En 2019, el presidente João Lourenço en visita oficial a La Habana y al recibir la Orden José Martí, la más alta distinción que otorga el Estado y el gobierno cubano, aseguró que todo el pueblo de Angola estaba “siendo condecorado» y que la profunda relación de amistad y solidaridad entre nuestros pueblos se eternizó cuando ambos decidieron defender el camino de la libertad. Resaltó, además, que gracias al sacrificio heroico del pueblo cubano hoy África Austral es “una región de paz, democracia y justicia social”.
Resumía así los fuertes y estrechos lazos de hermandad que unen a ese continente con Cuba, calificados por el propio mandatario angolano como una amistad «tan profunda como indestructible».
De la misma forma, el presidente cubano Miguel Díaz Canel Bermúdez, recordó en esa ocasión que entre los desafíos comunes de nuestras naciones están y estarán siempre defender el derecho al desarrollo, el bienestar y la justicia social, la salvaguarda de la paz y la seguridad internacionales, y reafirmó que «en el crisol donde se forjó la nacionalidad cubana: ahí está África».
Y es que los puentes de cooperación y solidaridad entre la Mayor de las Antillas y los países africanos van más allá de intenciones, se concretan en hechos que han hecho que hijos e hijas de nuestras naciones se extiendan la mano de las más disímiles formas y a través de los años se han consolidado, desde que la sangre de miles de cubanos cayeran por la liberación definitiva de los pueblos africanos, en la lucha contra el Apartheid, en la búsqueda de alternativas para el desarrollo, la lucha contra el hambre y la pobreza, contra el analfabetismo, por la salud y el mejoramiento de la calidad de vida de millones.
En la entereza, la firmeza, la dignidad y el afán por no dejarse someter, ha estado siempre la rebeldía de la Negra Carlota, aquella que machete en mano se sublevó en Matanzas en 1843 y que inspiró con su nombre, a los que más de un siglo después cruzaron mares y se enfrentaron a terrenos muy complejos, a climas y fuerzas enormes y ofrendaron su sangre y sus vidas en una de las operaciones militares más grandes que recoge la historia: la llamada Operación Carlota.
Noviembre de 1975 marcó un antes y un después en la vida de nuestros pueblos, iniciándose una dura batalla que concluyó 16 años más tarde, al regresar a la Patria de Martí y Fidel, los últimos cubanos que combatieron en Angola y en otros muchos territorios de África, héroes muchas veces anónimos que podemos encontrar en nuestras casas, nuestros barrios y centros de trabajo, que llevan en sí la modestia de los inmensamente grandes y solo enarbolan la satisfacción del deber cumplido.
Para cada uno de ellos, quienes sentían en lo más profundo el significado de la palabra solidaridad y tenían la confianza y el respaldo de todo un pueblo y de un líder como Fidel que estaba al tanto de cada detalle y dirigió personalmente cada acción o estrategia concertada junto a los hermanos africanos, lo más importante era saldar su “propia deuda con la humanidad”.
Han pasado 45 años y se siente en lo más hondo el pesar por los más de dos mil cubanos que no regresaron a su tierra querida y añorada, que allí dejaron su vida toda. Por eso aquel 7 de diciembre de 1991, al conmemorarse el 93 aniversario de la caída del Titán de Bronce Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro, se realiza a lo largo de toda Cuba la conocida Operación Tributo para que los restos de los caídos quedaran en la patria agradecida y empezara – como diría Martí – con el morir, la vida.
“Estos hombres y mujeres a los que hoy damos honrosa sepultura en la cálida tierra que los vio nacer, murieron por los más sagrados valores (…) Ellos murieron luchando contra el colonialismo y el neocolonialismo (…) el racismo y el apartheid (…) el saqueo y la explotación de los pueblos del Tercer Mundo (…) por la independencia y la soberanía (…) por el socialismo, por el internacionalismo, por la Patria revolucionaria y digna que hoy es Cuba. Sabremos ser capaces de seguir su ejemplo”, ratificaría entonces el líder de la Revolución Cubana.
[note note_color=»#dffcd2″ radius=»2″]Puede ver aquí: Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto de despedida de duelo a nuestros internacionalistas caídos durante el cumplimiento de honrosas misiones militares y civiles, efectuado en El Cacahual, el 7 de diciembre de 1989, “Año 31 de la Revolución». (Versiones taquigráficas – Consejo de Estado) [/note]
Y el General de Ejército Raúl Castro, ratificaría también: ““La gloria y el mérito supremo pertenecen al pueblo cubano, protagonista verdadero de esa epopeya que corresponderá a la historia aquilatar en su más profunda y perdurable trascendencia”.
El tributo a los héroes y mártires de nuestro pueblo en África debe ser permanente. Como permanente es el afán de nuestros pueblos por defender nuestras soberanías, nuestra independencia, nuestra dignidad y la entrega al mundo mejor que es posible.
[box title=»Angola en la definición de un héroe» box_color=»#e6fedf» title_color=»#000000″]
Dieciocho años y apenas un tercer grado vencido tenía Romárico Sotomayor García cuando se incorporó a la lucha en la Sierra Maestra, como parte de la Columna no. 1, comandada por Fidel. Hasta esos momentos su visión del mundo era tan pequeña como el poblado Vegas de Jibacoa, donde vivía en pleno corazón de esa serranía cubana.
Hijo de campesinos, el segundo de diez hermanos solo conocía en ese entonces la miseria de aquellos parajes intrincados, donde no había escuelas, maestros y se necesitaba caminar alrededor de 20 kilómetros para ver a un médico, al que no había cómo pagar.
Así, cuando gracias a Higinio Rodríguez conoció a Fidel, Romárico —hoy general de división, jefe de la Dirección Política del Ministerio del Interior (Minint) y Héroe de la República de Cuba— comprendió que el proceso que empezaba a gestarse por aquel entonces era, precisamente, en beneficio de las clases más desposeídas y pobres de la sociedad.
Sin duda, ha sido la suya una existencia marcada por la Revolución, por el ejemplo y legado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, a quien tuvo el honor de acompañar en enero de 1959 desde el oriente del país y hasta su entrada triunfal al otrora campamento Columbia (en la actualidad Ciudad Escolar Libertad). También integró la caravana (en el tramo Camagüey-Bayamo) que escoltó las cenizas del líder de la Revolución durante el conmovedor recorrido.
La subsistencia en condiciones de campaña en la Sierra Maestra, las iniciales tareas después del triunfo, las responsabilidades ocupadas primero en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y luego en el Minint, el cumplimiento de la misión internacionalista en Angola, durante dos períodos (1975-1976 y 1982-1984), son una síntesis de su trayectoria, en la cual la lealtad a Fidel, al Partido y a la Revolución ha sido permanente. (Continuar)
[/box]