Cuando salió del poblado La Melba, en Moa, aquella tarde de febrero sólo lo hizo con una mochila y su sonrisa a media cara. Pocos apostaban a que se adaptaría a vivir en La Habana sin el calor de sus padres y abuelos, y casi nadie imaginó que el judo cubano la inmortalizaría a partir de la actuación memorable de un día olímpico Continuar leyendo