Pesas y pesos:  ¿matrimonio feliz?

Pesas y pesos: ¿matrimonio feliz?

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Las líneas de ron no se correspondían con la cantidad pedida, ni con el precio,   en La Casa Grande.  Fotos: Eddy Martin
Las líneas de ron no se correspondían con la cantidad pedida, ni con el precio,
en La Casa Grande. Fotos: Eddy Martin

De medidas, gramos, calidad  y respeto al consumidor  trata esta historia.  No es nueva para el cubano  común adaptado a una cotidianidad  casi natural pero que, incluso a golpe de costumbre, continúa provocando insatisfacción, molestia,
impotencia. Algunos evidentemente son víctimas; sin embargo, le guiñan el ojo al delito. Otros, todavía más ¿conscientes?, tratan de defender su terreno y se enfrentan a una realidad muy fuerte, complicada de descifrar, y más aún de   encontrarle la solución final.

El robo de productos estatales a la luz de todos y con la complicidad de muchos, y la apatía con que algunos atestiguan la imbricación entre mercado estatal y mercado negro, son fenómenos que lastramos desde hace demasiados años. Difícil es para una parte importante de la población sustraerse de esta comparsa que siempre encontrará bailador mientras haya alguien dispuesto a tocar su ritmo.

Para muestra, un botón: un equipo de Trabajadores realizó un recorrido con varios inspectores de la Dirección Integral de Supervisión y Control (DISC), en la capital, donde pudimos constatar que los hábitos desarrollados en varios centros de gastronomía no han sido erradicados, y persiste la manía de pensar en “lo  mío primero”, o en “ayúdame, que yo te ayudaré”.

La comparsa se baila muy bien 

Todavía no es tiempo de apertura en la cafetería–restaurante La Favorita, en el municipio de Centro Habana. Falta aproximadamente una hora para prestar servicios, pero uno de sus dependientes, al parecer, no pudo resistirse al  encanto de dos bellas clientas que, en efecto, eran del equipo de la DISC. “Un favor que quise hacerles”, revelaría un poco más tarde el trabajador de unos 50 años.

La limpieza perfecta, unas mesas bien vestidas, la ventilación agradable,   y empleados pulcros contrastaban con una música elevada que empañaba la imagen favorable que a simple vista mostraba este establecimiento. La pizarra les dio la bienvenida a las damas: un menú bien surtido era la carta de presentación de La Favorita.

La cantidad de arroz que ofertaron en La Favorita no coincidía con el gramaje   mostrado en la pizarra.
La cantidad de arroz que ofertaron en La Favorita no coincidía con el gramaje
mostrado en la pizarra.

El pedido fue simple: arroz salteado y hamburguesa de cerdo. Cuando este equipo decidió corroborar que el confort se atemperaba con la calidad y cantidad de los productos ofrecidos, las caras alegres cambiaron y el ambiente se enrareció. A pesar de que al arroz no le faltaba ninguno de los ingredientes y parecía fresco, el gramaje no era el adecuado, faltaba una  arte, y se exigía el mismo precio.

El escenario de la comprobación fue el área de elaboración: un pequeño  localcito a escasos pasos del   restaurante, donde se constataron   alimentos destapados, lo cual constituye   también una violación. Encima   de eso, no había una higiene óptima   en la cafetería; pero el gramaje de los   panes con jamonada y picadillo estaba   correcto.

Cuestionado por este reportero,   la joven dependienta de esta área   admitió tener la pizarra desactualizada   y recibir pesos convertibles de los clientes, lo cual no es lícito; pero   según ella, es para “resolverles” a la   gente que “no usa otra moneda”  (¿?).   Para colmo, el administrador,   Idael Cobas Noa, defendió ese hecho,   al plantear que si no aceptaban   CUC no cumplirían el plan   de ventas, por lo que tenían que ir   al banco todos los días a cambiar   esos billetes.

La mirada atónita del dependiente,   el rostro mudo del   administrador, y la sonrisa enigmática de la chica convertían   aquella mañana calurosa en una imagen surrealista. Y   nosotros nos encontrábamos,   como un termómetro,   midiéndole   la temperatura al desastre.

Finalmente, los resultados de   aquella inspección brotaron: dos   multas para cada trabajador. A pesar   de que ellos esperaban cándidamente   la determinación de los inspectores,   les asombró la suma: unos 200 pesos   en total para cada uno. La expresión   facial no podía ser más elocuente: era   casi idéntica a la que podía expresar   cualquier cliente al ver su cantidad   de arroz disminuida en el plato.

A pocas cuadras de La Favorita   está La Casa Grande, establecimiento   que asombra por un nombre   que desentona con la calidad del   servicio. Se dice una cafetería, pero   ron, cerveza dispensada, refresco   gaseado, y algunos panes
abocados   hacia la calle desde un mostrador   eran todas sus opciones de venta.

Uno de nuestros inspectores pidió,   como cliente, una dispensada,   un trago doble de ron Don Diego, y   par de panes con queso y jamón. La   misma mesa sirvió de escena y alrededor   de ella se libró un campo de   batalla. Ni las líneas estaban completas,   ni la cerveza llegaba a su   precio. Para colmo, el administrador   no estaba en el establecimiento,   pues se encontraba para el hospital.

En este caso, el encargado del almacén,   Ramón García Barreras, asumió toda la culpa por el desorden   que se evidenciaba. Aceptó los   fraudes detectados, les dio la razón   a los inspectores, pero arguyó que   ni tienen pesa para comprobar el   gramaje de los productos, ni él puede   estar “velando a los cantineros   todo el tiempo”.

Interrogado por este reportero,   el dependiente del ron manifestó no   tener “nada que decir” ante el suceso.   Su rostro revelaba indignación,  frustración y desconfianza, al mismo   tiempo que uno de sus compañeros   se empeñaba en que los inspectores   “lo llevaran suave”, pues es   “padre de familia”. Parece que no   tuvo en cuenta que muchos clientes   también tienen hijos y son estafados  constantemente en muchos establecimientos   gastronómicos del Estado.

De igual forma, las multas llovieron   para todos, incluso para la   joven que vendía en el mostrador,   al constatarse presencia de moscas   sobre los productos. Por otra parte,   los panes contaban con el peso correcto,   pero el local de elaboración  no tenía la mejor higiene.

Para el inspector, Bienvenido   Morales Nelson, es común que ejemplos   como estos se den a menudo en   centros de comercio y gastronomía   en la capital, y los implicados traten   de enmascarar sus acciones.

Estas prácticas se han combatido   durante décadas sin encontrar una solución definitiva. Los nuevos   modelos de gestión, como las cooperativas, con un mayor control en   beneficio de los gestores y del consumidor,   constituyen un paso que  permitirá al Estado desembarasarse   de ese nudo gordiano y centrarse   en cuestiones estratégicas. Apostemos.

Acerca del autor

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana en el 2006. Después de graduado comenzó a trabajar como redactor-reportero en el semanario Granma Internacional, donde atendió temas diversos, desde económicos hasta sociales. Ha sido profesor de la carrera Comunicación Social en la Universidad de La Habana, y actualmente es periodista en el periódico Trabajadores, donde cubre temas de economía, fundamentalmente. Colabora con la editorial En Vivo, del Instituto Cubano de Radio y Televisión, así como con otras publicaciones. Ha asistido a diplomados, cursos, talleres y seminarios sobre Periodismo Económico, Relaciones Públicas, Periodismo Digital, y Administración Pública.

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