Por Jorge Hernández Martínez*
El desarrollo de las elecciones del 2016 en los Estados Unidos, desde las primarias y las convenciones partidistas hasta los resultados de los comicios del 8 de noviembre, puso de manifiesto con perfiles más acentuados, como ha ocurrido en situaciones similares en anteriores etapas de la historia norteamericana reciente, la crisis que vive el país desde la década de los 80 y que se ha hecho visible de modo sostenido, con ciertas pausas, más allá de las coyunturas electorales.
La pugna política entre demócratas y republicanos, así como las divisiones ideológicas internas dentro de ambos partidos, junto a la búsqueda de un nuevo rumbo o proyecto de nación, definió la campaña presidencial, profundizando la transición inconclusa en los patrones tradicionales que hasta la denominada Revolución Conservadora caracterizaban el imaginario, la cultura y el mainstream político-ideológico de la sociedad norteamericana.
Esa transición se troquela en torno a la relación Estado-sociedad-mercado-individuo, teniendo como eje la redefinición del nexo entre lo privado y lo público, entre economía y política. De ahí que la crisis no se restrinja a una u otra dimensión, sino que se trate de una conmoción integral, que es transversal, de naturaleza moral, cultural, y que en sus expresiones actuales, no sea un fenómeno totalmente novedoso ni sorprendente.
Con el telón de fondo de la crisis en la esfera económico- financiera, que resulta determinante para la sociedad en su conjunto, queda claro que el sistema político, y en particular, el subsistema electoral, también están atrapados en ese proceso más amplio.
Es decir, que los procesos electorales que tienen lugar en ese país al finalizar el siglo XX y los que acontecen durante la década y media transcurrida en el XXI (los del 2004, 2008, 2012 y 2016), han reflejado una penetrante crisis que trasciende el ámbito económico, se expresa en el sistema político y además, en la cultura.
Como contextualización, si se quiere, del entorno político-ideológico global que sirve de trasfondo a este análisis, en ese país se conmemoró el décimoquinto aniversario de los atentados terroristas perpetrados el 11 de septiembre del 2001, apelando a la recuperación de la autoestima de la nación, recordando la tragedia, honrando a sus víctimas, mostrando una imagen de unos Estados Unidos capaces de reconstruir sus símbolos y garantizar su seguridad, cuyo poderío militar y cultural ha superado la tragedia, con una presidencia que ajustició a Bin Laden, pero que aún lucha contra los exponentes del terrorismo que promueven Al Qaeda y el Estado Islámico, en un país que cada vez es más multicultural, multiétnico y multirracial. Y donde el proyecto de nación no le quedaba claro a nadie.
En el marco de la citada Revolución Conservadora se resquebrajó la imagen mundial que ofrecían los Estados Unidos como sociedad en la que el liberalismo se expresaba de manera ejemplar, emblemática, al ganar creciente presencia el movimiento conservador que se articuló como reacción ante las diversas crisis que se manifestaron desde mediados de la década precedente, y que respaldó la campaña presidencial de Ronald Reagan, como candidato republicano victorioso.
Con ello se evidenciaba el agotamiento del proyecto nacional que en la sociedad norteamericana se había establecido desde los tiempos del New Deal, y concluía el predominio del liberalismo, conformando un arco de crisis que trascendía los efectos del escándalo Watergate, la recesión económica de 1974-1976, el síndrome de Vietnam y los reveses internacionales que impactaron entonces la política exterior de los Estados Unidos.
Así, el conservadurismo aparecería como una opción que, para no pocos autores, constituía una especie de sorpresa, al considerarle como una ruptura del mencionado mainstream cultural, signado por el pensamiento y la tradición política liberal.
En la medida en que el país era concebido en términos de los mitos fundacionales que acompañaron la formación de la nación, y percibido como la cuna y como modelo del liberalismo, el hecho de que se registrara su quiebra era un acontecimiento sin precedentes en la historia norteamericana.
De esta forma, la acumulación de frustraciones que desde los años 60 estremecieron al país, con la conjugación del auge del movimiento por los derechos civiles, el nacionalismo negro, la contracultura, el fenómeno hippie, las drogas, la canción protesta y el sentimiento antibelicista, junto al cuestionamiento de la eficiencia de los gobiernos demócratas y de las políticas liberales para proteger la fortaleza económica, política y moral del imperio, conducen a finales de la década de los 70 a la búsqueda de alternativas que pudiesen superar las sensaciones de desencanto o decepción asociadas a las debilidades atribuidas a la Administración Carter, y devolverle tanto a la opinión pública, a la sociedad civil y a los círculos gubernamentales, la habitual autoestima nacional.
Las expectativas que se crearon desde los comicios del 2008 y del 2012, cuando Obama se proyectaba como candidato demócrata, esgrimiendo primero la consigna del cambio (change) y luego la de seguir adelante (go forward), formulando las promesas que en su mayoría no cumplió, son expresión de lo anterior, a partir de la frustración que provocara la falta de correspondencia entre su retórica y su real desempeño en su doble período de gobierno, junto a otros acontecimientos traumáticos que conllevaron afectaciones en la credibilidad y confianza popular, como las impactantes filtraciones de más de 250 mil documentos del Departamento de Estado a través de Wikileaks.
Ese contrapunto reflejaba tanto las esperanzas como las desilusiones de una sociedad que, desde el punto de vista objetivo se ha venido alejando cada vez más del legado de la Revolución de Independencia y de ideario de los “padres fundadores”, en la medida en que valores como la democracia, la libertad, el anhelo de paz y la igualdad de oportunidades se desdibujan de manera casi constante y creciente; pero que en el orden subjetivo es moldeable, influenciable por las coyunturas políticas, como las electorales, y sus manipulaciones.
De hecho, si bien las proyecciones políticoideológicas de Obama desde sus campañas presidenciales en el 2008 y el 2012 sugerían un retorno liberal, en la práctica su desempeño nunca cristalizó en un renacimiento del proyecto liberal tradicional, el cual también parece estar agotado o haber perdido funcionalidad cultural.
*Sociólogo y politólogo. Profesor e Investigador Titular del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos de La Universidad de La Habana y presidente de la Cátedra Nuestra América.