Por: Dra. Mildred de la Torre Molina
El periódico, en su versión digital correspondiente al 29 de mayo de 2015 y editado en papel el lunes 8 de junio, publicó una entrevista que me realizaran las conocidas periodistas Felipa Suárez y María de las Nieves Galá. El tema central lo constituyó el posible restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, fundamentalmente orientado hacia lo que comúnmente se denomina “penetración ideológica” del país norteño hacia el nuestro, bajo el prisma de la cultura y sus múltiples manifestaciones.
Al fragor de la conversación se produjeron inevitables incursiones en el universo polisémico del asunto, característico en periodistas especializadas en la historia y con un amplio dominio de la profesión. Lo cierto es que más que un “clasico” interrogatorio, el tema nos apasionó hasta el punto de olvidar la presencia de una grabadora. El encuentro resultó una enjundiosa tertulia de pareceres. Tal vez este carácter coloquial y casi íntimo fue percibido por los lectores, quienes, motivados por un acontecer de actualidad y que nos atañe a todos los cubanos, expresaron sus disímiles comentarios, acertadamente publicados en la edición digital.
Para informar y debatir están los medios de comunicación, si bien no siempre cumplen, en su totalidad, con dichos propósitos; pero no es menos cierto que las posibilidades existen y sus realizaciones, como en el caso que nos ocupa, son dignas de reconocimiento por parte de los que leen digitalmente la prensa, quienes, en definitiva, devienen verdaderos receptores y actores de la labor periodística.
Naturalmente, la improvisación y el carácter libre y desprejuiciado de nuestra conversación —insisto en su carácter y celebro que así sea—, pasaron por alto algunas cuestiones merecedoras de precisiones. Asuntos también derivados, o subyacentes, en algunos comentarios ofrecidos al periódico. De ahí la necesidad de retomar el tema con la intención de que continúe, para bien de todos, el debate.
La cultura como espiritualidad es trascendente e inclusiva. Su andar por la vida humana es infinito en tanto abarca todos sus universos. No hay parcela del conocimiento capaz de definirla o de asumirla como un todo. Nada ni nadie puede abrogarse su paternidad y, mucho menos, instituirse en sujeto develador o paradigmático. De manera consciente o no, todos respondemos a una cultura determinada o a un conjunto de diversos componentes culturales. Lo cierto es que la misma se fortalece, se debilita o deja de existir, solo mediante su conocimiento o ignorancia. También es veraz que todo proyecto de construcción social tiene su sustento en ella porque, a fin de cuentas, para perfeccionar al hombre, en su sentido genérico, se conciben y desarrollan las políticas gubernamentales o asociacionistas. Estas, a su vez, si responden a semejantes propósitos, deben ser emancipadoras.
El restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos constituye un acto de justicia para ambos pueblos y los del resto del orbe que han manifestado su solidaridad con la Mayor de las Antillas, cuyos avatares y tragedias no han impedido su acercamiento, con acciones concretas, hacia los países más necesitados de ayuda solidaria. Pero también significa un reto de inimaginable significación si se tiene en cuenta la historia de más de medio siglo de hostilidades y silencios orquestados por los gobiernos imperiales.
Semejante conducta tuvo notables incidencias en la vida de ambas naciones. No creo necesario abundar en el asunto, al menos en lo relativo al nuestro. Mucho se ha hablado, y se sigue y continúa analizando, sobre los perjuicios causados por el bloqueo y las agresiones físicas y económicas y, también, ¿por qué no recordarlo?, en el orden moral y espiritual, entiéndase, la vida cotidiana, la salud, las manifestaciones artísticas, la ciencia, la educación, el deporte, los medios informativos y todo lo que constituye la existencia de los que, con toda razón, denominamos los “de a pie”. Situación que ha imposibilitado el ejercicio pleno de nuestras potencialidades como país y estado nación.
Sin embargo, también ha afectado a los estadounidenses y a muchos ciudadanos del resto del mundo, cuyas presencias en Cuba, temporales o permanentes, se restringen o prohíben.
Este último aspecto quedó prácticamente ausente en la mencionada entrevista. Creer que el el restablecimiento de las relaciones resolverá todos nuestros problemas internos constituye una falacia. Al margen de que quedan cuestiones pendientes, entre ellas el mencionado bloqueo, demostraría ingenuidad y falta de conocimiento sobre la historia de ambos países imaginar que la “deseada prosperidad” depende de quienes no cesarán, al menos por un largo período de tiempo, en agredirnos por diferentes vías y medios. El camino independiente de Cuba constituye un pecado imperdonable para los orquestadores eternos de políticas expansionistas y hegemónicas.
Por otra parte, las decisiones finales solo competen al gobierno cubano, y la aprobación o no de las mismas es del pueblo. No existe otro camino, de lo contrario estaríamos actuando como colonizados en detrimento de nuestra historia independentista. Justamente, ese sujeto colonizado aparece y reaparece apostando por “el milagro americano”, o creyendo en las “ofertas” del anexionismo o en la aplicación de forma textual en Cuba del sistema democrático representativo. Se olvidan o desconocen la experiencia histórica de la república burguesa instaurada en la Isla durante la primera mitad del pasado siglo y su desarraigo secular de las aspiraciones justas de las mayorías poblacionales.
A la altura de este tiempo aquel no puede ser el camino, sino el de perfeccionar el régimen asumido, por voluntad popular, desde hace más de cincuenta años. No es una consigna, ni una declaración de principios, sino una defensa de la historia de nuestras realidades y aspiraciones.
Reitero lo expresado en la entrevista sobre la necesidad imperiosa de que nuestros pueblos se conozcan desde la cultura. Ella genera la fortaleza de la preservación de sólidos valores morales y el respeto mutuo. No voy a repetir lo dicho sobre la posibilidad de acercarnos sin prejuicios. Pero debo agregar que mucho podemos brindarle al estadounidense común. Los cubanos somos solidarios, abiertos al mundo, profundamente sensibles a las tragedias humanas, generalmente cultos, politizados, alegres y comunicativos, valientes y orgullosos de nuestra historia y sus símbolos. Tenemos un alto sentido del patriotismo y la dignidad nacional. Semejantes virtudes se transmiten a través del arte, la literatura, el deporte y la ciencia. También podemos dar mucho amor, ese que nace de la fe en el futuro y de la esperanza en el porvenir. Somos un pueblo inepto para las injusticias y las discriminaciones, y mediante las ideas luchamos por la equidad y la igualdad sociales. Ese universo está disponible para quien, de buena voluntad, lo quiera recibir.