Corría el año 1980. Se celebrarían en Moscú, capital de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) los XXII Juegos Olímpicos. La Central de Trabajadores de Cuba me había conferido la condición de Vanguardia Nacional del Sindicato de Trabajadores de la Educación y fui invitada a participar en ellos, junto a otros destacados cubanos.
Días antes del acto central por el 26 de Julio de ese año me comunicó el secretario general del sindicato que había sido seleccionada para recibir en Ciego de Ávila de manos de Fidel la medalla Jesús Menéndez Larrondo, a propuesta del Secretariado Nacional de la CTC.
Debía decidir entre asistir a los Juegos Olímpicos de Moscú o al acto por el Día de la Rebeldía Nacional y mi respuesta no se hizo esperar: “voy al acto. Eso ni se pregunta”.
Finalmente, después de vivir esa inolvidable experiencia junto a nuestro invicto Comandante en Jefe, pude asistir a Moscú a presenciar los Juegos Olímpicos. Fueron días de inmensa alegría, de tensiones y muchos nervios cada vez que competía uno de nuestros atletas. Pero nada se compara con ver boxear a nuestro campeón olímpico y mundial Teófilo Stevenson Lawrence.
Estaba muy emocionada. Llevaba la bandera cubana. En todo momento gritaba: Stevenson, noquéalo. Todos los cubanos allí presentes sentíamos mucho orgullo por nuestro atleta. Conocíamos su historial, que le hizo merecedor de la denominación: «el hombre de la derecha de hierro». Y no nos defraudó. Ese día demostró su estirpe de boxeador olímpico. Alcanzó su tercera presea dorada, convirtiéndose en el segundo hombre del mundo en realizar tal hazaña y el primero en lograrlo en una misma división.
El hecho me hizo recordar a nuestro entrañable José Ramón Fernández Álvarez, Presidente de Honor del Comité Olímpico Cubano, quien fuera ministro de Educación por aquellos días y que en diciembre de 1979 había presidido el acto central por el Día del Educador en el Círculo Social Obrero Gerardo Abreu Fontán, en La Habana, donde me había hecho entrega del certificado de Vanguardia Nacional.
Recordé que al finalizar dicho acto se dirigió a todos los condecorados y nos invitó a la sede del Ministerio de Educación, explicando que nos tenía una sorpresa. Nos preguntábamos qué podría ser. Todos imaginábamos cosas diferentes.
Al llegar al Ministerio nos condujeron a su oficina. Con modestia nos habló de su pasión por el deporte y nos contó que atesoraba una de las mayores colecciones de peleas de Stevenson y quería compartirla con nosotros. Fue fabuloso.
Luego comentábamos cómo nos marcó que un ministro, un hombre de formación militar, un estratega que tuvo tan brillante actuación durante los heroicos combates de Playa Girón, fuese un apasionado del deporte. Su sencillez nos conmovió.
Años más tarde lo vimos seguir aportando a su pueblo y su Revolución desde otras misiones, pero siempre fiel a la educación y al deporte. Fue vicepresidente del Consejo de Ministros, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Gozó del prestigio y el amor del amplio gremio de los trabajadores de la enseñanza y el deporte, cuyos intereses defendió hasta su muerte.
Siempre admiró a Stevenson, uno de los atletas cubanos más laureados, querido y respetado no solo por su talento deportivo sino también por su compromiso con el pueblo y las cuatro letras que honró, y nunca traicionó a pesar de las cuantiosas sumas de dinero que le fueron ofrecidas. Y sobre lo cual expresó: “…Prefiero el cariño de 8 millones de cubanos. Y no cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que me puedan ofrecer…”
El gigante tunero, de Cuba y del mundo; y el Gallego Fernández, de Santiago y de Cuba se juntan en la historia por sus hermosas páginas de entrega al deporte cubano y por el amor a su patria y a su bandera. Se han convertido en ídolos de millones de cubanos, que los recordaremos siempre como lo que son ejemplos a seguir de dedicacion, sencillez, fidelidad y compromiso.
¡Gloria eterna a Stevenson y José Ramón Fernández!