No pocos expertos miran con cierta suspicacia la prominente mandíbula del faraón egipcio Akhenaton y se empeñan en asociarla con una enfermedad que, ciertamente, es tan antigua como la humanidad misma. Se trata de la acromegalia, un mal cuya causa es la producción excesiva de hormona de crecimiento, lo cual, aseguran los especialistas, es provocado, en la mayoría de los casos, por un tumor de naturaleza benigna que se forma en la hipófisis y estimula de manera desordenada la secreción de dicha hormona.
Fue el biólogo francés Pierre Marie quien en 1886 describió por primera vez esta enfermedad y acuñó el término proveniente del griego: akros (extremo) y mega (grande), en evidente alusión al agrandamiento que provoca en las extremidades.
Quizás sea ese el motivo por el que algunos se refieran a la acromegalia y al gigantismo como sinónimos, de ahí que al abordar este tema, el doctor José Arturo Hernández Yero, especialista de primer y segundo grado en Endocrinología, precisó que aunque el origen en ambos casos es la producción excesiva de hormona de crecimiento (GH, según las siglas en inglés), cuando esto ocurre en niños y adolescentes lo que predomina es la alta talla (siguen creciendo, pues el cartílago de crecimiento aún no ha cerrado) y se habla entonces de gigantismo; mientras que en los adultos el término adecuado es acromegalia, ya que aparecen deformidades corporales, sobre todo faciales, de manos y pies, además del aumento de tamaño de órganos como el corazón, el hígado y otras estructuras internas.
Los cambios se desatan
Si bien la acromegalia no es una afección frecuente en el mundo (la incidencia anual oscila entre 40 y 60 pacientes por millón de habitantes), debe ser conocida para detectarla y tratarla tempranamente, no sólo por el daño físico y psíquico que provoca por sí misma, sino porque el lugar en el cual se aloja el tumor presupone riesgos importantes para la persona.
Aunque puede presentarse a cualquier edad, tanto en hombres como en mujeres, suele ser más común en personas que sobrepasan los 40 años.
Según explicó el doctor, se trata de cambios que no ocurren de un día para otro, y muchas veces se atribuyen a modificaciones propias de la vejez. “A la persona se le pone la nariz un poco gruesa, le crecen el mentón o las orejas y cree que es porque se está poniendo vieja, sin embargo, son deformidades óseas que pueden indicar la existencia de esta enfermedad. Otro signo es el engrosamiento de manos y pies: el individuo se percata de que el anillo ya no le sirve o siente que debe aumentar la talla de zapato, lo cual no es habitual en esas edades.
“También —continuó el profesor— comienza a quejarse de dolores osteoarticulares, cansancio, debilidad muscular, cefalea y trastornos visuales, así como de dificultades respiratorias (debido al crecimiento de la lengua y a los cambios en los músculos de la laringe). En la mujer puede ser, además, causa de infertilidad porque cuando hay una liberación excesiva de la hormona de crecimiento se pueden afectar otras que tienen que ver con el funcionamiento normal del ovario.”
Atrapado entre creencias erróneas y síntomas que aparecen lentamente, el diagnóstico puede dilatarse.
“Cuando las señales se tornan más evidentes ya el tumor tiene entre 5 u 8 años de formado. Por eso es muy importante acudir al médico ante cualquier signo, pues con un diagnóstico temprano los resultados de la cirugía y del tratamiento médico son mejores y se puede lograr la curación en un porcentaje más elevado”, advirtió el doctor Hernández Yero.
“Es sabido —añadió— que esta afección puede estar acompañada de otras como la hipertensión arterial y la diabetes mellitus (la GH en exceso origina una serie de procesos bioquímicos a nivel del páncreas y las células beta que provocan resistencia a la insulina), y se ha comprobado que cuando la acromegalia es detectada y tratada tempranamente, no sólo tienden a desaparecer las deformidades corporales, sino que quien era diabético deja de serlo, y la tensión arterial es controlada.”
Pero también pueden desaparecer
“Cuando la cura es absoluta —explicó el especialista—, desaparecen los signos propios de la afección, a tal punto que el individuo parece no haberla padecido. Sin embargo, puede también practicarse una operación que, aunque no garantice niveles normales de GH, los disminuya tanto que la persona mejore considerablemente, y cambie la evolución de la enfermedad».
“El éxito de la cirugía depende, en gran medida, del tamaño del tumor. Lo más recomendable a nivel mundial es suministrar los fármacos por un tiempo con vistas a practicar luego la intervención quirúrgica”. (Publicado originalmente el 1ro de mayo de 2006 en Trabajadores)