El cólera en el barrio del Cerro analizado por Carlos J. Finlay

El cólera en el barrio del Cerro analizado por Carlos J. Finlay

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El presente artículo rinde tributo al doctor Carlos J. Finlay y Barrés, el más ilustre de los científicos cubanos, en el 191 aniversario de su nacimiento el 3 de diciembre de 1833. De Finlay es bien conocido su descubrimiento del agente trasmisor de la fiebre amarilla, sin embargo, son menos referenciadas sus investigaciones y aportes en otras áreas de la ciencia. Del cólera morbo asiático —como se le llamaba en la época— también se ocupó el galeno. Esta enfermedad entró por primera vez a Cuba, procedente de los Estados Unidos, en 1833, precisamente el año en que nacía en Puerto Príncipe (actual Camagüey) el niño que después se convertiría en un médico eminente.

 

 

Doctor Carlos J. Finlay recién graduado de médico. Tomada del libro «Finlay. El hombre y la verdad científica» de José López Sánchez.

 

El cólera es una enfermedad infecciosa de curso epidémico, sumamente contagiosa, producida por el vibrión colérico, que en aquellos tiempos llevaba a la muerte tras un cuadro de continuas diarreas y la subsiguiente deshidratación. En 1865 Finlay publicó un artículo en los Anales de la Academia de Ciencias Médicas de La Habana, titulado El cólera y su tratamiento. Esta fue su primera publicación sobre el tema y luego realizó otras 8, es decir, 9 de las más de 250 que llevan su autoría. La última de estas publicaciones apareció en 1895, 30 años después, lo que evidencia su preocupación por la temible entidad.

Desde su primer artículo el galeno insistió en la diarrea como elemento premonitorio del cólera, lo cual representó una importante y valiosa contribución, útil no solo como alarma, sino también desde el punto de vista epidemiológico. Finlay ponderó muy positivamente el valor de este síntoma como indicador para el diagnóstico precoz y la acción terapéutica del médico.

Para completar sus investigaciones el científico realizó trabajos de campo en los propios territorios donde vivían los enfermos. Con verdadero rigor científico se dedicó a estudiar las poblaciones afectadas, incluyendo la localidad del Cerro, sitio donde moraba. Tuvo la primicia de aplicar el método epidemiológico poco tiempo después que lo hiciera, por primera vez en Londres, su creador el doctor John Snow al estudiar el brote de cólera de Golden Square, Soho.

En una carta escrita el 2 de junio de 1868, que dirigió al Diario de la Marina, Finlay da cuenta de las labores que llevó a cabo en esa población capitalina. La epístola no fue publicada debido a que la censura oficial estimó que era una crítica al Gobernador General y a las autoridades españolas que no habían sabido combatir la epidemia de cólera. Se mantuvo inédita hasta 1912 que apareció por primera vez en el tomo Trabajos selectos del Dr. Carlos J. Finlay.

En dicha esquela Finlay destaca las características topográficas excepcionales del barrio del Cerro, situado a mayor altura que los demás barrrios de La Habana, e insiste en que cada día hay un gran movimiento de personas entre el Cerro y otras localidades. Según el galeno, los dos primeros que enfermaron surgieron de los trabajadores que limpiaban los filtros de la zanja, a partir de los cuales sucedió un brote epidémico que afectó a 130 personas. Insistía Finlay en que los pobladores de la zona no hicieran uso del agua de la zanja ni para beber ni para preparar las comidas, ni tampoco en baños generales, mientras existiera la epidemia. En casos de necesidad debía tenerse la precaución de filtrar el agua antes de hacer uso de ella y mejor sería hervirla antes de filtrarla. Pero lo más acertado era proveerse de agua de lluvia o usar agua de pozo.

En aquellos momentos reinaba también la epidemia en Mazorra, muy cerca del río Almendares, por cuyo motivo Finlay recomendaba a la Junta Superior de Sanidad de la Isla de Cuba decretar una ordenanza sanitaria que no permitiera que los vecinos de esa localidad arrojaran el virus colérico en las aguas del río, lavando en él ropa u otros objetos contaminados, porque seguramente se arrastraría la causa morbosa hacia Puentes Grandes y a través de «Los Filtros», insuficientes para el caso, a la zanja y con ésta al Cerro y otros barrios de la Habana.

Los resultados de sus investigaciones Finlay los publicó en un artículo que ilustró a través de variables relacionadas con el nombre del paciente, el domicilio, la  fecha  de  la  infección,  el  resultado  —curado, fallecido, se desconoce—; a lo anterior se suman las distancias relativas de las casas a los diferentes ramales de la zanja. Este último rubro lo dividió en cuatro renglones: la zanja pasa por el interior o delante de la casa, la zanja se encuentra a menos de una cuadra y de fácil acceso, la zanja se encuentra entre uno y dos cuadras, o la zanja se encuentra a más de dos cuadras.

Entre los principales resultados analizados destacan que de 99 casas invadidas, 55 correspondían al grupo donde la zanja pasaba por el interior de la vivienda, 21 tenían la zanja a menos de una cuadra, 13 entre una y dos cuadras y 10 a más de dos cuadras.  El análisis de los datos realizados por el galeno, evidencian su capacidad investigativa y lo sitúan como pionero en el uso de las herramientas de la bioestadística. El valor epidemiológico de este trabajo es innegable, el cual acompañó con un plano donde señalaba los lugares en los que había comprobado la presencia de enfermos coléricos y sus relaciones con la zanja.

Del tratamiento defendía el uso de los medicamentos administrados en dosis muy repetidas, en cantidades pequeñas y con intervalos cortos; desechando los eméticos, los purgantes drásticos y sobre todo las sangrías. Asimismo, insistió en la realidad del peligro que significaban la zanja y sus ramales que atravesaban todo el barrio del Cerro, recibiendo en su curso cuantos objetos contaminados e inmundicias los vecinos arrojaban a sus aguas y que la policía no podía impedir.

 

Doctor Carlos J. Finlay (1833-1915). Tomada del libro «Finlay. El hombre y la verdad científica» de José López Sánchez.

 

 

Múltiples fueron las sesiones debates sobre el cólera en la Real Academia de las Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y en la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana, donde participó el científico cubano. Ante la denuncia de una nueva epidemia, Finlay demostró que ya tenía registrados casos aislados y advirtió que el peligro principal podría venir de los Estados Unidos, sobre todo de California, porque era la travesía más corta, al tomar el paso de Nueva Orleans. Finlay se anotó una importante victoria científica al señalar como principal medio de trasmisión el agua y no el aire.

Las discusiones científicas en la Academia se mantuvieron durante muchos años, algunos científicos defendían la trasmisión de la enfermedad por la atmósfera, la volatilidad del germen causal y que para que las aguas produjeran el cólera bastaba que estuviesen cargadas con materias orgánicas ordinarias. Finlay rechazó con vehemencia todas estas hipótesis, sosteniendo que era imprescindible que las aguas portaran el agente causal de la enfermedad; que la propagación no tenía lugar por el aire y que el cólera solo era trasmisible por medio de una sustancia específica contenida en las evacuaciones intestinales, en los vómitos y en el suero de la sangre de estos enfermos. Los aportes realizados al estudio del cólera hicieron crecer la figura del científico cubano Carlos J. Finlay y Barrés.

 

 

* Médico e Investigador histórico. Doctor en Ciencias Médicas. Académico Titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Neurocirujano del Hospital Provincial Clínico Quirúrgico Docente “Saturnino Lora”. Santiago de Cuba. Miembro de la Uneac, de la Unhic y de la Scjm.

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