¡Cuántos bríos, patriotismo, sueños y esperanzas inundaron los corazones de los hombres que al grito de Independencia o Muerte se lanzaron a la lucha aquel 24 de febrero de 1895! Estaban previstos alzamientos simultáneos y según los historiadores en aquella primera jornada se produjeron alrededor de treinta y cinco.
“Mover un país, por pequeño que sea, es obra de gigantes. Y quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento, o de paciencia, no debe emprenderla”, así dijo José Martí que durante años se dio a la tarea de preparar esa obra y a los llamados a protagonizarla.
Para ello desplegó una colosal batalla ideológica contra las corrientes opuestas al independentismo, y una formidable prédica unitaria que cristalizó con la creación del Partido Revolucionario Cubano, en el que juntó a los veteranos y a los pinos nuevos en el objetivo común de arrancar a la Mayor de las Antillas del yugo del colonialismo español.
Pero la contienda, reconocida como una nueva etapa de la lucha armada por la liberación nacional que superaba “la época de acomodo, ya vencida, entre los componentes heterogéneos de la nación cubana” no reducía su actividad al aspecto militar, como se señaló en el Manifiesto de Montecristi, su documento programático.
Aspiraba a la creación de una república justa, diferente a las “feudales o teóricas” de Latinoamérica que habían cometido el error de “ajustar sus realidades a moldes extranjeros ajenos”, y es que tenía como propósito para Cuba que “desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viales y de sí propias nacidas”.
Además, la guerra tenía un carácter internacional, marcadamente latinoamericanista y de signo antimperialista. Martí la había concebido como “breve y directa como el rayo” con el fin de evitar a tiempo que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos. Por eso el Manifiesto la calificó como un suceso de gran alcance para el trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo, tan formidables y profundos eran sus alcances.
Aunque no pudo lograr sus propósitos por la intervención de Estados Unidos, se ha afirmado con razón que con ella se había producido un trascendental salto cultural y espiritual en el pueblo cubano, que consolidó su identidad y aceleró el proceso de formación nacional. “Una revolución no es un acontecimiento sencillo en la historia de un pueblo. Una revolución es un hecho complejo y difícil y que tiene, además, la virtud de ser una gran maestra, porque nos va enseñando sobre la marcha, y sobre la marcha va fortaleciendo la conciencia del pueblo, y sobre la marcha nos va enseñando qué es una revolución”, expresó el Comandante en Jefe.
La nueva hornada de revolucionarios que en los años 50 del siglo pasado retomó la obra inconclusa del Héroe de Dos Ríos, aprendió mucho de las gestas independentistas y especialmente de la bien llamada Guerra de Martí. Se nutrieron de sus valores: ética, patriotismo, perseverancia, intransigencia, heroísmo, espíritu de sacrificio, capacidad de sobreponerse a los reveses…
Del mismo modo que los patriotas del 95 no se sintieron derrotados tras el fracaso del Plan de la Fernandina, los nuevos mambises encabezados por Fidel no se dejaron intimidar por las persecuciones en el exilio mexicano ni con el descalabro sufrido después del desembarco del yate Granma.
Al igual que sus antecesores, los integrantes del Ejército Rebelde se enfrentaron decididamente a un adversario muy superior en hombres y armamentos, aprendieron de las experiencias guerrilleras de los mambises y de sus eficaces tácticas de combate, como la Invasión de Oriente a Occidente reeditada en el siglo XX por el Che y Camilo.
Una gran lección que dejó la lid del 95 fue su alerta acerca de las ambiciones imperialistas hacia Cuba, que infortunadamente se vieron confirmadas al transformarse la antigua colonia española en neocolonia de Estados Unidos. No obstante le mostraron el camino a seguir a quienes tras obtener la victoria en enero de 1959 se dispusieron a hacer realidad la república soñada por aquellos patriotas, libre de ataduras extranjeras, soberana y justa, aunque el enfrentamiento al Norte revuelto y brutal lo transformara en una poderosa y permanente amenaza.
Desde entonces, el grito de Independencia o Muerte lanzado aquel 24 de febrero se convirtió en Patria o Muerte, porque perder la patria significaría el fin de la existencia de Cuba como nación. Y la convicción de que Venceremos se sustenta en una contundente enseñanza de Martí que adquiere particular vigencia en estos tiempos de recrudecimiento de la agresividad imperial: “A un plan obedece nuestro enemigo: el de enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan; enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo… Plan contra plan”.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …