Majestuosa se yergue, en la entrada misma de la bahía de Cienfuegos, la fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua. Los lugareños la han llamado siempre Castillo, el mismo nombre que dieron al poblado de pescadores que surgió y creció a su lado, con las tipicidades de los pequeños asentamientos de familias que le arrancan cada día las riquezas al mar para vivir.
Es la única fortificación militar española construida a finales del siglo XVIII en Cuba. Fue declarada Monumento Nacional el 10 de octubre de 1978, y el museo que acoge quedó abierto al público el 24 de marzo de 1998.
Fue fundada en 1745 con el objetivo de servir de defensa de la bahía, y muy probablemente de toda la costa sur de la Isla, junto con el Castillo de San Pedro de la Roca en Santiago de Cuba.
Mañana jueves cumplirá 270 años.
Como recoge la enciclopedia Ecured, son muy variados los hechos que hablan, desde el siglo XVI, de los intentos por fortificar la bahía de Jagua (Cienfuegos), dado lo propicio del lugar para la estancia y aprovisionamiento de los corsarios y piratas, así como las facilidades que la soledad del paraje proporcionaba al comercio de contrabando.
Sin embargo, este objetivo no pudo convertirse en un hecho real hasta que los propios intereses económicos de los terratenientes criollos se vieron perjudicados por el “salidero” que representaba la bahía desprotegida, agrega el propio texto.
En 1554, los muy conocidos filibusteros Jacques de Sores, Francis Drake, John Morgan, Jean “el Temerario” y Gilberto Girón visitaron, cada quien en su tiempo, la bahía. Con ellos comerciaban los habitantes de la comarca, contrabandeando así los productos que no tenían otra posibilidad de salida debido a la política restrictiva de la Metrópoli.
La Real Compañía de Comercio de La Habana se propuso costear la fortificación. En 1733 el ingeniero militar francés Joseph Tantete Dubruller recibió la orden de ejecutar la construcción del castillo. Doce años después quedaría terminado y más tarde se vería convertido en el protagonista de las acciones militares que, desde el interior de la isla, se dirigieron para el rescate de la capital durante la toma de La Habana por los ingleses, en el año 1763.
Se cuenta que la fortaleza fue escenario de combates navales contra embarcaciones piratas. En la mayor parte de las oportunidades posibilitó el rechazo de los ataques y evitó la entrada de las embarcaciones y sus tripulaciones. No pocas veces sirvió de prisión a muchos de los que se rebelaron contra el poder de la Metrópoli.
Las gruesas paredes son mudos testigos de siglos de historia.
Características constructivas
De acuerdo con la propia fuente consultada, la fortaleza cienfueguera posee características arquitectónicas de la Edad Media europea, por sus naves abovedadas y el foso que la rodea, pero su adaptación a la configuración del terreno y su planta geométrica la convierten en una fortificación típicamente americana.
Es expresión genuina de la arquitectura renacentista. La explanada escalonada de la entrada conduce a un puente levadizo que descansa sobre pilares y flanquea la entrada principal, impidiendo la comunicación con el interior cuando está levantado.
En su construcción emplearon bloques de piedras extraídos de las canteras de Pasacaballo (sitio situado al pasar el estrecho canal de entrada a la bahía), con un grosor de más de 1.10 metros de ancho. La puerta de entrada tiene forma rectangular coronada por un arco abovedado. Una escalera de caracol enlaza los dos niveles. La torre cilíndrica, con su cubierta en forma de cúpula, define la mayor altura del inmueble.
En los extremos de la plaza de armas están situadas dos garitas cilíndricas que posibilitan la observación. El castillo cuenta también con un aljibe con capacidad para 100 metros cúbicos de agua. Configurada para acopiar hasta la última gota de lluvia, la red hídrica se alimenta desde la planta más alta, recorre interiores de los muros y desciende hasta el aljibe, el cual posee aliviaderos hacia los fosos.
Para reforzar el sistema defensivo del puerto, en 1898, en vísperas de la intervención de los EE.UU., durante la Guerra Hispano—Cubana—Norteamericana, se construyeron tres baterías de cañones y obuses, adaptados a la topografía del terreno: la loma de Jagua o Vigía, la del faro de Villanueva y la de Carbonell, de las cuales sólo esta última quedó en su lugar como constancia histórica.
Recientemente la fortaleza fue restaurada, gracias al desvelo de quienes la preservan, a una costosa inversión financiera y a la labor minuciosa de trabadores del sector de la construcción de la provincia de Cienfuegos.
Ahora, a pesar de sus 270 años, viste sus mejores galas.
La leyenda
Gladys Caro Novoa y Marisol Otero Álvarez, directora del museo que funciona en el Castillo, en una publicación que aparece en Internet, afirman que en la instalación hay seis salas expositivas, una capilla y lo que fue la celda de tortura.
