La reciente inclusión del tema Hacha, de Bebeshito, en la gala del Lucasnómetro, generó reacciones en las redes y los medios de comunicación, después de la transmisión del espectáculo por la Televisión Cubana.
Se ha avivado una vez más esa polémica permanente acerca de la legitimación, en espacios televisivos, de ciertas expresiones que muchos espectadores consideran de mal gusto, de escaso vuelo estético… y lo que es incluso peor: agresivas, sexistas…
Convendría distinguir entre lo que es popular —y hay bastante populismo bajo esa denominación— y lo que tiene valores, calidad, contundencia ética y estética… A veces hay coincidencias. A veces no.
Y convendría también dejar establecido que el concepto de lo popular está marcado por varias consideraciones: popular para quién, popular en qué medida.
Puede que el mencionado tema haya movilizado a miles de bailadores, y en la propia gala se vio a mucha gente coreándolo, pero a todas luces fue un error incluirlo en el espectáculo, socializarlo por la televisión abierta. Porque al incluirlo, atendiendo a las lógicas de “lo más popular” que se suelen manejar en tantas listas de éxitos, se legitimaron posiciones, actitudes ante la vida, proyecciones… que Lucas en definitiva no comparte, no puede compartir atendiendo su apuesta permanente por lo mejor del videoclip cubano.
La dirección de ese proyecto ha asumido la responsabilidad, y se realizaron análisis sobre las implicaciones de un hecho que motivó no pocas manifestaciones de rechazo. La Televisión Cubana ofreció públicamente disculpas a los televidentes.
Ahora bien, sería bueno que el suceso llamara la atención sobre procesos de jerarquización, incluso de decantación, en la música y el audiovisual que son indispensables en los medios de comunicación.
Una persona, ya sea un director o un asesor, no puede asumir sola la responsabilidad de qué video se transmite y cuál no se transmite en la Televisión Cubana.
Una persona, dos personas se pueden equivocar. Tienen que consolidarse comisiones funcionales, integradoras, para decidir qué es sencillamente improcedente ante el cúmulo abrumador de propuestas que llega a la televisión.
Y las pautas para ese análisis no pueden ser “me gusta” o “no me gusta”; es necesario que se esgriman argumentos, y se decida a partir de un debate serio.
La disfuncionalidad de muchas de esas instancias ha quedado demostrada: el tema que hizo sonar las alarmas hacía rato se estaba radiando en todas las provincias del país.
Vivimos una crisis de referentes. La televisión tiene que ser un referente. De calidad, de civilidad, de educación, de valores… Y eso, por supuesto, no significa darle la espalda a eso que algunos llaman el gusto popular. Significa que hay que incidir en ese gusto… sin imposiciones, con propuestas.
Y excelentes propuestas hay. En cada una de las entregas de Lucas se hace evidente.
Prohibir es un sinsentido, y más ahora, cuando los esquemas de socialización y consumo de la creación artística —y por supuesto, también la pseudoartística— se han multiplicado.
Quizás este tema “funcione” en otros ámbitos, pero a una televisión pública y abierta le corresponde jerarquizar, escoger, distinguir… Y esa, más allá de errores puntuales, es también la vocación de un proyecto como Lucas, que ha sido plataforma para el auténtico arte del videoclip.