A comienzos de este año Alemania se convirtió en un símbolo de la lucha por reducir la jornada de trabajo. Tras meses de huelgas y negociaciones, el sindicato metalúrgico IG Metal y la patronal del sector firmaron un acuerdo que contempla reducir la semana a 28 horas laborales, lo que representa seis horas diarias.
El convenio, uno de los primeros de su tipo, generó gran debate dentro y fuera de las fronteras germanas, pues demostró que todavía los sindicatos pueden tener un papel primordial en el diálogo con otras estructuras para dar respuesta a las demandas de los trabajadores y proteger sus derechos.
Sin embargo, esta parece ser una realidad poco común: diversas investigaciones señalan que la sindicalización en Europa ha perdido terreno en los últimos tiempos. Un estudio del Instituto Sindical Europeo (Etui, por sus siglas en inglés), citado por la agencia AFP, reseña que esta erosión comenzó en la década de los ochenta, cuando la tasa de afiliación cayó en más de un tercio en países como Francia, Holanda, Irlanda, Reino Unido y Suiza.
¿Qué justifica este declive en el llamado Viejo Continente donde se originaron los primeros movimientos obreros y congresos internacionales de la clase trabajadora? Algunos economistas lo explican a partir del debilitamiento de las relaciones con los partidos políticos y la disminución de los recursos financieros. También reconocen la influencia del auge del trabajo autónomo y de los cambios en las actitudes de los empleados, quienes muchas veces priorizan lo individual por encima de lo colectivo.
Kerstin Hamann y John Kelly, especialistas en la investigación empírica de las relaciones laborales, añaden otras causas: la disminución de las huelgas, el efecto de las medidas neoliberales, la oposición al sindicalismo en las empresas privadas de servicios que hoy dominan la mayoría de las economías occidentales y la limitada efectividad que los sindicatos han demostrado frente al elevado desempleo y a un mercado productivo internacional competitivo.
No obstante, las situaciones varían según los sistemas de cada nación, por lo que resulta complejo establecer comparaciones. De acuerdo con el Etui, en Francia y Polonia las tasas de afiliación bordean el 10 %; en Alemania y España se sitúan en el 20 %, y en Suecia y Finlandia alcanzan alrededor del 70 por ciento.
El secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) de Francia, Philippe Martínez, explicó el pasado año a Trabajadores, que en su caso la baja afiliación se debe, en parte, a la actitud militante que caracteriza a los gremios franceses: “En otros países hay más afiliados pero es un sindicalismo de servicio —por ejemplo, para acceder al pago por paro o a la seguridad social tienes que ser afiliado—. En Francia ser del sindicato es, como se dice, meterse en líos, porque es un sindicalismo de combate”.
Precisamente, desempeñar un papel político más central y autó- nomo es otra de las tareas pendientes para muchas asociaciones. En un artículo titulado El movimiento sindical en Europa. Crisis política e ideológica en una Unión Europea (UE) cada vez más autoritaria, de Asbjørn Wahl, asesor de la Unión de Empleados Municipales de Noruega, considera que los sindicatos deben adoptar una perspectiva política más amplia en lo que respecta a la lucha social. Para lograrlo, habrá que enfrentar algunos desafíos, entre estos el Etui anota las presiones presupuestarias y el impulso de la privatización; el proceso de la globalización, que debilita la capacidad sindical para regular el trabajo; y el desarrollo de las tecnologías digitales e Internet, que han revolucionado las comunicaciones.
La necesidad de revitalizar las filas y fortalecer la acción se revela también en un informe del Fondo Monetario Internacional del 2015. El documento evidencia que el declive de los sindicatos ha agravado las desigualdades sociales, pues ha reducido la capacidad de negociación en beneficio de los accionistas y de aquellos con mayores ingresos.
En ese complejo escenario, las estrategias nacionales serán insuficientes. Como esbozó Philippe Martínez a nuestro periódico en noviembre pasado: “El capital es enemigo del que trabaja (…) y la respuesta que merece tenemos que darla a nivel sindical, pero unidos. Debemos dar una respuesta coordinada en toda Europa”.