José Martí ante el surgimiento del panamericanismo

José Martí ante el surgimiento del panamericanismo

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La Conferencia Internacional de Washington, considerada la primera conferencia panamericana, comenzó oficialmente el 2 de octubre de 1889 y culminó el 19 de abril de 1890. A este cónclave convocado por Estados Unidos asistieron Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela, además del país convocante. Fue no solo la primera de estas reuniones sin también la más prolongada. Martí caracterizó aquellos meses, en su prólogo a los “Versos Sencillos”, como “aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos.”[1]

La visión martiana sobre aquella reunión permite comprender cómo el cubano comprendió la peligrosidad del momento para los pueblos de nuestra América, a partir de las intenciones del país que convidaba. Sus crónicas, así como sus cartas personales en esos meses, evidencian la profunda comprensión de Martí del significado de aquella reunión, lo que implica una visión sagaz de la sociedad estadounidense de fines del siglo XIX. Por el carácter público de las crónicas, nos detendremos en ellas de modo particular para mostrar la mirada martiana y su intención de alertar a los pueblos de la que ya denominaba “nuestra América”.

Lo primero que salta a la vista es la manera en que presentó a los lectores latinoamericanos las causas de aquel “convite”. En una crónica temprana, de 28 de septiembre de 1889 al periódico La Nación, de Buenos Aires, afirmó: “Las entrañas del congreso están como todas las entrañas, donde no se las ve.”[2] A continuación reseña lo que aparece en la prensa, que habla “conforme a su política”, en lo que presenta tanto al que desconfía, como al que “cree que los Estados Unidos son un gigante de azúcar (…) que va a poner en la riqueza y en la libertad a los pueblos que no la saben conquistar por sí propios”, como al que ha “mudado ya para siempre domicilio e interés” y habla de Estados Unidos como “mi país”, “con los labios fríos como dos monedas de oro”.[3] Es decir, apunta la diversidad que existía entre los países de nuestra América en sus posiciones ante el país del Norte, además de reseñar los intereses del que convocaba.

Un factor que resultaba alarmante para el Maestro era la división entre nuestros pueblos para enfrentar el nuevo “peligro”, por lo que pregunta en su crónica “¿Qué volverán para la América los tiempos en que entró Alvarado el Rubio en Guatemala porque lo dejaron entrar los quichés y los zutujiles?”, para después caracterizar a diferentes delegados latinoamericanos en sus actitudes ante Estados Unidos y reseñar la llegada y recibimiento que se ofreció a los que representaban a los gobiernos de nuestras repúblicas, así como los festejos y quiénes los ofrecían: casas de seguros, comerciantes, banqueros, lo cual se muestra con toda intención.[4]

La crónica martiana del 4 de octubre relata el paseo en el “tren palacio” a los delegados por una extensión de cinco mil cuatrocientas millas donde verían lo militar, monumentos, fábricas, rutas comerciales, graneros, “lo del trigo y lo de la cerveza”, pozos de petróleo, ferrocarriles, industrias, el hierro y el carbón, en fin, todo lo que se quería exhibir a los huéspedes que ya habían abierto ceremoniosamente el Congreso antes de la excursión. Luego vendría la sesión inaugural y los inicios de las actividades oficiales.[5] El 2 de noviembre, Martí arreció el análisis para la prensa continental, sin duda, con la intención de alertar. En esa fecha escribió una crónica en dos partes que tituló simplemente “Congreso internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”; esta comenzaba con los titulares de la prensa estadounidense que incluían expresiones como “El destino manifiesto”, “Ya es nuestro el golfo”, “Los panamericanos” y otros. Aquí Martí expresó con claridad su apreciación de aquella reunión:

(…) Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. (…).[6]

El párrafo citado es el que cierra con una idea que se ha repetido insistentemente, pero que conviene verla en su contexto específico: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”[7] Como puede verse, Martí señala que ha visto “con ojos judiciales” el convite, es decir, ha realizado su análisis y ha establecido su juicio sobre el asunto, cuestión de máxima importancia dado lo peligroso de la situación que se vivía en aquella coyuntura.

Según el criterio del Apóstol, todavía había tiempo “sin riesgo” para dar una respuesta “unánime y viril”, para enfrentar la “política secular y confesa de predominio de un vecino pujante y ambicioso”, lo que ejemplifica con la política seguida por Estados Unidos en los casos de México, Panamá, Nicaragua, Santo Domingo, Haití y Cuba, para “impedir su extensión” o “apoderarse de su territorio” o cortar sus lazos con el resto del universo, a partir de lo cual presenta una síntesis de esa historia, pues es importante el estudio  de “la relación de las dos nacionalidades de América en su historia y elementos presentes”, en lo que también tienen un espacio las contradicciones internas de Estados Unidos para entender que, finalmente, el congreso nació “de la conjunción de los intereses proteccionistas con la necesidad política de un candidato astuto.” De ahí se llegó al “·planteamiento desembozado de la era del predominio de los Estados Unidos sobre los pueblos de América.”[8]

La segunda parte de la crónica del 2 de noviembre mantiene el tono de análisis y alerta, en lo que señala las diferencias entre las dos partes de América pues de una, está “un pueblo que proclama su derecho de propia coronación a regir, por moralidad geográfica, en el continente, y anuncia, por boca de sus estadistas, en la prensa y en el púlpito, en el banquete y en el congreso, mientras pone la mano sobre una isla y trata de comprar otra, que todo el Norte de América ha de ser suyo, y se le ha de reconocer derecho imperial del istmo abajo”, con lo que ponía de manifiesto que el sistema de conjunto, con todos sus componentes, participaba de esa política; mientras de otra parte, estaban “los pueblos de origen y fines diversos” a quienes preguntaba: “¿y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo (…)?” Pregunta en la que señalaba que se le podía moderar la voluntad a ese enemigo antes de que se determinara a “echarse” sobre nuestros pueblos.[9]

Muchas preguntas planteó Martí a los lectores como forma de incitar a la reflexión, entre ellas “¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?”[10]

De esta manera reflexiva, analítica, Martí escribió para los pueblos de nuestra América acerca de aquel “convite” que dio origen al panamericanismo de manera formal. No solo alertó, también exhortó a enfrentar el peligro, como hizo cuando comentó una titular periodístico que afirmaba: “Blaine se adelanta a los sucesos como unos cincuenta años”, entonces el Maestro indicó: “¡A crecer, pues, pueblos de América, antes de los cincuenta años!”[11]

[1] José Martí: Obras Completas. Editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, T 16, p. 61.

[2] Ibíd., T 6, p. 35.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd., pp. 36-40.

[5] Ibíd., pp. 41-45.

[6] Ibíd., p. 46.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd., pp. 47-53.

[9] Ibíd., p. 56.

[10] Ibíd., p. 57.

[11] Ibíd., p. 59.

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