Cuando el 25 de mayo de 1893 José Martí escribió al mayor general Antonio Maceo «precisamente tengo ahora ante los ojos la Protesta de Baraguá que es de lo más glorioso de nuestra historia», realizaba una de las primeras y más certeras valoraciones acerca de este hecho que, sin lugar a dudas, marcó un hito en la Historia de Cuba.
En 1878 una parte de las fuerzas mambisas, desgastadas por casi diez años de guerra, sin apoyo del exterior, laceradas por las divisiones internas, permeadas por la campaña pacificadora del general Arsenio Martínez Campos o faltos de visión política y esperanzas en la victoria, aceptaron la paz del Zanjón el 10 de febrero de 1878.
Ante este convenio sin independencia y libertad para los esclavos, principales objetivos que estimularon la clarinada de Carlos Manuel de Céspedes el Diez de Octubre en el ingenio Demajagua, se irguió en toda su estatura moral el mayor general Antonio Maceo y un grupo de jefes, oficiales y soldados orientales, que calculaban que España necesitaba terminar el conflicto, incapaz de hacerlo por las armas y acudía a la mediación para salvar su dominio colonial también desgastado, y no se equivocaban.
En su libro El general Martínez Campos en Cuba, el general Tomás Ochando reconoce que: «no poseíamos más que los centros de población y el terreno que pisábamos: el resto inmenso de la isla era Cuba Libre, completamente desconocido para nosotros, cubiertos de espesos bosques sin caminos y en donde campeaba el enemigo libremente».
Por su parte, el general Camilo Polavieja consideraba que Cuba estaba en vísperas de perderse, razón por la cual fue enviado como Capitán General el general Arsenio Martínez Campos a fines de 1876, a fin de aplicar una política pacificadora.
La histórica frase «No, no nos entendemos», pronunciada por Maceo, en la conferencia con el alto mando español el 15 de marzo de 1878, resume el proceso de maduración manifestado en numerosos jefes y soldados de extracción humilde, muchos de ellos negros y mestizos, como el Titán de Bronce, resueltos a continuar la lucha hasta sus últimas consecuencias. Así lo evidencian las comunicaciones del general Guillermón Moncada al general Vicente García. El 12 de marzo de 1878, refiere que: «Nadie piensa ya en otra cosa que en la salvación de la Patria […] el espíritu de estas fuerzas es excelente y en todos impera la firme resolución de salir con honra en la cuestión presente o continuar la lucha». Siete días después reitera:
«Nosotros no podemos admitir nunca la paz que bajo condiciones tan humillantes y ridículas nos brindan los españoles».
Luego de la entrevista el gobierno español trató por todos los medios de minar la unidad de las fuerzas dirigidas por Maceo, enviando emisarios para expresarles las garantías de los tratados de paz y ofrecerles cierta cantidad de dinero, acción rechazada enérgicamente por el jefe mambí, lo evidencia su respuesta a la carta de don Baltasar Reigoza el 18 de marzo de 1878 en la cual no autorizó la visita al campamento, e indignado respondió: «los hombres que, como yo pelean por la santa causa de la libertad, romperán sus armas cuando se crean impotentes para vencer antes que mancillarse […] no me sería posible recibirle con toda afabilidad después de haber intermediado una ofensa».
Cupo el honor del protagonismo al insigne santiaguero que, educado en firmes principios patrióticos y éticos, mantuvo una conducta vertical ante la disciplina y el orden. Desde su incorporación a la guerra junto a su familia en octubre de 1868, a fuerza de coraje, valentía y muchas heridas en numerosas acciones combativas alcanzó el peldaño más alto del Ejército Libertador. Su intransigencia en Mangos de Baraguá alcanzó uno de los momentos cimeros de su vida como revolucionario. Ese día salvó la dignidad y el decoro de todo un pueblo que durante diez años luchó por su libertad, del cual constituyó genuino representante, allí fue el eco de miles de esclavos y desposeídos sumados a la guerra contra el gobierno colonial.
A pesar de la heroicidad de los cubanos la situación existente impidió continuar la lucha y Maceo salió al exterior cumpliendo órdenes del Gobierno en armas, no sin antes dejar establecido que no pactaba y continuaría su obra en las nuevas circunstancias. Esa fue la razón de su vida durante los 17 años de emigración en la Tregua Fecunda.
A partir de la Protesta de Baraguá la personalidad de Antonio Maceo alcanzó mayor dimensión, no solo para sus compatriotas que lo admiraban y respetaban, sino también ante las autoridades españolas que intensificaron la vigilancia y persecución en tierras caribeñas y centroamericanas donde llegaron a planear no pocos asesinatos contra el héroe, conscientes de la repercusión de aquel hecho que rebasó los marcos de su época para convertirse en un símbolo de resistencia y continuidad revolucionaria.
El gesto de Maceo impidió fueran arriadas las banderas enarboladas por Céspedes y Agramonte. Su espíritu estuvo presente en los diferentes intentos insurreccionales desarrollados durante la Tregua Fecunda, en la Guerra Necesaria organizada y liderada por José Martí, en la campaña invasora, proeza militar que no por casualidad partió de Baraguá.
También estuvo su legado en las luchas libradas contra los diferentes regímenes corrompidos y proyanquis durante la República Neocolonial, en la generación que en el centenario del Apóstol acudió a la cuna del Titán de Bronce, quien 63 años atrás, el 26 de julio de 1890, aprobó el ataque simultáneo y sorpresivo al cuartel Reina Mercedes, luego Moncada.
Igualmente la impronta del Titán acompañó a los revolucionarios cubanos en el desembarco del Granma, la lucha en la Sierra, el triunfo del primero de enero de 1959, en Girón y la Crisis de Octubre donde, al decir del Che, «Todo Cuba fue un Maceo», así como en los años de duro bloqueo imperial mantenidos hasta hoy.
Baraguá es un símbolo expuesto no solo en el comportamiento de los hombres y mujeres dignos que han hecho revolución, sino también en su representación en diversas manifestaciones artísticas y literarias que perpetúan el ejemplo inmortal de Antonio Maceo en el cine, la pintura, la escultura, la oratoria.
No pueden olvidarse las valoraciones sobre la extraordinaria significación de este hecho histórico ofrecidas por el Comandante en Jefe Fidel Castro en diversas oportunidades, en especial en el discurso pronunciado por el Centenario de la Protesta de Baraguá el 15 de marzo de 1978, en el cual realizó una de las más valiosas apreciaciones sobre este hecho, a partir de la objetividad del análisis sobre las condicionantes que condujeron al Pacto del Zanjón y la estrategia seguida por Maceo al solicitar la entrevista, y exaltó la personalidad de Antonio Maceo y lo que representaba su gesto inmortal para el movimiento revolucionario cubano, al provocar un viraje en la dirección de la guerra y sus fuerzas motrices: «Lo que sí puede afirmarse es que con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y que las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto».
La fe en la victoria y la intransigencia de Antonio Maceo trascienden a las nuevas generaciones. Su ejemplo ha sido acicate en los momentos más difíciles de la Revolución, plasmado en la convicción de que «el futuro de Cuba será un eterno Baraguá». ¡Ese es el legado de la Protesta de Baraguá!
Con información de Granma