La “Bolt Époque”

La “Bolt Époque”

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Usain Bolt acumula ya 10 metales de oro en Campeonatos Mundiales de Atletismo, dos más que Carl Lewis.
Usain Bolt acumula ya 10 metales de oro en Campeonatos Mundiales de Atletismo, dos más que Carl Lewis.

Usain Bolt ya no es un hombre. Representa una época, un tiempo en el cual se han destrozado marcas, mitos, distancias, límites y rivales. Usain Bolt, a fuerza de velocidad y carisma, ha transformado el atletismo en su patio de recreo, fiesta privada donde el jamaicano oficia como maestro de ceremonias, utilero, sonidista y solista estrella.

A finales del siglo XIX y hasta 1914 Europa vivió una era de florecimiento que más tarde sería recordada como el paraíso perdido tras la Primera Guerra Mundial, una Belle Époque (Bella Época) que transformó el panorama cultural del siglo XX con movimientos vanguardistas que redimensionaron el concepto de arte. Nosotros, afortunados mortales, asistimos a la “Bolt Époque”.

Dueño de toda la atención sobre las pistas, este semidiós moderno se mueve con soltura, sonríe a cada instante, hace chistes, burla la custodia de los voluntarios, regala autógrafos, apretones de mano, fotos y luego pasea descalzo como lo haría un niño por la sala de la casa.

Su único momento de seriedad parece ser los escasos segundos desde la arrancada hasta que toma ventaja definitiva. En esos instantes el gigante jamaicano contrae los músculos faciales, respira fuerte y bota el aire por la boca… pero diez metros antes de la meta casi todo vuelve a la normalidad, y unos dientes blanquísimos, que contrastan con su negra piel, emergen en esa sonrisa con la cual quistó las gradas.

La esencia del deporte para él apenas dura el tiempo en que los espectadores contienen la respiración para verlo cruzar primero. Mas el show es eterno: comienza mucho antes de posicionarse en los bloques de arrancada y se extiende con su paseo de celebración, la saeta, los gestos, las banderas de Jamaica, las zapatillas Puma en sus manos y toda una legión de fotógrafos que se agolpan para atrapar cualquier gesto de quien es hoy el rostro del atletismo mundial.

Los 200 metros planos corridos este jueves 27 de agosto de 2015 ratificaron lo que muchos sabían: Bolt compite únicamente contra sus fantasmas, y Justin Gatlin se equivocó de época para nacer.

De pie, como a quien no le interesa romper el récord, entró Usain Bolt  en Beijing 2015. Como de costumbre también, llevaba una sonrisa y cómoda ventaja, como si correr el doble hectómetro en 19.55 segundos fuese tan natural como pedir un café expreso o beber un vaso de agua.

Su desfachatez para vencer ha sido también su carta de triunfo, su tarjeta de presentación y sello personal.
Su desfachatez para vencer ha sido también su carta de triunfo, su tarjeta de presentación y sello personal.

Al resto de los corredores, incluso después de frenar y lanzarse al suelo, se les notaba el esfuerzo: las venas de la frente y el cuello marcadas, la respiración entrecortada. Mientras, Bolt saltaba la cerca en busca de su público, en busca del reto más complejo de toda la competencia: satisfacer a millones de personas que hemos asumido que este hombre es invencible.

En realidad, la grandeza, lo verdaderamente increíble de Usain Bolt, no son sus cronos de otro mundo, sino la gracia, la tranquilidad y el desparpajo con que los consigue, dejando siempre la impresión de no haberlo mostrado todo, de no forzarse al límite, de tener reservas para dejarnos sin habla cuando lo desee.

Ojo, algunos lo odian (momentáneamente) por eso, porque al parecer jamás sabremos con certeza hasta dónde pudo rebajar los tiempos si rematara a toda velocidad o lanzara su estatura de 1.92 metros para detener los relojes algunas centésimas antes. Sin embargo, esa misma actitud — la filosofía de disfrutar de las carreras más allá de los cronos, la total disposición de sacrificar récords por alimentar nuestra imaginación— es la que le ha ganado millones de adeptos.

Su desfachatez para vencer ha sido también su carta de triunfo, su tarjeta de presentación y sello personal. La aparente sencillez de sus victorias ha conmocionado el mundo, han trastocado cuanto creíamos posible en la velocidad y lo han adelantado a nuestro tiempo.

Usain Bolt hace mucho dejó de ser un hombre para convertirse en leyenda. Sus zancadas devorando metros sobre las pistas serán por siempre la imagen de la “Bolt Époque”: un tiempo irrepetible en el cual hemos convivido con un semidiós.

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