Uno recorre la exposición de Manuel Mendive (La Habana, 1944) que exhibe el Museo Nacional de Bellas Artes y se sumerge en un mundo de ensoñaciones, de honda y al mismo tiempo diáfana poesía. Son las inconfundibles figuraciones de uno de los más significativos creadores de la historia reciente de las artes en Cuba. Mendive es un gran referente, eso está fuera de discusión. Ha sido capaz de articular una sólida poética, que tiende puentes a la sensibilidad popular honrando muchos de sus afluentes.
La muestra Pan con guayaba, una vida feliz, que ocupará hasta el mes de julio varios espacios del edificio de arte cubano, resume las constantes de un extraordinario itinerario creativo. Es un viaje a los orígenes, que evidencia un rico proceso de consolidación estética.
Criaturas prodigiosas: pájaros, deidades, mujeres y niños; vegetación pujante que parece danzar, y cientos de conchas y caracoles que remiten a mitos y leyendas, a un acervo religioso que tiene sus orígenes en la madre África y que encontró lírica concreción en estas tierras. Es el arte de Mendive, pleno y sugerente.
El título ofrece muchas pistas. Evoca los años en los que el niño que fue Mendive iba atesorando las experiencias, las imágenes que luego devolvería en creaciones maravillosas. A ese niño le encantaba el pan con dulce de guayaba. El Mendive de hoy sigue apostando por la felicidad de las pequeñas cosas. La realización personal es uno de los pilares de su visión del universo.