Lo juro. Caminar por esta ciudad es firmar la aventura en estado puro. Uno no sabe dónde van a estar las historias esperándote. Desde qué lugar remoto de la memoria se pondrá en acción el motor, que te impulsará a escribir o volar sobre un puñado de vivencias.
En la marcha algunas te llegan a conciencia. Se cuentan en bares o esquinas. Repletas de detalles mientras los narradores se limpian las gafas o vierten azúcar en el café.
Otros te llegan con timidez y en voz baja. Empiezan como pequeños cuentos, que han viajado tanto de boca en boca, hasta convertirse en fábulas gigantes de huellas propias.
Aquí la historia respira. Como la mejor pócima de encantamiento encuentra la ocasión propicia para dejarte, sí, con la boca abierta, como las mejores películas…
En los pocos días que llevo deambulando por la ciudad he convertido en lema aquello de que viajar despacio vale la pena.
¿Que por qué lo digo?, pues porque cuando más lento usted camina y observa, más cosas ve. ¡No le miento!…
Le revelo que este es un viaje sentimental. Una excavación a la memoria de la humanidad. A esa emoción de pertenencia y memoria que se puede experimentar en lugares en los que nunca uno ha estado y que por fin conquista.
En las próximas semanas descubriré centenares de paisajes estéticos. Muchos compuestos por estratos culturales de distintas épocas, estilos y filosofías.
Me comprometo a ser como un atleta instalado en la euforia del triunfo. Con un apetito insaciable por lo espiritual y al que se le escapa sin recato un suspiro de bienestar. Por favor, discúlpeme si he lucido ante usted como un aventurero loco, pero qué peligroso y acertado me resulta escribir desde la emoción…
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