Una escuela poco común

Una escuela poco común

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Kirenia Herrera recorre más de 5 kilómetros diarios para llevar a su pequeña a la escuela. Foto: Vicente Brito.
Kirenia Herrera recorre más de 5 kilómetros diarios para llevar a su pequeña a la escuela. Foto: Vicente Brito.

Al agitar las riendas del caballo, Kirenia Herrera enrumba hacia el futuro de su pequeña Esmaidy Betancourt. La joven madre recorre más de 5 kilómetros diarios para ir de la Rocosera de Guaranal hasta la escuelita ubicada en Manaca Ranzola. Ya las piedras del camino adivinan el galope cotidiano, y desde la vera, Natura dispone melodías campestres para disipar la soledad durante la travesía.

“Hago varios viajes en la jornada: parto cuando todavía no ha salido el sol y luego traigo el almuerzo a la niña. Ella cursa el primer grado; tenemos la suerte de contar con este centro y con maestros dedicados a ofrecer conocimiento a nuestros hijos a pesar de la lejanía”, reconoció Kirenia.

En un ambiente sui géneris, el plantel custodia el obelisco dedicado al Frente de las Villas y respira los vestigios guerrilleros que aún habitan en el aledaño lomerío del Escambray. La pequeña estructura muestra particularidades y deviene clara afrenta a la ignorancia que supone, en otros países, vivir lejos de las grandes ciudades.

45 minutos para tres clases diferentes…

Miguel de la Rosa prefiere definir su edad por los 39 cursos en que ha consolidado la vocación por el magisterio, no “por huirle a los años, sino porque la valía de enseñar marca sobremanera la vida”. El docente recrea su rutina para Trabajadores con evidente placer por la labor que realiza; y descubre los artilugios empleados a la hora de formar alumnos de diferentes edades en un mismo espacio.

“Las aulas multigrados demandan autopreparación constante porque enfrentamos a un grupo heterogéneo compuesto por niños de diferentes grados y de un mismo ciclo (por ejemplo: de primer a cuarto grados). En nuestras manos descansa la responsabilidad de que, en 45 minutos, los estudiantes reciban las clases correspondientes, entiendan el contenido y cumplan con los objetivos propios de sus respectivos niveles escolares. En estos momentos tenemos 16 discípulos en total”.

Una mixtura difícil de sobrellevar reta cotidianamente al veterano maestro, pues, lo diverso del auditorio y la capacidad de centrar a los niños en lo que realmente les interesa, exigen trabajo. Sin embargo, De la Rosa ha conseguido que la ráfaga de saberes llegue al blanco preciso, incluso, cuando los estudiantes requieren Enseñanza Especial.

“En tales casos, recibimos instrucciones del  Centro de Diagnóstico y Orientación (CDO) y, de acuerdo con las características individuales del pequeño, definimos los planes de estudio. Yo creo que este tipo de aulas, lejos de confundir al alumnado refuerzan las relaciones entre ellos y enriquecen el conocimiento de unos u otros a partir de la interacción. Incluso, en ocasiones propongo actividades conjuntas o clases únicas, para acercarlos mucho más”, comentó el profesor.

Según el pedagogo, la escuelita demuestra que los niños de las zonas del Plan Turquino no viven aislados ni carecen de acceso a un futuro mejor. Orgulloso cuenta cómo surgieron de su experiencia educadora actuales médicos, ingenieros y hasta diplomáticos. Sabiéndose creador de una base que permitirá a sus pupilos evadir la ignorancia, Miguel de la Rosa ya no es para ellos solo un maestro.

Con cariño de padre los recibe y despide día a día en la puerta del plantel. Así, la mamá de Esmaidy Betancourt Herrera va y viene con la certidumbre de haber dejado a su hija en las mejores manos; razón suficiente para hacer valedera su travesía cotidiana.

 

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