Dos minutos después del pitazo inicial Brasil hizo delirar las 80 mil almas que albergó el Maracaná. Fred, desde el suelo y con frialdad, abría el marcador y España sentía por primera vez, en años, la premura de la derrota respirándole en la nuca. Era la premonición de lo que sería el partido.
La final de la Copa Confederaciones 2013, sin más adornos, decretó el fin de una leyenda. La canarinha repitió su título de la edición anterior y para hacerlo usó como alfombra roja a la selección española al derrotarla 3-0.
Los ibéricos, descolocados, desbordados por una ola verdeamarela que los dejó sin argumentos, vieron cortados todos sus circuitos; asistieron casi como espectadores al choque que rompió definitivamente cualquier maleficio que pesase sobre el mítico estadio. Este domingo, en el Maracaná se cometió un españolicidio.
Sin demasiada parafernalia, sin la fanfarria que otrora caracterizó a los sudamericanos, Brasil mostró la estirpe de una generación que marca pauta en el fútbol mundial. Precisos, veloces, seguros y con una definición letal los pentacampeones mundiales disertaron.
El resultado final fue inobjetable. Los europeos perdieron un penal en la pierna derecha de Sergio Ramos y la defensa brasileña fue exacta como maquinaria suiza. Brasil, con dos dianas de Fred y una de Neymar, un rival imposible en una noche de ensueño.
No se podría hablar de sorpresas, pero el marcador fue inesperado. España hizo lo que pudo, pero nunca fue suficiente. Brasil, gracias al cielo y luego de varios años de espera, dio un aviso claro —acaso premonitorio—: el jogo bonito está vivo. Ahora quién lo duda.
El consuelo de bronce quedó para Italia, que apeló a la magia de Gianluigi Buffon para derrotar a los uruguayos en definición por penales luego del abrazo a dos goles.