Es lunes 8:30 a.m. un teléfono suena y aún no ha llegado ni la secretaria ni la directora X al centro de trabajo Y. Nadie contesta. El periodista que insiste desde el otro lado de la línea, no lo sabe y continúa porque es horario laboral y le han enseñado en la academia que a esa hora cada cual debería estar detrás de su buró, o haciendo lo que le toca.
Una madre trabajadora rejuega con el tiempo para atender a su niña, al trabajo y comprar las cosas necesarias para el hogar, por eso se escabulle unos minutos de su oficio para intentarlo, pero llega a la vidriera y en vez de encontrar a la dependienta, un escuálido cartel le anuncia las causas de la temprana salida: ¡cerramos por inventario!
Realidades como estas suceden muy a menudo y las causas varían hasta con el estado del tiempo, pero en esta labor de “casainformaciones” que han dado en conocer como periodismo abundan más cuando de fuentes y contactos se trata. Pero, ¿y la producción de alimentos, los niños enfermos, el pan de cada día, la leche, el transporte público …? Existen muchos oficios de los que si no llega en hora el responsable, solo caos reinaría.
Y es que cuando de eficiencia o productividad o salario se habla casi nunca miran hacia el cumplimiento del horario laboral como un aspecto esencial, aun cuando muchos saben de justificantes casi injustificables para cubrir demoras y escapadas.
Desde que sales de la puerta de tu casa, ya sea para arreglar los espejuelos de la abuela o comprar un simple jabón, todo está marcado por el tiempo perdido que te provocan los otros, esos que enarbolan ideas de “por un servicio mejor” que ya rozan la hipocresía y la falta de respeto.
Te mueven a su antojo con situaciones que impiden el cumplimiento de tu “misión” y te agrian el alma y las buenas formas; ya no eres dueño de tus decisiones porque dependes de esos que creen que pueden controlar tu tiempo.
Y es ahí donde la productividad, la producción y el éxito de la empresa no se alcanzan porque la base, el trabajador que debería estar desde temprano en su puesto haciendo lo que le corresponde, no llegó o se demoró, a veces por razones muy serias, pero otras ocasiones, no tanto.
Y ni “tocar” al que asiste puntual, pero pasa el día entero, sin que nadie lo note, “cuchicheando” sobre quien ganó en el concurso de la Voz Kid o inflando planillas que nunca termina. Esos son harina de otro comentario.
La puntualidad y su cumplimiento deberían reforzarse en las normativas laborales cubanas, porque el horario se ha degradado y el tiempo se va, nadie lo reembolsa y luego, ¿quién paga? Por ejemplo en la ciudad de Camagüey, una de sus calles principales y más comercial, República, siempre ha sido objeto de comentarios alarmantes de las miradas foráneas que no entienden cómo en plena jornada laboral, y no necesariamente durante los meses estivales, hay tantos transeúntes. ¿Quién sabe? A lo mejor ese es su trabajo.
Ya a estas alturas, para muchos, la impuntualidad se ha institucionalizado y hermanado con el relajo. Pero lo más preocupante del asunto es cuando vemos a los jóvenes, quienes aprenden por imitación, apoyando la tardanza injustificada y la “escapada” temprano. ¿Es eso lo que deseamos para los futuros trabajadores?
Espero que no, y también aspiro a que ya exista alguien pensando en un mañana más responsable si de horarios laborales se trata porque no es justo que los vaqueros se levanten de madrugada a ordeñar las vacas y el resto “se duerma en los laureles”.