Transcurridos poco más de seis meses, luego de asumir su segundo mandato, Obama continúa sometido a un virtual boicot del Partido Republicano y está rodeado cada vez más de la indiferencia política de buena parte de la población, en la que había sembrado grandes expectativas de cambio.
Para colmo de males, en la última etapa se ha visto obligado a moverse entre las salpicaduras de más de un escándalo de corrupción y bajo el cuestionamiento derivado de los ilegales programas de espionaje, una “barbaridad política” que “se le fue de las manos”.
Se sabe que cuando Barck Obama participaba como aspirante en sus primeros comicios presidenciales, uno de los puntos de su programa era dejar atrás la etapa de George W, Bush, en la que hubo escuchas telefónicas sin orden judicial, pero según difundió la propia prensa estadounidense, el pasado año el actual mandatario prorrogó el documento que da la posibilidad de espiar a cualquier ciudadano del país, convirtiéndose de hecho en continuador de la nefasta política de su antecesor.
Su accionar en este sentido se ha reforzado; ha impulsado la guerra cibernética más allá de las fronteras de la nación, extendiendo el espionaje a sus propios aliados europeos y miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como bien lo ha hecho saber al mundo el ex técnico de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense, Edward Snowden.
Obama no ha cerrado, como prometió una y otra vez, la cárcel de Guantánamo, supuestamente debido al freno en tal sentido por parte del Congreso, aunque se sabe que cuenta con las prerrogativas legales para hacerlo.
Según analistas, a lo interno las esperanzas de avanzar en temas como el crecimiento económico y disminuir el abultado desempleo, se estancan, en una sociedad que tiene más de tres millones de parados y una enorme deuda pública que suma billones de dólares. Un ejemplo suficientemente ilustrativo es la ciudad de Detroit, otrora gigante industrial, y que se declaró recientemente en bancarrota.
La ley sobre el control de armas no ha progresado, como ha ocurrido también con buena parte de la reforma de salud propuesta por el presidente, sin contar que el alcance de la política migratoria ha defraudado a millones de latinos indocumentados, no obstante el beneficio de estos a la economía de Estados Unidos.
En el ámbito externo, con la aparente retirada de las tropas invasoras de Irak, el jefe del imperio supuestamente cumpliócon su palabra; pero la violencia y los atentados no terminan y mantienen en permanente inestabilidad a ese Estado árabe, mientras en Afganistán Washington ejecuta una gran operación terrorista y asesina a mansalva con aviones no tripulados.
Fuera de la agenda electoral de Obama, aunque no por ello menos importante ante los ojos de la opinión pública en todo el mundo, el bloqueo contra Cuba, rechazado por casi todos los Estados, sigue intacto, y los reclamos de numerosas personalidades para que libere a los antiterroristas de la Isla no han sido escuchados por él.
En el colmo de su desatino, hace muy poco ha propuesto como embajadora de EE.UU. ante las Naciones Unidas a su exasesora de derechos humanos, Samantha Power, quien declaró en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado que de ser confirmada en el cargo, luchará contra la “represión a la sociedad civil” que se lleva a cabo en países como Cuba, Irán, Rusia y Venezuela, además de comprometerse a defender a Israel en el seno de la ONU y luchar porque se prive a Palestina de todos sus derechos en los organismos internacionales.
Como muchas medidas anteriores, no parece ser esta última una decisión que a la larga favorezca la devaluada imagen del actual presidente de los Estados Unidos de América.
El Obama que sembró optimismo en la nación nortemericana alcanza hoy muy bajos índices de popularidad, y no sin razones.
(Por Georgina Camacho Leyva)