Muy poco faltó para que el joven Popi nunca estudiara medicina. Enamorado de las Matemáticas y la Física, su deseo adolescente fue dedicarse a una de esas ciencias, algo que de haber ocurrido, le hubiera deparado el título de Buen Licenciado, pero de seguro no tendríamos la sabiduría, la impronta, del Doctor Jorge Caridad González Pérez, hoy Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
Leyenda de la medicina forense en la isla, lideró el equipo que localizó e identificó en Valle Grande, Bolivia, los restos mortales del Guerrillero Heroico Ernesto Che Guevara y de sus compañeros caídos en la gesta que encabezara en las selvas de ese país suramericano. “Fui a Bolivia por 21 días y permanecimos allí por 5 años y medio; de 36 guerrilleros encontramos 31, y de los restantes, solo parece posible uno: Jesús Suarez Gayol”, refiere.
Su memoria es asombrosa, de ahí la nitidez con que recuerda la visita que le hiciera al hogar el director de su Secundaria Básica al terminar sus estudios en esa escuela. “Para continuar estudios tenía que becarme y me informó que habían llegado dos o tres becas para el Preuniversitario en La Habana. Ya yo tenía en mi poder la planilla del Instituto Pedagógico Enrique José Varona para hacerme Profesor, pero decidí irme al Pre, porque yo quería una preparación más amplia, pero siempre con el deseo de las matemáticas y la física. Esa visita fue determinante en mi vida”.
Con 14 años llegó a La Habana, al Instituto Preuniversitario Carlos Marx. Atrás quedaba su Jovellanos natal, un pueblito matancero de gran arraigo religioso y conocido popularmente como Bemba; dejaba también en el terruño la mirada protectora de los padres, los amigos de la infancia ―los primeros en llamarle Popi, el nombre que nunca más lo ha abandonado―. Y guardaba en su mente, con mucho celo, los recuerdos de la madre sobre su segundo nombre.
“Somos dos hermanos, una hembra mayor y yo. Al salir mima embarazada de mi, papá no quería un nuevo hijo, pues decía que no había economía para nadie más. Mima le imploró a la Caridad del Cobre para poder tener su hijo. Papá accedió y mima en agradecimiento a su Virgen, me quiso poner Jorge de la Caridad, pero en el Registro Civil le dijeron que no, que solo podía ser Caridad. Como nací el día de San Jorge, me nombraron Jorge Caridad, aunque la mayoría de las personas tienden a llamarme como mi mamá quería”.
Periplo habanero, aún no concluido
La Habana, para él desconocida, de seguro le resultaba desafiante, tremenda. Con las muchas ventajas del mundo que se ponía en sus manos, tenía que abrirse paso. ¡Y lo logró!
Continuó como monitor de Física y Matemáticas; atendía las radio base de la escuela, y se las ingeniaba para animar los recesos del resto del estudiantado, casi siempre con los acordes musicales de la no olvidada Década Prodigiosa. No le pregunté, pero asumo que también fueron tiempos de sus primeros flechazos de Cupido.
“Era buen estudiante; pero nunca fui muy estudioso. Tenía facilidad para aprenderme las cosas y me caracterizaba por sacar buenas notas. Como en la beca había horarios para el estudio individual obligatorio, poco a poco entré en esa rutina y gané disciplina.
“Recuerdo con mucho cariño todo lo que significó para mí la escuela Carlos Marx, la independencia que logré, los amigos que creé ―algunos de ellos hoy personalidades―. Con los años volví a visitar la escuela, que ya pertenecía al Ministerio del Interior, para ofrecer conferencias a los alumnos. Incluso una de mis tres hijas, la cirujana, laboró allí como parte de los Servicios Médicos del Minint”.
El novio de la hermana de Jorge estudiaba medicina en el Instituto de Ciencias Médicas Victoria de Girón. “Quedaba cerca de Carlos Marx y lo visité. ¡Ahí empezó todo! Quedé impresionado con todo, con los laboratorios y me decidí entonces por la medicina”.
En 1969, con solo 17 años inicia estudios de medicina. “Luego de matricular, y sin entrar siquiera a las aulas, fuimos para la agricultura. Eran tiempos difíciles y trabajamos en el Combinado de Cítricos de Jaguey Grande, en Matanzas”, rememora.
Durante la carrera, al igual que en el Pre, fue un buen estudiante; “si no estudiabas, suspendías, y eso no era para mí”. A la vez era dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria y al graduarse ya sabía que se dedicaría a la medicina legal, una especialidad en aquel entonces entre las llamadas anémicas, ya que había muy pocos médicos dedicados a ella.
“Aunque todo el mundo quería ser neurocirujano, entonces yo tenía cierto interés por la siquiatría forense, la toxicología, los venenos, recuerda. Me gustaban las cosas de policías, y tenía cierta ventaja, pues como alumno me sabía muy bien esa materia, y a pesar de que no había mucha bibliografía, conocía el librito que existía.
“Nunca había ido ni al Instituto de Medicina Legal, pero había visto algunas películas y me imaginaba metido en asuntos de la investigación criminal. Incluso me informan del interés para una vez graduado como médico, fuera Profesor e hiciera el Doctorado en el Instituto de Medicina Legal de Humbolt, en Alemania, en la RDA.
