Con el propósito de renovar sus nexos con África, el presidente francés Emmanuel Macron realizó una gira por tres países que culminó en abucheos y reprimendas públicas que dejaron claro el despertar de un continente que Europa colonizó y ha expoliado a su antojo durante siglos.
El periplo hecho del 2 al 5 de marzo fue la decimoctava visita de Emmanuel Macron al continente africano desde el año 2017. El propósito público era renovar las relaciones con la región, especialmente con Gabón, Angola y República del Congo, e inaugurar una nueva era de nexos basados en la cooperación.
La intención solapada fue apaciguar el creciente sentimiento antifrancés en África, sembrado desde el colonialismo y potenciado por el proceder de su ejército en la reciente guerra contra el terrorismo.
“Medir nuestra influencia a través de una serie de operaciones militares, descansar en vínculos exclusivos y privilegiados con ciertos líderes, o considerar que ciertos mercados económicos son legítimamente nuestros porque estuvimos allí antes, son cosas del pasado”, dijo Macron. Pocos le creyeron.
El Presidente galo y su equipo fueron prudentes al definir la agenda del periplo. Eludieron, por ejemplo, visitar Mali o Burkina Faso, dos naciones que, a pesar de las tensiones internas que viven, han dejado claro que no pondrán la otra mejilla a quien la ofende.
El pasado año (2022) Francia anunció el repliegue de sus efectivos militares de Mali, República Centroafricana y Burkina Faso, aunque más de 3 mil soldados permanecen en Senegal, Costa de Marfil, Gabón y Yibuti, según cifras oficiales citadas por la agencia France 24.
Esta operación es parte de la nueva estrategia militar anunciada por Macron en la que, según lo escrito, las tropas francesas solo estarán vinculadas al entrenamiento y equipamiento de países aliados; tendrán menos activos galos en las bases militares emplazadas en la región; y la administración de estas instalaciones será compartida con las naciones anfitrionas.
Es, sin duda, un intento por lavar el sucio rostro de la exmetrópoli en África; pero la vocación colonialista del Gobierno francés está en su información genética, es difícil disimularla, por eso el pasado 28 de enero el ministro de Relaciones Exteriores Jean-Yves Le Drian dijo que las autoridades de transición de Mali son “ilegítimas” y están “fuera de control”.
El comentario se sumó a desencuentros anteriores acerca de la misión militar francesa en el Sahel. La protesta local no se hizo esperar y el embajador francés Joër Meyer fue expulsado del país.
La región del Sahel, también conocida como cinturón del hambre, es una extensa zona de unos 6 mil kilómetros que va de costa a costa y abarca territorios de Senegal, Gambia, Mauritania, Guinea, Mali, Burkina Faso, Níger, Chad, Camerún y Nigeria. Su historia está marcada por el Islam, que llegó a la región en el siglo VIII y se convirtió en la religión principal.
Francia mantiene tropas en el Sahel desde el 2013, cuando el entonces Gobierno maliense pidió ayuda frente a la amenaza de grupos yihadistas.
En realidad, fue el regreso galo a una zona que ocuparon en 1892, cuando fundaron allí la federación del África Occidental Francesa que existió hasta 1960, cuando los malienses crearon un estado independiente, que no pudo evitar que la exmetrópoli continuara explotando los recursos naturales de la región.
La historia de una gobernanza gala de mano dura, de masacres a los pueblos originarios y de limpieza étnica quedó en la memoria popular maliense y ahora pasa factura.
En general, el continente africano resulta una presa clave para el apetito imperial debido a sus importantes recursos humanos, naturales y materias primas, incluidos el cobalto y el litio, cruciales para el cambio en la matriz energética que está en camino. También porque lo integran medio centenar de naciones que pueden oponer una resistencia en bloque en escenarios internacionales como las Naciones Unidas.
África ha despertado. Expertos avizoran que el XXI será su siglo.