De la constancia al éxito

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Elio Constantín, ícono del periodismo deportivo cubano.
Elio Constantín, ícono del periodismo deportivo cubano.

Javier Perera, estudiante de Periodismo

Un diestro en el oficio periodístico como Juan Marrero dijo sobre otro irremplazable de la profesión: “sus pasiones favoritas fueron siempre el deporte, la historia, el lenguaje, el periodismo y la Revolución”. Con tal apología Marrero se refirió a Elio Enrique Constantín Alfonso,  oriundo insigne del poblado Hatuey, en la central provincia de Camagüey. Este lugar recibió su nacimiento el 4 de febrero de 1919. Años más tarde se traslada a La Habana y se alza, con el tiempo, como uno de los más ilustres periodistas deportivos de Cuba.

Fanático empedernido del futbol, puso su atención en cualquier encuentro que se efectuara, sin importar jerarquía o calidad. Disfrutaba cada jugada del más universal de los deportes. Más que disfrutar las convertía en crónicas e incluso dicen que hasta las narraba, poniendo adornos al más fino empeño. Cubrió con gusto el Mundial de 1978, el mismo que vio titularse por primera vez a la albiceleste, con el atributo incluido de anfitriones.

No dejó escapar la siempre importante presencia en Cuba de un astro en su apogeo como Diego Armando Maradona. La pluma de Constantín se desplazó durante 16 días por varias de las instalaciones de Moscú, sede de los XXII Juegos Olímpicos. Y como esos grandes momentos de su vida, se sucedieron otros que le consolidaron también su vocación profesional hacia el deporte.

Pero como se dijo antes, el periodismo deportivo no fue el único de sus amores.  Fue testigo de los albores de la Revolución de los claveles y reportó con pinceladas gruesas sus acontecimientos, así como el proceso de despojo de la dictadura salazarista en Portugal. Con más de 60 años cumplidos y la voluntad de un principiante, acude como corresponsal de guerra a Nicaragua y allí es vocero de las adversidades sufridas por la Revolución Sandinista.

Antes de esa experiencia por tierras nicaragüenses,  vivió uno de los fragmentos más cruciales de su vida. En 1979 asistió con Fidel Castro a la ONU. En esos predios el Comandante en Jefe pronunció unas palabras como Presidente del Movimiento de Países No Alineados. Elio se sintió gratificado, revolucionariamente hablando, sobre todo, pues esa fue una de las facetas que también lo distinguió.

Luchó por esta Revolución antes de que la victoria fuera un suceso verídico. Enfrentó a las autoridades batistianas desde el Movimiento 26 de Julio y fue un colaborador activo en el secuestro del piloto argentino Juan Manuel Fangio. Tanta era su modestia, que hechos como esos raras veces salieron de su boca.

Uno de sus más grandes afanes fue el estudio del  idioma nuestro. Por su condición de corrector en varias revistas antes del triunfo decisorio de 1959, desarrolló ese marcado interés hacia las riquezas e intríngulis del castellano. Se ganó el respeto de sus colegas, abogó por la correcta escritura en los medio donde trabajó y constituyó un tipo caritativo, presto a brindar sus conocimientos a los necesitados.

Pese a ser buena parte de su vida un hombre con cargos, jamás -dicen los que lo conocieron- hizo alarde de superioridad y se comportó como un soldado raso, siempre desde una posición de respeto, tino e inteligencia. Aún después de jubilado, mantuvo respirando la popular sección Del Lenguaje en su inseparable periódico Granma, hasta el 12 de septiembre de 1995, cuando la enfermedad que padecía le marcó un gol de derrota. El periodista de espejuelos grandes y mirada reposada dejó un halo de estelaridad que solo pocos consiguen.

“Cuba perdió a uno de sus grandes maestros del periodismo. Mientras se haga periodismo habrá que hablar de Elio E. Constantín”, concluye Marrero.

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