Por: María Victoria Valdés Rodda
Suelta las suelas de los zapatos en cada recorrido; a Ileana Bécquer Ferreira la función de cartero se aviene con su carácter, dispuesto a la colaboración y al buen trato. Aunque frente a mí declara con total sinceridad que el trabajo es muy duro, con un salario de espaldas a la situación económica actual y al esfuerzo realizado. Es cierto: con 2 660 pesos poco se puede hacer.
Esta mujer menuda, de 53 años de edad, carga una bolsa repleta de ejemplares de la prensa nacional, repartida según la suscripción de cada uno de los abonados atendidos. Al preguntarle acerca de la Revista BOHEMIA, nos subraya la gran aceptación pese a los atrasos. Por ejemplo, en los momentos de redactarse la presente semblanza, Ileana distribuye las correspondientes a abril-mayo. Asegura que tendría mayor demanda si se ofreciera en fecha. Solo puedo solidarizarme con los lectores, porque nuestro colectivo sufre igual desazón.
Volvamos al tema central: Ileana lleva cerca de 20 años en este quehacer, recorriendo diariamente alrededor de 10 kilómetros, cuyo punto cero empieza en el correo de Comunicaciones, Plaza de la Revolución. Aquí se impone una precisión: vive en Guanabo. Desde allí se traslada en guagua hasta la sede central, y entonces se encamina hacia el barrio de Nuevo Vedado, el cual conoce al dedillo. Es madrugadora; su tarea así lo exige, es imperativo de la encomienda: que el cliente tenga lo antes posible la prensa. También mientras más temprano el sol quema menos. Después en casa asume doble jornada. Por cierto, el hijo adolescente a veces la compaña en los periplos.
Llueve, truene o relampaguee, esta cubana nos acerca los acontecimientos nacionales e internacionales puntualmente, dado el personal sentido del deber. Ella es depositaria de un legado que tuvo los primeros pasos en Cuba en el siglo XVIII, a partir del Servicio de Correo Interior, establecido en marzo de 1756, por orden de un Real Decreto de agosto de 1754. A instancias del gobernador de la Isla, Francisco Cajigal de la Vega, y don Agustín Morell de Santa Cruz, arzobispo de La Habana, se autorizó la creación de una ruta postal nacional, con un viaje regular entre La Habana y Santiago de Cuba, y paradas en las ciudades de Guanabacoa, Matanzas, Santa Clara, Sancti Spíritus, Puerto Príncipe y Bayamo.
El Museo Postal de Cuba atesora esta y otras curiosidades, como los cuños utilizados por Máximo Gómez y Antonio Maceo, reflejos del sistema del correo insurgente durante la lucha independentista. Además, se encuentra un ejemplar del periódico El Tínima, transportado por los mambises desde Camagüey hasta Yaguajay. Sita en la planta baja del edificio del Ministerio de Informática y Comunicaciones, en la Plaza de la Revolución José Martí, el lugar nos hará aquilatar el justo valor de ser cartero.
Nuestro personaje está moldeado por la tradición. Con abnegado trabajo se adentra habitualmente en la comunidad, dejándonos una estela positiva, con una generosidad natural, casi anónima. He sido testigo de la permanente educación formal, dando los “buenos días” al trasladar la prensa, productos de correo, o pagos de la Seguridad Social. Se despide sonriente aun cuando siempre le falta tiempo, pues se la pasa corriendo como el “andarín Carvajal”. Sería bueno se le diera mejor atención a este sector ocupacional, con calzados cómodos, fuertes, y adecuados maletines, comprobado el hecho del bajo salario y la exorbitante inflación cotidiana. Tal circunstancia, en cambio, no frena la entrega profesional. Acciones favorables se han acometido en varias provincias, al entregarse medios de transportes ligeros, dígase bicicletas. De todas formas, esta reportera exhorta a las autoridades competentes a estar pendientes de las necesidades de un valioso colectivo, en aras de evitar la fluctuación laboral.
Ella, en particular, ha establecido un fuerte vínculo con la comunidad, donde todos quedamos satisfechos. Su humanismo la ha llevado a decisiones importantes: una vez por semana –sin remuneración alguna– ayuda a una anciana, entrañable gracias a esos itinerarios suyos. Al apreciar cierta indefensión de la señora, decidió tenderle la mano. Ileana refiere a modo de conclusión: Ser cartero es más que repartir periódicos; es compenetrarse con la gente y ser parte de un pedacito de nuestras vidas.