La influencia de los minerales en el organismo humano es un tema interesante, pues son sustancias imprescindibles para el equilibrio de los seres vivos, y su carencia induce a trastornos y anomalías.
La función de estos elementos puede ser estructural o reguladora; por ejemplo, forman parte de la constitución de tejidos como los huesos y dientes, regulan la transmisión neuromuscular, la permeabilidad de las membranas celulares, el balance hidroelectrolítico, el equilibrio ácido-base, y también regulan el metabolismo.
Por estas razones, es vital mantener una concentración normal de minerales en los líquidos del cuerpo: se calcula entre el 4 y el 50 por ciento del peso corporal total. Es decir, 2,8 kg para un hombre que pese 70 kilogramos.
Macro o micro: ¿por qué?
Los minerales se clasifican de acuerdo con las cantidades requeridas para el organismo. Si se necesitan más de 100 miligramos por día se denominan macrominerales, como calcio, magnesio, fósforo, sodio, potasio, azufre y cloro; y si solo precisamos de pequeñas cantidades, los llamamos microminerales (también conocidos como oligoelementos o elementos traza), tales como hierro, yodo, cinc, cobre, selenio, manganeso, cromo, cobalto y flúor.
Ningún alimento posee todos los minerales en cantidades tales que permita con la ingestión de unos pocos satisfacer las necesidades del individuo. Por ello es conveniente conocer que las fuentes alimentarias para adquirirlos son muchas y variadas.
Calcio, magnesio
Empecemos por el calcio, muy abundante en el organismo (huesos, tejidos duros, dientes), y que constituye el 2 por ciento del peso corporal.
Es vital para el funcionamiento de los nervios, la contracción muscular, y en conjunción con la vitamina K es necesario para la circulación de la sangre y la curación de heridas. Puede encontrarse en la leche y sus derivados, cítricos, algas, judías, nabos, berros, lechuga, yema de huevo y zanahoria.
Al magnesio lo encontramos en las células de los huesos y en los tejidos blandos (músculos, vísceras, piel, sistema cerebral). En cada músculo, el calcio y el magnesio se complementan. La vitamina D favorece la absorción de este mineral, que combate los efectos del estrés y los ataques epilépticos. Se halla en vegetales de hojas verdes, los dátiles, las ciruelas, los plátanos, los higos, las lentejas, los productos lácteos, el azúcar crudo, el cacao y las semillas de soya.
Fósforo, potasio, sodio
El fósforo es la sal mineral más importante, pues participa en las reacciones químicas del organismo al intervenir en el almacenamiento y liberación de energía de las células y el sistema nervioso. Es necesario junto a la vitamina D y el calcio para el crecimiento y mantenimiento del esqueleto y los dientes. Su deficiencia es muy rara ya que está en casi todos los alimentos, entre ellos las espinacas, el berro, los huevos, la leche, las nueces, judías, lentejas y papas, los boniatos, etcétera.
El potasio, junto al sodio, es esencial para la regulación del equilibrio hídrico y la actividad nerviosa y muscular. Potencia la función del riñón en la eliminación de toxinas, ayuda a mantener un ritmo cardíaco adecuado y una presión arterial normal; purifica la sangre y oxigena los tejidos. Se encuentra en las legumbres, los vegetales de hojas verdes, los plátanos, las frutas cítricas, las papas, el apio, las judías, y las zanahorias.
Y el sodio es esencial para el buen funcionamiento de músculos y nervios. Trabaja en combinación con el potasio para mantener el agua y los ácidos en un balance correcto. Se encuentra en la sal de mesa, el queso, el apio, la zanahoria, el pan, el perejil, las verduras verdes, las lentejas, y los frutos secos.
Azufre, cloro
Al azufre, lo utiliza el cuerpo en general para la síntesis de proteínas. Permite al hígado la función de filtro depurador, combate las infecciones intestinales, y a las afecciones de la piel; tiene virtudes flexibilizantes de los tejidos, por lo que se recomienda en casos de arteriosclerosis y deformaciones cartilaginosas. Se encuentra en berros, nabos, rábanos, la mostaza, las espinacas, los huevos, el perejil, el ajo, el queso, las judías, y el azúcar crudo.
En cuanto al cloro, se asocia habitualmente con el sodio, tanto en los alimentos como en los líquidos corporales. Los riñones regulan el nivel de cloro para mantener el equilibrio ácidobase. Se presenta en altas concentraciones en el estómago en forma de ácido clorhídrico y resulta indispensable para la digestión. Lo encontramos en la sal, los lácteos y las algas.
Puede aquí ver la publicación original del 5 de octubre de 2009