“Soy tornero A. Esa es la vida mía. Hasta sueño con las piezas que debo fabricar. Cuando me acuesto, me pongo a pensar cómo hacerlas; si hay un problema, trato de ver qué solución le puedo buscar. Mentalmente planificó todo y cuando llego al taller, voy al directo y las cosas me salen bien”.
Nelson Hernández Collazo habla de su trabajo con infinito amor. “Me encanta, sin esto no puedo vivir”, expresa. Su rostro desprende nobleza y la cadencia de las palabras lo corroboran. No es una labor sencilla, pero para él, que ha dedicado la mayor parte de sus años a esa faena, no tiene grandes complicaciones. Eso sí, necesita concentración, no le gusta tener a nadie al lado cuando está enfrascado haciendo algo porque requiere concentración. Según cuenta, se formó como tornero en una escuela de mecánica de mantenimiento, perteneciente a la empresa eléctrica, en la provincia de La Habana, en el año 1984.
La mayoría de edad, de acuerdo con sus palabras, la adquirió a los 21 años, cuando marchó a Angola a cumplir misión internacionalista. Para el joven del reparto Buena Vista fue una experiencia inolvidable. “Llegué en 1981 y permanecí allí hasta 1983. Estuve en una unidad de artillería antiaérea, en Menongue, eso no se olvida. Adquirí disciplina para siempre. Tuve experiencias en caravanas, hice cuatro y ahí experimenté la tensión que provoca el riesgo de que explotara una mina, muchos murieron debido a esto”.
Señala que en una guerra se hacen hermanos para la vida, se comparten alegrías y tristezas: “Conocí compañeros de todas las provincias; tuve dos que fueron muy cercanos, uno es vecino mío, se llama Jorge Luis. También vi la pobreza, lo que era el hambre en los rostros de los niños”, acota y recuerda que fue en Luanda donde concluyó la misión como planchetista.
En el taller de la Base Central, perteneciente a la empresa de Transporte Escolar, ubicada en el municipio capitalino de Playa, la experiencia del tornero es reconocida. Gracias a su talento, muchos de los ómnibus que prestan servicio en la transportación de los niños que estudian en escuelas especiales no se detienen.
No ha contado la cantidad de veces que ha buscado una solución ante el problema de un vehículo, para el que muchas veces no poseen la pieza requerida. Sus innovaciones o racionalizaciones no están todas cuantificadas, ni se ha sacado el cálculo económico de lo ahorrado.
Él, con modestia, solo se refiere a las dos últimas, que han tenido buen impacto en la técnica: “El vástago para el cable de cambio de velocidad de los ómnibus Diana, y también para estos equipos, hice un casquillo para la última cruceta, en la parte trasera. Son muchos los vehículos que lo han puesto en práctica con total efectividad”.
Jovial, asegura que la base es como su segunda casa. Todos ahí lo conocen como Malanga. Cuando le pregunto si no le molesta, responde: “Hace muchos años me dicen así. Fue porque le llevé unas malangas a la madre de una muchacha de la que yo estaba enamorado. Y por ahí empezó el bonche de mis amigos. Si me ponía bravo era peor. Y ya todos me dicen así. Yo también boncheo, me divierto, trato de que la gente se ría. Hay que aliviar las tensiones con esto de la covid-19, que nos tiene todo el tiempo con el nasobuco en la cara y a distancia”.
“Aquí hay muy buen ambiente laboral. Cuando se rompe un carro, hasta los propios choferes vienen a ayudar, para que no dejen de circular esos ómnibus que cumplen una función de extraordinaria importancia para la sociedad”.
Acerca del autor
Graduada en Licenciatura en Periodismo en la Facultad de Filología, en la Universidad de La Habana en 1984. Edita la separata EconoMía y aborda además temas relacionados con la sociedad. Ha realizado Diplomados y Postgrados en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. En su blog Nieves.cu trata con regularidad asuntos vinculados a la familia y el medio ambiente.