Buena parte del público cubano, dentro e incluso fuera del país, espera todos los años las dos temporadas de la teleserie Tras la huella. En invierno y en verano la Televisión Cubana estrena nuevos capítulos de una producción que ocupa el horario estelar de los domingos después del Noticiero en Cubavisión: es desde hace tiempo la hora del policiaco nacional. Y millones de cubanos (lo refieren los estudios de teleaudiencia) escogen esa opción. Se trata de uno de los más populares espacios televisivos en Cuba, independientemente de las variaciones del gusto, de la satisfacción ante las propuestas puntuales.
Lo cierto es que mucha gente ve Tras la huella (es en alguna medida el público cautivo de series anteriores, como Día y noche), pero no siempre comulga con lo que se ve. Y tiene que ver con los altibajos en la calidad de este policiaco. Hay evidentes desniveles en la realización, en la concepción de los guiones, en la factura de los unitarios y miniseries. Unos convencen, otros dejan mucho que desear.
Influye el hecho de que se alternen guionistas y directores. Influye, pero no debería determinar. Porque esa alternancia es una práctica internacional (ha demostrado su funcionalidad) y habría que concretar estándares de calidad que asumieran, que honraran todos los equipos de la teleserie.
Los actuales esquemas de producción de Tras la huella no parecen estar a la altura de ese desafío. Fácil es decirlo, lo complicado sería amoldarlos a las demandas de un género que más allá de las peculiaridades del contexto (las marcas del policiaco cubano: profiláctico, orientativo) tiene códigos universales.
Hace falta creatividad, pero también hace falta más conciencia de la naturaleza del policiaco como ente dramático.
Muchos de los casos de Tras la huella (todos inspirados en la vida real) están contados a la manera de un expediente policial. No hay intriga, no hay suspenso. El espectador debe conformarse con una sucesión de peripecias que redundan en la mera acumulación de datos sobre la labor de los investigadores. Suele acechar el peligro del didactismo, la simplificación de tramas y caracteres.
Los mejores capítulos son precisamente los que siguen en alguna medida los presupuestos del policiaco de toda la vida: la solución de un enigma, la contraposición de intereses, la emoción del suceso.
Todo eso se puede lograr sin desatender la tan llevada y traída “función social” del espacio. Concebir y articular desde un claro sistema de valores es la garantía ante las concesiones populistas.
Bastante se ha hablado de la caracterización de los personajes principales y los circunstanciales. Se suele pedir más matices, más “humanidad”. El propio empeño de los actores ha salvado muchas veces escollos de los guiones, o carencias en la concepción de sus roles.
Una serie de largo aliento plantea la necesidad de una coherencia esencial que no siempre se ha respetado. Al menos a estas alturas los investigadores no son los personajes esquemáticos de las primeras entregas de la serie, hace varios años. Pero aquí también hace falta consolidar pautas para guionistas y directores. La responsabilidad de hacer creíble un personaje no es solo del actor.
Heredera de una tradición, Tras la huella tiene todavía potencialidades insuficientemente exploradas. El público busca una recreación cercana de su realidad, y eso es una ventaja para la teleserie en la inevitable competencia con propuestas extranjeras. La logística incide mucho, no bastan las buenas intenciones o incluso el talento. Un policiaco cuesta. Pero hay que seguir apostando por un policiaco nuestro. Y siempre mejor.