El presidente argentino Mauricio Macri recibió un fuerte descalabro a golpe de votos en las pasadas elecciones primarias, donde las urnas arrojaron números que ponen en dudas su reelección en los comicios presidenciales fijados para el próximo 27 de octubre.
La coalición de Gobierno que encabeza el mandatario perdió por 15 puntos de diferencia frente a Alberto Fernández, la cabeza de la fórmula peronista (léase kirchnerista) en la que le acompaña la exmandataria, como candidata a la vicepresidencia, Cristina Fernández.
A primera vista fue acertada la jugada política por la cual Fernández de Kirchner pasó la batuta a su exsubalterno, en medio de la persecución judicial y mediática de la que ella es centro, al igual que ocurre con líderes progresistas en otras latitudes del continente.
Pero las Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias (Paso) no fueron esta vez un concurso de personalidades, aunque ello siempre ocurre en tales contiendas. El resultado de la votación estuvo marcado por la impopularidad de las medidas económicas de corte neoliberal, y pactadas con el Fondo Monetario Internacional, que han sellado la gestión del actual gobernante.
En el camino están los despidos, cierre de instituciones públicas, persecuciones judiciales a líderes sociales, junto a la depreciación de la moneda nacional y del nivel de vida de millones de argentinos, afectados por una inflación desatada.
Resulta este el trasfondo de los comicios, permeados también por la fuerte polarización política que ha impedido el logro de consensos necesarios para gobernar el país con un proyecto incluyente.
El vencedor en las urnas, Alberto Fernández, de 60 años, no es ningún advenedizo.
Acompañó la gestión de Néstor Kirchner y de su sucesora como jefe de gabinete presidencial entre 2005 y 2008, período en el que Argentina tuvo una recuperación económica, de su industria, y en el cual el Gobierno desarrolló una política exterior independiente de Washington y favorable a la integración continental.
Por tanto, los resultados de las Paso presagian la posibilidad de un cambio en el péndulo político-ideológico en Argentina, cuando el marcador de la brújula se había recostado a la derecha en varios países sudamericanos, cuyos gobernantes conforman un eje que se mueve al paso de la Casa Blanca en importantes temas de la agenda hemisférica y mundial.
Durante su primer discurso, luego de saberse ganador, Fernández hizo un llamado a la unidad, aunque remarcó los incumplimientos y prácticas impopulares del Gobierno.
Macri, por el contrario, atiza los temores de que un triunfo en octubre del peronista pudiera tener efectos negativos en el mercado financiero y en la economía. En sintonía con ello, el peso argentino sufre golpes devaluativos cual expresión de especulaciones financieras y otras acciones interesadas en desatar los miedos entre la población, el empresariado y la inversión extranjera.
Pero Mauricio Macri no tiene mucho tiempo, apenas dos meses, para revertir la desventaja mostrada en las urnas.
Si Fernández mantuviera el 45 % de los votos sería suficiente para evitar una segunda vuelta electoral el 24 de noviembre. Ahora consiguió 47 % contra 32 % de Macri, por lo que, según las reglas electorales, también sería presidente si alcanza el 40 % de las papeletas y aventaja en al menos 10 puntos porcentuales a su más cercano rival.
Están por ver las alianzas que tendrán lugar en el proceso eleccionario argentino. Pero hoy día el presidente Macri tiene un pesado fardo a cuestas, el de los votos de la mayoría de sus compatriotas, que apuntan a un cambio en la nación austral, que podría impactar en la región.
Este fulano está confiado en que el Führer yanqui y el Führer del Brasil, las pandillas yanquis de la CIA y el FBI, la mafia financiera indígena, yanqui y sionista, los garroteros del FMI y la Organización Terrorista del Atlántico del Norte le brinden una manita en los comicios del próximo octubre.