La fortaleza siempre ha sido motivos de mitos y leyendas de aparecidos y de tesoros que fueron resguardados por los corsarios y piratas. La más conocida, refieren las autoras, es la de la Dama Azul.
De generación en generación se ha transmitido que “en los primeros años de construido el Castillo de Jagua, a horas avanzadas de la noche, cuando la guarnición estaba descansando y los centinelas dormitaban, rendidos por la vigilia; cuando en el vecino caserío de marineros y pescadores todo era silencio; cuando reinaba la quietud y la soledad más solemnes, turbadas únicamente por el monótono ritmo de las olas, y la luna en lo alto del firmamento brillaba esplendente, envolviendo con su luz tenue la superficie tersa del mar y la abrupta de la tierra, un ave rara, desconocida, venida de ignotas regiones, de gran tamaño y blanco plumaje, hendía veloz el espacio y dirigiéndose al Castillo describía sobre él grandes espirales, a la vez que lanzaba agudos graznidos.
“Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla de la fortaleza o se desprendía de las paredes, filtrándose a través de ellas, un fantasma o sombra de una mujer alta, elegante, vestida de brocado azul guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas, y cubierta toda ella, de la cabeza a los pies, por un velo sutil, transparente, que flotaba en el aire. Y después de pasear por sobre los muros y almenas, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.
“La fantástica visión se repetía varias noches, produciendo el natural temor entre los soldados que guarnecían, todos ellos veteranos que habían peleado en muchas y distintas ocasiones y que no podían ser tildados de cobardes. Sin embargo, aquellos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por temor a ella, llegaron a resistirse a cubrir de noche las guardias que les correspondían.
“Había un joven alférez recién llegado, arrogante y decidido, que no creía en fantasmas ni apariciones de ultratumba. Se reía de buena gana del temor de los soldados y para probarles lo infundado que era, se dispuso una noche a sustituir al centinela. Cuando los soldados se retiraron a sus dormitorios, quedó él paseando, tranquilo y sereno, por la explanada superior del castillo, sin más arma que su espada.
“De pronto oyó el penetrante graznido y el batir de alas. En el preciso momento, el reloj daba la primera campanada de las doce. Levantó la cabeza y vio la extraña ave describiendo grandes círculos sobre la fortaleza. Y de las paredes de la capilla, surgió y avanzó hacia él la Dama Azul. El alférez sintió que el corazón le daba un vuelco, mas por el esfuerzo de su férrea voluntad dominó los nervios y fue decidido al encuentro con fantasma…
“¿Qué sucedió entre la Dama Azul y el alférez? Nunca pudo averiguarse. El momento más culminante de la leyenda permanece en el misterio. Pero sí señala que a la mañana siguiente los soldados hallaron al alférez tendido en el suelo, sin conocimiento, y a su lado una calavera, un manto azul y la espada partida en dos pedazos.
“Don Gonzalo, que era el nombre del joven militar, se recobró pronto del letargo, pero perdió la razón y tuvo que ser recluido en un manicomio. En su extraña locura, veía siempre a un fantasma, al que en vano acometía.
“Todavía existe la creencia de que la Dama Azul hace sus apariciones y pasea sobre los muros de la fortaleza. A los primeros rayos de la aurora, se lanza al aire y dando gritos, se pierde en el espesura del inmediato Caletón”.
Acerca del autor
Graduado de Profesor de Educación General en el Instituto Superior Pedagógico Félix Varela, de Villa Clara, Cuba (1979). Ha laborado en la Revista Juventud Técnica, semanario En Guardia, órgano del Ejército Central, periódicos Escambray, CINCO de Septiembre y Granma. Desde el año 2007 es corresponsal de Trabajadores en la provincia de Cienfuegos. Está especializado en temas económicos y agropecuarios. En 1999 acompañó en funciones periodísticas a la segunda Brigada Médica Cubana que llegó a Honduras después del paso del huracán Mitch. Publicó el libro Verdades sin puerto (Editorial cubana MECENAS). Ha estado en otras tres ocasiones en esa nación centroamericana, en funciones periodísticas, impartiendo conferencias a estudiantes universitarios, asesorando medios de comunicación e impartiendo cursos-talleres sobre actualización periodística a periodistas y comunicadores. Multipremiado en premios y concursos internacionales, nacionales y provinciales de Periodismo. Fue merecedor del Premio Provincial Periodístico Manuel Hurtado del Valle (Cienfuegos) por la Obra de la Vida – 2012. Le fue conferido el Sello de Laureado, otorgado por el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura (SNTC). Mantiene evaluación profesional de Excepcional.
Un articulo muy completo.
gracias
Gracias, es un honor. Cienfuegos es una ciudad agradecida. Saludos.
FELICIDADES A TODOS LOS CIENFUEGUEROS.