El silente forcejeo entre la implacable materialidad de la existencia y los reclamos del espíritu parece ser la piedra angular del edificio poético que presenta este libro, con el cual Argel Fernández Granado (Puerto Padre, Las Tunas, 1963) conquistó el Premio de décima Eduardo Kovalivker, convocado por la fundación homónima y el Centro Cultural Cubapoesía, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
La propia titulación del conjunto sugiere tal contienda, al asociar lo palpable con la ausencia de sol y dejar a nuestra percepción la consideración de su contrario como ente iluminado. Para el sintagma que nombra al cuaderno no puede haber otro polo opuesto que la claridad que rige el día espiritual.
Aquella puja trasciende de estas páginas, y lo hace con una visible vocación por los procederes tradicionales de la poesía en estrofas de diez versos, y una apuesta por la fascinación de la metáfora y no por las maniobras estructurales, también válidas y en mi parecer gananciosas en la obra decimística de muchos otros autores de interés, pero cuyo abuso puede llevar, y ha llevado en no pocas ocasiones, a rumbos que desembocan sin remedio en retórica vacía.
En La noche material, pues, el empeño se vertebra mediante la búsqueda del estremecimiento de la luz en tales lidias y no por las estridencias. Se constata la asimilación por el autor de múltiples herencias de la poesía en nuestra lengua, y se percibe una mano que ha alcanzado magisterio en la construcción lírica de nuevas propuestas.
No es de extrañar, si se tiene en cuenta la consagración del autor, además de poeta, narrador e investigador, Licenciado en Estudios Socioculturales, profesor de los talleres de repentismo infantil en su provincia, especialidad —la de poesía oral improvisada y música campesina— que atendió durante muchos años en la Casa Iberoamericana de la Décima El Cucalambé, de donde pasó a desempeñarse como director del centro cultural Huellas, y de ahí a su actual responsabilidad atendiendo en Las Tunas todo lo referente a las ediciones de Casa de las Américas.
Tales desempeños en favor del bien cultural colectivo —que considera también parte de su obra, lo cual habla de su perfil de creador hondamente comprometido con el entorno social— no le han impedido alcanzar reconocimientos como el premio en el concurso nacional de décimas Francisco Pereira 2000, el premio de tema comunitario en el concurso nacional Ala Décima 2001 y el primer premio del Concurso Iberoamericano de Décima escrita Villazul, entre otros, además de este Premio Kovalivker ganado por La noche material.
En el caso del libro que nos ocupa, la comentada dicotomía como piedra angular del volumen lleva subyacente, además de lo dicho, una quijotesca vocación emprendedora contra todos los molinos. Véase en las últimas dos estrofas de su poema Giros sobre los muros:
Giro a estribor, busco altura / añil al dorso del pan, / pero mis huesos están / en ti, ciudad-escultura, / siempre a babor, sepultura / suburbana con pobreza / fósil y cristales. Presa / de los íntimos escombros, / sobrecargando tus hombros / hundo, ciudad la cabeza, / como una luz, en el templo / donde tantas manos se hunden / para salvarse y confunden / los caminos. No contemplo / más que el inútil ejemplo / de tus hijos. Las deidades / me vigilan. Sus edades / gobiernan, pero yo juro: / Cuando termine este muro / comenzaré otras ciudades.