Ni siquiera respetaron los rituales musulmanes del Ramadán: Israel arreció los controles y puso en vigor medidas extremas que incluyeron el uso de gas pimienta y granadas aturdidoras dentro de la mezquita de Al-Aqsa, el lugar más sagrado para el mundo islámico después de La Meca y Medina.
El Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás) emitió un ultimátum: se retiran las fuerzas militares del complejo de Al-Aqsa y de Sheij Jarrah, o disparamos. Abrieron fuego y algunos cohetes alcanzaron el Jerusalén controlado por Israel. La respuesta fue con misiles y se repite el horror. Sucede desde hace más de 70 años.
Los palestinos han llevado la peor parte; son más de 180 muertos, una cifra desconocida de heridos y decenas de hogares destruidos. Es la guerra de piedras contra balas, de pecho contra escudos blindados.
Si bien la zona es un polvorín desde hace más de un siglo, las tensiones subieron de tono en las últimas semanas debido a la amenaza de desalojo a otras seis familias en Sheij Jarrah, barrio palestino en Jerusalén Oriental.
El vecindario de clase media fue el destino donde reubicaron familias palestinas desplazadas por Israel en 1948. Así lo decidieron entonces autoridades de Jordania, bajo cuyo control había quedado Jerusalén Oriental. Hoy los palestinos son un estorbo allí también.
En realidad, Sheij Jarrah es una plaza codiciada, se ubica en la línea que separa el Jerusalén controlado por Israel, y el que aún ambiciona. Recientemente aparecieron en la zona colonos judíos con añejos títulos de propiedad, válidos para la justicia israelí en su primera instancia. Estaba pendiente el veredicto final de la Corte Suprema, el cual fue aplazado por las protestas de los recientes días.
Para vestir de legalidad el expolio sistemático a los palestinos, el Estado sionista ha establecido códigos como el de Propiedad de Ausentes, que permite apoderarse de bienes de aquellos que, según Israel, abandonaron o huyeron de sus casas. Asimismo es socorrida, como en el caso de Sheij Jarrah, la Ley de Asuntos Legales y Administrativos, que confiere valor a títulos de judíos residentes en Jerusalén antes de 1948, y se lo niega a los palestinos, incluso a los que aún residen en áreas controladas por Israel.
Historia necesaria
El espacio que hoy disputan Israel y Palestina ha sido ruta comercial y asentamiento para culturas y religiones diversas. Las huellas de su milenaria existencia yacen en las calles, especialmente en Jerusalén Oriental, que Palestina reclama como capital de un añorado Estado independiente.
Allí se encuentran, por ejemplo, la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa, reverenciados por musulmanes; el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones, sitios sagrados para los judíos; y el Santo Sepulcro, venerado por los cristianos.
La zona ha sido, y lo sigue siendo, escenario de disputas imperiales. Como resultado de la I Guerra Mundial, Francia e Inglaterra dibujaron en el Medio Oriente fronteras que potenciaron o crearon conflictos interétnicos que todavía se expresan en Siria, Líbano e Iraq. En aquel momento quedó una zona sin designación, sobre la cual la Sociedad de Naciones o Liga de las Naciones –antecesora de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– creó el Mandato Británico de Palestina.
Varios expertos aseguran que esa circunstancia y las amenazas del sionismo hicieron que las tribus palestinas comenzaran a verse como un pueblo único, enfrentado a la ocupación británica y acechado por el sionismo, enemigo que labraba su camino en los lobbies políticos y empresariales de las potencias europeas y de Estados Unidos.
Los judíos de igual modo ubican a sus ancestros entre el Mediterráneo y el Levante, específicamente en el Monte Sion, una colina al sureste de Jerusalén de la que fueron expulsados, comenzando con ello la historia del pueblo errante que le acompañó durante al menos dos milenios.
A mediados del siglo XIX el sionismo cobró fuerza como ideología. Inicialmente simbolizó los anhelos de pueblos desposeídos, pero hoy traiciona su esencia reivindicatoria, y sirve de soporte al Estado victimario, excluyente, imperialista y racista de Israel.