“(…) luchar por Cuba es luchar por el pueblo, por los que sufren, por los que a través de siglos han estado explotados. Esa y sólo esa la verdadera lucha.”, escribió Antonio López Fernández, Ñico, en carta a su padre, el 4 de marzo de 1955, ocasión en la cual le aseguró que nunca lo vería peleando en “(…) esas alardosas conspiraciones que sólo llevan tras de sí ladrones y asesinos (…)”. Había nacido en un humilde hogar de La Lisa, La Habana, el 2 de octubre de 1932.
La situación económica familiar le obligó a abandonar la escuela cuando apenas había concluido el tercer grado de la enseñanza primaria, para contribuir a la búsqueda del sustento, empeño en el cual realizó las más modestas labores. No obstante, leía incansablemente, en especial obras de contenido político y social, entre las que prefería las de José Martí, así como las relacionadas con la historia de Cuba y de América.
La vida revolucionaria de este combatiente, mártir de los trabajadores del sector eléctrico, que este domingo celebraron su día, comenzó cuando a los 15 años de edad se incorporó a la Juventud Ortodoxa, en cuyas secciones Obrera y Estudiantil desplegó múltiples actividades.
Al producirse el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, se manifestó claramente contra la tiranía impuesta por Fulgencio Batista Zaldívar, y estuvo entre los primeros que se unieron a Fidel Castro Ruz en el movimiento revolucionario que este organizaba y que el 26 de julio de 1953 reinició la lucha por la definitiva liberación nacional. En esa fecha participó como segundo jefe del destacamento encargado de atacar el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad de Bayamo, luego de lo cual pudo partir al exilio, primero en Guatemala, y más tarde en México.
Regresó a la patria en junio de 1955, en virtud de la amnistía general que puso en libertad a los encarcelados por aquellos sucesos, y de inmediato laboró intensamente en la estructuración del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), de cuya dirección nacional formó parte. A Ñico López le fue confiada la misión de crear y dirigir las Brigadas Juveniles del 26 de Julio, en escuelas de comercio e institutos de segunda enseñanza, centros de trabajo y barrios.
Al respecto, años atrás, en entrevista con esta periodista, el ya fallecido Humberto Torres Herrera, Fonseca, su compañero en la lucha clandestina desde mediados de 1955, contó que, recién llegado del exilio en México, Ñico se presentó en la imprenta de Sergio González López, el Curita, en la Plaza del Vapor, y desde ese momento ambos trabajaron estrechamente unidos hasta que, reclamado por Fidel, aquel retornó a la nación azteca para sumarse a la expedición del Granma.
En esa oportunidad, Fonseca señaló: “Para mí, Ñico era un marxista-leninista espontáneo, teniendo en cuenta que carecía del total dominio teórico de esa filosofía. Tal fue su proceder, que muchos miembros de la Juventud Ortodoxa lo consideraban un comunista infiltrado en sus filas.
Se trataba realmente de un revolucionario formado en las prédicas de Martí y de Chibás; honesto, sencillo, osado, intrépido y jaranero; un hombre que cumplía lo que prometía; incondicional defensor de sus amigos, aunque sin tolerar lo mal hecho, porque era extremadamente exigente, en primer lugar consigo más que con nadie, y de un trato muy dulce para con sus compañeros y familiares”.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.