Contrario a lo que muchos pudieran pensar, Alcides Sagarra Carón no llegó al boxeo por amor. A los 13 años había correteado bastante por las empinadas calles santiagueras y sus andanzas resultaban bien conocidas por los repartos Mejiquito y Portuondo, a pesar de ser un asmático crónico.
Un buen día oyó decir que el boxeo constituía un magnífico antídoto contra el asma y no lo pensó dos veces… se metió en el inmenso ring que hasta hoy ha sido su vida.
“Cuando la vieja se enteró, me busqué tremendo lío, porque ella decía que me iban a dar muchos trompones. Imagínese, era el más chiquito de los Sagarra Carón”. Entre el disgusto de la vieja y uno que otro guantazo más fuerte que lo debido, comenzó a hilvanar una carrera deportiva que daría mucho de qué hablar.
Como todo niño pobre, sabía que debía buscar algo para la casa. Los viejos se habían divorciado y la madre no podía sola con todo. “Limpié zapatos, vendí periódicos, por las noches estudiaba en la Academia y hasta llegué a cursar un año en Artes y Oficios… pero no dejé el boxeo”.
Un día insinuó que le gustaba la mecánica y el padre lo metió en un taller de esa especialidad. “Al menos —dijo— cuando se aburra del boxeo, ya tiene oficio”.
En tal idea Alcides lo hizo quedar mal, pero muy bien le vino lo del taller, su centro laboral hasta los años 60 —no recuerda exactamente— en que fue para el INDER.
Había llegado a La Habana en 1954, cargado de ilusiones y en busca de nuevos horizontes para su boxeo, pues las fintas y filigranas sobre el encerado eran su sueño las 24 horas del día. Compitió en el Club Las Águilas, en la Arena Trejo y en el Palacio de los Deportes de Paseo y Mar, cuando acontecía allí algún cartel con peleadores amateurs. “Pero un año después ya me querían hacer profesional y eso no me gustaba, pues la mayoría de ellos nunca tenían nada y muchos estaban punchingdrung. Sumaba por ese entonces unas 40 peleas y me retiré”.
Ante ello, su entrenador, por lo visto un hombre muy observador, le pidió que se quedara ayudándolo en el Gimnasio Villar Kelly, del Vedado, donde lo sorprendió el triunfo revolucionario.
El más famoso entrenador de boxeo del mundo
En el inicio de los años 60, Alcides laboraba en la empresa de Garajes y Talleres, del Ministerio de Salud Pública. Era dirigente sindical y a cada rato andaba en problemas por su forma directa de decir las cosas, cualidad que felizmente lo acompaña todavía.
Gozaba de una licencia deportiva y adiestraba a sus atletas en el Gimnasio de Agua Dulce. En el Torneo Playa Girón de 1963 su escuadra logró siete campeones y muchos comenzaron a fijarse en él.
Un año después —aún como trabajador de Garajes— llegó a la selección nacional, asistió en calidad de entrenador a los Juegos Olímpicos de Tokio y a numerosos eventos en el exterior.
Paralelamente, y en poco tiempo, transitó por la Facultad Obrero-Campesina, estudió idiomas y obtuvo su título de Profesor de Educación Física. Evidentemente, lo quería abarcar todo.
En México 1968 Alcides guió las primeras medallas bajo los cinco aros. Lo mejor estaba por venir.Y fue en Munich 1972 donde llegaron los primeros campeones olímpicos con Orlandito Martínez, Emilio Correa y Stevenson. ¡Tremendo alegrón!
A partir de ese momento se convirtió en el preparador principal de nuestra preselección nacional y afianzó la idea de que el boxeo también es estudio.Alcanzó primero la Licenciatura en Cultura Física y en 1991 el grado de Doctor en Ciencias Pedagógicas.Sus triunfos se repetían constantemente y con el tiempo se convirtió en el entrenador de boxeo con más campeones olímpicos. De los 32 títulos ganados por Cuba en Juegos Olímpicos, Alcides estuvo 27 veces en la esquina del campeón.
¿Cuántos buenos y malos momentos le deparó?
“En el boxeo mis sueños más sublimes se hicieron realidad. Cuando mi boxeador vence es el mejor momento. Pero es muy malo cada vez que pierde alguno. Fue muy doloroso retirarnos del Mundial de Houston 1999, así como las derrotas de Stevenson ante Igor Visolski”.
Desenfadado, Alcides es un decidor de cosas tremendas, de carácter amable y fuerte a la vez, quien asume como “su maletín” esa honorable fama que lo acompaña por doquier.
Prefiere no comprometerse cuando de sus mejores pupilos se trata. “Es muy difícil decirte cuál es el mejor.Creo que aquel con más lauros, pero en mi lista no pueden faltar Teófilo, Savón, Gómez, Aldama, Soria, Garbey, Carrión, Correa, Herrera, Jorgito y Kindelán”.
En el boxeo se aprende a ser caballero
“Nadie puede hacer una gran obra sin buenos colaboradores”, dice al enumerar las características de la escuela cubana que ayudó a crear: “constancia, preparación, suspicacia y simpatía de los cubanos. Dicen que somos ‘bichos’, pero la cuestión es llevar al ring todo lo bueno que encierran esas palabras.
“También aporta la intimidad que logramos con la familia del atleta y el nivel de compromiso del joven. No podemos olvidar lo mucho que influyen su conciencia, personalidad y el medio en que crecen.
“Tratamos de borrar el criterio de que el boxeo es para gente bruta. Nuestra mejor medalla ha sido la de la cultura y el nivel educacional de los atletas. Además aprendemos a ser caballeros”.
Para Sagarra un entrenador debe ser ejemplo, máxime en un deporte fuerte como el boxeo.
¿Fue Sagarra Carón un buen boxeador?
Piensa su respuesta. Elude y contragolpea: “Creo que no, aunque a decir verdad, no debí ser muy malo, porque aún boxeo todos los días y en escenarios muy complicados”.
Profeta en su tierra
Con 73 años, Alcides ha obtenido casi todo lo deseado y puede asegurar que fue profeta en su tierra.“Cuando me entregaron el título de Hijo Predilecto de Santiago de Cuba me buscaron a los amigos de niño, esos que correteaban y tiraban piedras conmigo.Rememoramos la niñez y parecíamos los mismos.
Todavía asume responsabilidades en la dirección nacional del boxeo cubano, “pero lo que más emoción me da es el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.