Diez años después de que el horrible terremoto del 12 de enero del 2010 arrasara prácticamente a Puerto Príncipe, capital de la República de Haití, con un saldo de más de 360 mil muertes y un número similar de heridos, el país continúa sumido en la desolación, el caos, la desesperanza y el olvido.
La hambruna, la miseria extrema, la desnutrición, la insalubridad, la carencia de empleos, la falta de miles de viviendas, de electricidad, de agua potable, el cólera, otras pandemias, y la corrupción, administrativa, galopan como Jinetes del Apocalipsis por toda la subdesarrollada nación caribeña.
Situación que mantiene enardecida y en permanente rebelión al pueblo haitiano asediado por el alza del combustible, la pasividad o negligencia gubernamental, la ferocidad del FMI y la falta de atención a su reclamo de mejoras a sus precarias condiciones de existencia, considerada una de las más pobres y desafortunadas del planeta, tan denigrada por las groseras y racistas declaraciones en su contra del presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Hasta el presente nada de lo destruido por el sismo de 7.3 grados en la escala Richter ha podido ser reconstruido y permanece en ruinas, lo que ha obligado al millón 500 mil haitianos que perdieron sus viviendas a vivir hacinados en improvisados campamentos de latón, lonas, cartones y otros rústicos materiales.
Como un mal signo de esta década nefasta, la Organización de Naciones Unidas vaticinó que enero del año 2020 habrá 4,6 millones de haitianos con necesidades alimentarias, de los cuales la mitad son niños, y otros 3 millones 700 mil personas sufren de desnutrición aguda, mientras sin sonrojo estadísticas del Banco Mundial, aseveran que más de 6 millones de haitianos, el 60% de la población, vive por debajo de los niveles de pobreza y que 2 millones 500 mil padecen de peores situaciones económicas.
La solidaridad y ayuda material de numerosos gobiernos de la región, de Organizaciones No Gubernamentales y de países de diversas partes del mundo se ha mantenido durante todos estos últimos años pero continúa siendo insuficiente para las enormes necesidades insatisfechas de la población, acogida a una economía de subsistencia basada en la pesca y la agricultura.
Más que paradójico es inverosímil que en el premier país del Caribe y del Hemisferio occidental que hace 250 años echó por tierra la dominación colonial extranjera, no se hayan concretado los ideales revolucionarios de libertad, independencia y soberanía de sus patrióticos líderes antiesclavistas Francois Dominique Tousant Loverture y Jacques Desalines, que al frente de un pueblo armado de machetes derrocaron al despótico imperio francés en esa isla.
El Haití contemporáneo es la suma de más de siglo y medio de infortunios, desastres naturales, cruentas, y corruptas tiranías como las que impusieron por cerca de 30 años Francois Duvalier y su hijo Jean Claude, que manejaron la nación como una hacienda particular, manteniéndolo en los más bajos niveles de subdesarrollo económico y como fuente de sus multimillonarias fortunas.
Sucesivos golpes de Estados, gobiernos y rivalidades partidistas que sucedieron a los Duvalier tampoco lograron la estabilidad económica y política social haitiana, que pervive hasta el presente.
Si las actuales y masivas manifestaciones de protestas populares antigubernamentales, que se extienden por cerca de 2 meses a lo largo y ancho de la nación con un alto número de muertos, heridos y daños materiales, no reeditan la magnitud de la histórica Revolución Haitiana, que asombró al mundo, si son signos de que la rebelión de las masas preteridas y olvidadas continuará hasta alcanzar la democracia y un sistema social más justo y equitativo.