En las ruinas del cafetal Angerona, todo tiene un significado para Reinaldo Barbón Rodríguez. Cada ladrillo transpira siglos; los árboles y flores son parte de la hermosa historia de amor de la que fueron protagonistas el alemán Cornelio Souchay y la haitiana Úrsula Lambert. Inspirado en ese pasaje, hace apenas unos años, este hombre, geólogo de formación, lo convirtió en una novela titulada: La virtud del silencio.
Natural de Cayajabos, en la provincia de Artemisa, Reinaldo confiesa que siempre sintió una predilección por ese espacio que enorgullece a sus coterráneos y que tanto interés despierta en visitantes nacionales y extranjeros.
Sin embargo, no pensó nunca que su vida laboral estuviera en algún momento tan vinculada con ese sitio, que ahora considera su segunda casa. Recuerda su infancia como una etapa muy “feliz en medio de la pobreza. Éramos 14 hermanos, hubo un momento en que había un solo par de zapatos y lo compartíamos entre cuatro; o sea, se guardaba para situaciones especiales, como la visita a un médico. Ese día, el que lo requería, se lo ponía. Mi papá, Juan, era el barbero del barrio, y la gente casi nunca tenía dinero para pagarle”, rememora este artemiseño, que en noviembre cumplirá 67 años de edad.
Su terruño despierta amor y añoranza. “Mi pueblo está situado donde nace la Sierra del Rosario, es parte montaña y también llanura. De pequeños éramos una tropa que se bañaba en los ríos, cazaba pájaros, se subía a los árboles a buscar frutas y visitaba las cavernas de los alrededores.
“También leía mucho. Mi mamá, Gloria Rodríguez, ama de casa, era muy inteligente. Nos inculcó el hábito de leer. Recuerdo quedespués del triunfo de la Revolución, cuando mi hermano mayor, Roberto, comenzó a estar vinculado con el trabajo en la CTC en Cabañas y Guanajay, nos traía revistas y libros, que estimábamos mucho. Así fue la vida en Cayajabos”, apunta.
Geólogo a pie de obra
La geología, esa ciencia “que estudia la composición y estructura, tanto interna como superficial del planeta Tierra, y los procesos por los cuales ha ido evolucionando a lo largo del tiempo geológico”, despertó la vocación de Reinaldo y al concluir en 1976 la enseñanza en el entonces Instituto Preuniversitario Batalla del Molino del Rey, optó por esa especialidad, la cual estudió en la que fuera la Facultad de Tecnología y Minas, ubicada en Minas de Matahambre, en Pinar del Río. Ahí se graduó como ingeniero en 1982.
“En el Pan de Guajaibón, en Bahía Honda, formé parte de una expedición geológica integrada por especialistas soviéticos y cubanos, que laboró en la búsqueda de yacimientos metálicos y no metálicos, desde Viñales hasta los límites de Matanzas. Evaluábamos todas las potencialidades de recursos minerales que tenía la región”, acota.
Con el llamado Período Especial, a inicios de la década del 90 del pasado siglo, comenzó a trabajar en la mina Júcaro, de la cual se extraía cobre que se exportaba a Europa. “De especialista pasé a ingeniero principal y más tarde, fui su director, hasta 1997, en que la mina cerró. Posteriormente, me desempeñé en otras funciones”.
Un momento importante en su vida fue el año 2007, en que partió a cumplir misión en la República Bolivariana de Venezuela, donde fungió como asesor del Instituto Nacional de Geología y Minería del hermano país.
“Permanecí en el estado Bolívar, al frente de un proyecto de búsqueda y exploración de yacimientos de oro. Ahí trabajamos mucho, y tuvimos resultado: descubrimos valiosas vetas de oro”.
De nuevo en Cuba
Al regresar en el 2011 a Cuba, la enfermedad de uno de sus hijos, lo hizo reflexionar sobre la necesidad de buscar un trabajo más cercano al hogar. “Dejé la geología y comencé a laborar en la empresa de Flora y Fauna, en Artemisa. Lo primero que hice fue hacer guardias nocturnas. Eso me daba oportunidad de apoyar a mi esposa en el cuidado de mi hijo, y también de leer. Estuve en esa faena poco tiempo, unos seis meses.
“Me ofrecieron trabajar como técnico guía de las ruinas del cafetal Angerona, Monumento Nacional. La propuesta me encantó, pero significó un reto, pues, aunque conocía la historia, debía profundizar en los detalles. Hice muchas relaciones con el personal del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de La Habana y tuve la oportunidad de conocer a Eusebio Leal; ahí me brindaron toda la información que existía en torno al tema.
“También intercambié conocimientos con profesores, museólogos que visitaban el lugar, tanto cubanos como extranjeros. Tuve acceso al Diario de Cornelio, su testamento, cartas, todos lo relacionado con sus negocios, en fin, abundante información.
“Muchas personas, luego de escuchar mi explicación durante el recorrido, me sugerían que escribiera sobre esa historia. Y me entusiasmé. Hasta que me senté a redactar en los lugares donde se amaron el alemán Cornelio Souchay y la haitiana Úrsula Lambert; imaginé las conversaciones y diálogos, cómo transcurrió el romance en ese espacio, donde los esclavos tuvieron un tratamiento especial. Así fui dándole vida a aquel grupo de hombres blancos y negros que hicieron posible de Angerona uno de los cafetales más prominentes de Cuba”, expone.
Cuando le preguntamos cómo un geólogo decidió convertirse en escritor, dice que su profesión lo ayudó: “En la geología hay que redactar bastante, un informe sobre un yacimiento puede llevar entre 300 o 400 páginas, ahí me entrené. La novela fue publicada por la editorial Nuevos Mundos, mientras Amazon patrocina su venta online, en Estados Unidos. Se hizo una donación de alrededor de 400 libros e hice una presentación en el Museo Casa de la Obra Pía, en La Habana, y otro en Artemisa. El libro tiene once capítulos y 317 páginas. Cuenta además con un apéndice que recoge el destino final de los principales protagonistas. Mi sueño es que pueda editarse en Cuba”, alega.
Señala Reinaldo que en torno a la autenticidad del tema hay diversos criterios, y algunos argumentan que todo es una leyenda, pues no existen documentos oficiales que acrediten el romance. “Es imposible que dentro de un sistema esclavista se fuera a oficializar la unión entre un blanco y una negra. Sin embargo, hay muchos elementos que corroboran la grandeza de ese amor. Hasta el último momento de su vida Cornelio pensó en su amada y la protegió. Un día antes de morir, cambió su testamento, obligando a sus sobrinos herederos a pagarle a ella mil dos cientos pesos anuales de por vida, sin que perdiera su condición de mujer libre y sin necesidad de trabajar.
“Hay otros hechos que demuestran la atracción entre ambos: ella abandonó su próspero negocio en la capital cubana para ir a trabajar al cafetal Angerona. Cornelio, en un juicio con sus acreedores, en 1831, explicó que Úrsula fue quien logró, con su trabajo, el gran desarrollo del cafetal y que apenas cobró salario, ni dinero por el servicio de sus esclavos”, subraya.
Lo cierto es que ese pasaje ha conquistado muchos corazones, y todavía hay quienes acuden a las ruinas y las palpan, como si así pudieran tocar el alma de los amantes. Reinaldo es uno de esos soñadores. “Después de mi familia, Angerona es el segundo amor de mi vida”.
Acerca del autor
Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.