En momentos en que dedicaba todo su esfuerzo a organizar la guerra por él calificada de necesaria, José Martí no dudó en dirigirse al Mayor General Máximo Gómez Báez para ofrecerle el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, el cual resurgiría una vez iniciado el levantamiento armado en Cuba. Para ello, en carta fechada en Santiago de los Caballeros, en República Dominicana, el 13 de septiembre de 1892 escribió a quien como parte de las Reservas Dominicanas del ejército español, se había establecido en Cuba en 1865 y pasados tres años no lo pensó para sumarse a la gesta independentista iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, en la cual llegó a ocupar el mismo cargo que Martí le pedía aceptar en la nueva contienda:
«Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres (…)». Así, en nombre del Partido Revolucionario Cubano depositaba en sus manos la conducción militar de la guerra que desde hacía algún tiempo organizaba para poner término al sistema colonial español en la isla.
La respuesta del generoso dominicano, que en los campos cubanos se ganó en buena lid el grado de Mayor General, no se hizo esperar. Breve y enérgica fue su aceptación: “Desde ahora puede usted contar con mis servicios”.
Como el más cubano de los cubanos
La oportunista intervención de Estados Unidos en la guerra, cuando el triunfo del Ejército Libertador era una realidad indiscutible, preocupó particularmente a Gómez, quien así lo manifestó el 24 de septiembre de 1898, cuando en su campamento del central Narcisa, escribió:
“La situación es, por demás aflictiva. Según lo pactado entre España y los Estados Unidos la evacuación por parte de los españoles, de la Isla, se hará despacio cómodamente, para después ocuparla los americanos. Mientras tanto, a los cubanos nos ha tocado el despoblado y por premio de nuestros servicios de nuestro cruento sacrificio; el hambre y la desnudez, que hubieran sido más soportables en plena guerra que en esta paz, donde no nos es permitido ostentar nuestros laureles tan bien conquistados”.
Luego de asegurar que nadie se explicaba la ocupación y que la actitud del Gobierno estadounidense revelaba más que un gran negocio, precisó:
“(…) Nada más racional y justo, que el dueño de una casa, sea el mismo que la va a vivir con su familia, el que la amueble y adorne a su satisfacción y gusto; y no que se vea obligado a seguir, contra su voluntad y gusto, las imposiciones del vecino”.
La Asamblea de Representantes, reunida los días 11 y 12 de marzo de 1899, lo destituyó del cargo de General en Jefe, por lo cual, en Manifiesto al País y al Ejército, fechado el último de esos días, señaló: “En donde quiera que el destino me imponga plantar mi tienda, allí pueden contar los cubanos con un amigo”.
Con relación a este hecho, el 2 de abril de ese año escribió a su esposa, la cubana Bernarda Toro Pelegrín:
“Los que esperan, están desesperados. Como yo no espero nada, estoy muy tranquilo con mi inesperada situación, descargado de toda responsabilidad y gozando del cariño de este pueblo que ahora más que nunca, me lo ha demostrado, comprometiendo, por modo tan elevado y sentido, mi gratitud eterna”.
De igual modo se manifestó el 3 de diciembre de 1904, cuando aseguró que su deuda de amor con el pueblo cubano era inmensa y sería eterna para él y los suyos.
De su desinterés y entrega ilimitada a Cuba dan fe las palabras siguientes:
“(…) Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario (…) Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos”.
El amor de todo un pueblo
“La Hamaca no me es ya cómoda, como lo era antes; y es que la Tierra quizás me llame a su seno”, escribió en su Diario de campaña el 24 de febrero de 1898, en ocasión del tercer aniversario del inicio de la contienda convocada por Martí. Y más adelante señaló que el puesto por él ocupado contaba con un gran número de desafectos entre los mismos que a esa responsabilidad lo habían elevado y era, además, blanco seguro para los traidores.
No se equivocó, pues de entre ellos surgieron quienes provocaron su destitución. No obstante, como él mismo refirió, el pueblo le dio sobradas muestras de respeto y cariño, sentimientos que se han transmitido de generación en generación, en eterno homenaje a quien dedicó su juventud y fuerzas a la lucha por la libertad e independencia cubanas.
Acerca del autor
Graduada de Licenciatura en Periodismo, en 1972.
Trabajó en el Centro de Estudios de Historia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en el desaparecido periódico Bastión, y como editora en la Casa Editorial Verde Olivo, ambos también de las FAR. Actualmente se desempeña como reportera en el periódico Trabajadores.
Ha publicado varios libros en calidad de autora y otros como coautora.
Especializada en temas de la historia de Cuba y del movimiento sindical cubano.