Previo a irse al país europeo, hizo algunas incursiones en medicina legal. Pero allá le dicen que su Doctorado, que debía ser en toxicología, tenía que ser en Farmacología, no en el campo de la medicina legal.
Se disgustó mucho, y entró en un gran dilema, porque él quería la toxicología forense. Decidió venir para Cuba hacer la especialidad y después ya vería lo que haría. Se gradúa en 1981 y regresa a Alemania para hacer su Doctorado, ahora con el tema del alcohol en sangre ligado a los accidentes de tránsito.
Al culminar lo ubican como Profesor del Departamento Docente de Medicina Legal de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, labora en el Instituto de Medicina Legal; crea el Laboratorio de Toxicología Forense, y vincula sus estudios con casos de muerte violenta, con la investigación del alcohol con fines forenses.
“El médico forense es quien trasmite a las autoridades la interpretación de los asuntos médico legales vinculados al hecho. Yo soy médico legista, pues médico legal es el inscrito en el registro profesional de la salud. Mi título es Médico Legista, trabajamos con las leyes”, precisa.
¿En cuántos casos no habrá participado el Doctor Jorge Caridad González López? Entonces refiere algunos, entre ellos la primera vez que estuvo en una escena del crimen por disparo con arma de fuego, donde se dio cuenta que los asuntos forenses no eran tan sencillos como quizás creyó en algún momento.
“Hubo días en que estuve en 19 casos ―de ellos 5 o 6 por muerte violenta―. Aún no había Médico de Familia y cada vez que alguien moría en la casa teníamos que hacer el certificado de defunción.
“Aprendí más medicina legal y criminalística en Cuba, en la escena del crimen, que durante mi Doctorado. Allá aprendí el método científico, la disciplina para trabajar un caso en cuanto al proceso, a la seguridad en la toma de evidencias.
“Míre, hay muchos mitos sobre nuestro trabajo, pero nosotros también nos equivocamos y tenemos que ir palante y luego retroceder para llegar a la evidencia final que permite esclarecer.
Su primer caso notorio
“Mi primer caso notorio que llamó la atención en el plano médico legal, fue en 1982. Un caso de intoxicación por talio, un metal pesado, y también por bario. Era algo raro, con afectaciones para 16 personas de varias provincias, al punto que tuvimos que hacer incluso exhumaciones ―hubo 7 fallecidos―.
“Yo era muy joven, y a la vez estaba interesado en asuntos de intoxicaciones, de venenos, y casualmente me vinculé con ese caso en el hospital Calixto García. Pasé mucho trabajo, porque al principio no tuve ayuda. El asunto llegó hasta al Jefe de la Revolución, al Comandante en Jefe Fidel Castro, quien me envió un auto, no como estímulo, sino como un instrumento de trabajo ―me dijo―”.
Le pregunto por las virtudes que no pueden faltar a un médico forense. “La primera virtud de un médico legista es la honestidad. Usted tiene que decir las cosas como son, gústele a quien le guste, pésele a quien le pese. Con la verdad hay que llegar al final. Por supuesto, no puede faltar la ética, la preparación.
¿Algún hobby? La fotografía, pero no la fotografía social. A la mía yo le llamo fotografía laboral; es la que hago como parte de mi trabajo y siempre que puedo la asocio con el video. Me gusta mucho”.
¿Cuándo se va a quitar el bigote? pregunto. “Cuando vine de Alemania en 1978 no tenía bigote, pero a partir de ahí me dio por dejármelo. Y poco a poco aquello formó parte de mi identidad. Cuando asumí como Rector, comenté con mi esposa que cuando terminara esa tarea me lo quitaría, pues ya no era un bigote negro, sino canoso.
“Pero resulta que en dos o tres ocasiones con el General de Ejército, el compañero Raúl, en su oficina, él me dijo: ‘Oye bigotú’. Jaraneando me preguntaba si mi esposa no se ponía brava con mi bigote. Yo le dije que pensaba quitármelo y me dijo que cómo iba a hacer eso. Entonces me puse a pensar que si la imagen mía era con bigote, a esta altura de mi vida porqué quitármelo si todo mi pelo iba a continuar canoso. En verdad, ese es mi bigote. Si me lo quito, pierdo parte de mi identidad, aunque cuando la pandemia la gente me conocía aunque tuviera puesto el nasobuco.
Epílogo
Dirigió el Instituto Nacional de Medicina Legal y la Comisión de Salud y Deportes de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Rector del Instituto de Ciencias Médicas de La Habana, y hoy está al frente del Departamento de Docencia Médica del Ministerio de Salud Pública. ¿Dónde se ha sentido más satisfecho?
“Como mejor me siento es como médico legista. No lo dudo. Si hubiera podido elegir no hubiera hecho ninguna otra cosa que medicina forense. Pienso que el día en que termine mi labor de dirección me iré nuevamente a la escena del crimen, a los levantamientos, a sacar toda la información que pueda, porque en esta historia aprendí que los muertos hablan.