valor humano que no se compra ni aparece por arte de magia, pero que bien inculcado multiplica sus ramas y se desdobla en decencia, respeto, integridad, justicia, compostura, cortesía, urbanidad, decoro.
Por ello lo cualifican como la clave de las relaciones sociales. Concierne a niños, adolescentes y adultos. Aunque si estos últimos no la inducen y tampoco la practican…
Penosamente nos rodean múltiples muestras de la proliferación de antivalores y malos comportamientos. Los hay muy altisonantes, según los decibeles de los equipos o gargantas y asimismo están los solapados, que muchas veces quedan entre el perpetrador y la víctima, como le ocurrió hace poquitos días a Graciela, quien me dejó consternada al contarme lo que para cualquiera puede ser una tragedia signada por la deshonestidad.
Todo había comenzado horas antes al coincidir en la cola del cajero, del cual extrajo los últimos 400 pesos de su pensión como jubilada, que apenas frisa los mil 600 CUP. Cual moderna cucarachita Martina caminó hasta el puesto de viandas cercano donde poco podía escoger. Casi con timidez sacó el billete de 200, nuevecito, como para enmarcarlo, pero no, había que gastarlo en lo más perentorio.
Luego marchó hacia el mercado con su pequeña carga y la idea fija en la librita de malanga para el caldito vespertino. Sin embargo, cuando el tubérculo ya estaba en la jabita, su mano derecha rebuscaba inútilmente en el monedero. Los ojos se le agrandaron más de lo habitual, balbuceando se excusó y devolvió lo casi comprado. Pensó rápido. Retornó al puesto de marras y sobrevino el diá- logo con la dependienta.
-Mijita, parece que cuando te pagué ahorita se quedaron dos billetes de 200 unidos porque no encuentro el otro.
-No, señora. Mire a ver si se le cayó al piso o lo gastó en otra parte.
-No, mijita. De aquí fui para el mercado y al ir a pagar el monedero estaba vacío. Estoy segura porque hoy saqué lo que quedaba en la tarjeta -insistió Graciela esperando la respuesta que no llegó.
Así me contó indignada a la vez que decepcionada por la falta de honradez de aquella persona ante la que se sintió indefensa porque era una palabra contra la suya.
Tengo sobradas pruebas de la integridad de mi humilde amiga. Imparable a sus 78 años, siempre dispuesta a ayudar. No dudé, no dudo de ella. El error es de humanos, saber rectificar también. ¿Cuántas veces le han dado a usted el vuelto equivocado a su favor y lo ha devuelto? ¿Alguna vez entregó un billete de 50 por uno de 10, o uno de 500 por otro de 5? Lo he visto, me ha pasado. La diferencia para que la historia tenga feliz final está en la honestidad.
Me estimula mucho haber leído este trabajo suyo porque a mí me sucedió algo muy parecido en un puesto de viandas frente a dónde vivo, en Marianao. Yo le pagué al vendedor con un billete de 500 más un billete de 20 para que me devolviera 200 pesos y después de efectuar mi compra, no me quiso devolver los 200 pesos porque afirmó que yo no le di el billete de 500. Fue una situación muy desagradable y más para mí. Soy una jubilada de 84 años.