Como incandescente lava volcánica, la pandemia del terrorismo se expande también por el territorio paquistaní, dejando tras sí una trágica estela de centenares de muertos, mutilados, devastación y desolación, que agravan el convulso clima de tensiones políticas, disturbios y protestas sociales por la que atraviesa la nación asiática.
Las amenazas de facciones del denominado Estado Islámico (EI) de acometer nuevas acciones terroristas, como el reciente atentado suicida perpetrado en la ciudad de Lahore contra creyentes cristianos, causante de la muerte de 72 personas y heridas a otras 300- entre ellas mujeres y numerosos niños- mantienen en permanente zozobra a la población paquistaní, que desde hace años sufre los embates de estos abominables hechos.
El ataque en Lahore, indica la capacidad que mantienen el grupo fundamentalista Jamaat- ul-Ahrar, de realizar atentados a gran escala a pesar de la intensa ofensiva militar gubernamental contra sus bastiones y refugios en remotas zonas tribales.
Al reivindicar la acción terrorista, este grupo taliban afirmó que su objetivo eran los cristianos, pero la mayoría de los muertos en el parque de esa localidad eran musulmanes, que también celebraban la festividad de la Pascua.
Desde la intervención militar soviética en Afganistán en 1979, para apoyar el Gobierno del socialista Nur Muhammad Taraki, y la posterior de Estados Unidos, en octubre del 2001, encaminada a liquidar el régimen taliban y la organización Al Qaeda, la República Islámica de Paquistán, firme aliado de Washington en la región, está involucrada directamente en el vecino conflicto por la extensión a sus fronteras de las operaciones contra las milicias insurgentes, los indiscriminados bombardeos de los drones norteamericanos y de la OTAN, que diezman a hombres, mujeres y niños, bajo el rótulo de “daños colaterales” y el flagelo del terrorismo, con un alto contenido confesional.
Durante la guerra afgana de1979-89, el gobierno de Paquistán prestó su colaboración a Estados Unidos y al Reino de Arabia Saudita, apoyando a los combatiendo muyaidines que combatían contra lo soldados soviéticos, iniciando un vínculo político-militar que se mantiene en el presente.
Tanto en territorio afgano como pakistaní, a ambos lados de sus respectivas fronteras, radican grupos étnicos pastones comunes a ambos países, e interrelacionados entre sí por la religión islámica, intereses políticos y económicos y por los cientos de miles de refugiados de la guerra en el vecino país, acogidos entonces por Islamabad.
Los talibanes no reconocen y combaten al Gobierno afgano. Y dada su presencia también en el norte de Pakistán, atacan y destruyen los suministros de las fuerzas de la coalición que se dirigen de ese territorio a Afganistán a través de la frontera.
Por su parte, la aviación de Estados Unidos y de la OTAN realiza bombardeos contra los talibanes paquistaníes en zonas fronterizas del norte que aniquilan a sus habitantes, sin detenerse ante hombres, mujeres y niños, diezmados cada día y rotulados como daños colaterales. Los insurrectos consideran que al permitir estos ataques en su propio territorio, Pakistán se ha convertido, de hecho, en su enemigo.
El conflicto en la frontera con Afganistán, el diferendo con la India por el región de Cachemira, los atentados terroristas, los secuestros, la inseguridad ciudadana y las pugnas partidistas, en reclamo de que se imponga la Sharia (ley islámica) hacen más precario el complejo escenario político y social de Paquistán, signado por una economía sin mayores avances y las secuelas de grandes desastres naturales.
Hoy, esta nación del Sur de Asía, con una población de183 millones de habitantes, la sexta más poblada del mundo, integra la relación de países que como Afganistán, Irak, Egipto, Libia, Siria, o Yemen, sufren las horrendas consecuencias del terrorismo, germinado por las campañas belicistas y el injerencismo de las potencias imperialistas y para su estrategia de dominio económico y geopolítico en estas vasta regiones del planeta.