Aunque no tantas como las acumuladas por su antecesora Hillary Clinton, el nuevo secretario de Estado norteamericano, John Kerry, registra un número considerable de horas-vuelo como enviado del presidente Barak Obama, para “deshacer entuertos” vinculados a los intereses de la Casa Blanca en el Oriente Medio.
La sexta gira mesoriental del jefe de la diplomacia estadounidense desde que asumió el cargo en febrero pasado, se inició en Jordania, país que mantiene estrechas relaciones con Washington y Tel Aviv,y donde Kerry sostuvo entrevistas con su ministro de Relaciones Exteriores, Nasser Judeh, y se reunió con Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), además de dialogar ampliamente con autoridades de la Liga Árabe, en un nuevo intento de relanzar las negociaciones de paz israelopalestinas, colapsadas desde el 2010.
A pesar de que el enviado de Obama anunció, tras reunirse con Mahmoud Abbas que palestinos e israelíes reiniciarían en breve las conversaciones, numerosos observadores aseguran que hasta el presente este no ha sido capaz de convencer a las autoridades sionistas de detener la construcción de asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania, una de las condiciones establecidas por los palestinos para acudir a la mesa de negociaciones, junto a la liberación de los presos políticos y el retorno a las frontera de 1967.
Lo tratado en las conversaciones Kerry-Abbas no ha trascendido en todos sus detalles, pero fuentes palestinas dieron a conocer que ambos abordaron el plan del secretario de Estado norteamericano para reiniciar el proceso de paz, que incluye una serie de proyectos económicos por valor de 4 mil millones de dólares destinados a fomentar el desarrollo de Cisjordania, sumida desde hace dos años en una grave crisis económica. No se sabe si el diálogo abordó la dramática situación humanitaria que atraviesa el millón y medio de residentes en la Franja de Gaza, bloqueada por aire, mar y tierra.
Los resultados de la ronda del jefe de la diplomacia estadounidense permanecen en la incertidumbre, luego que el primer ministro Benjamín Netanyahu desmintió el jueves las declaraciones de un funcionario de su Administración acerca de que Israel había aceptado reanudar el diálogo de paz con los palestinos sobre la base de las fronteras existentes antes de la guerra de los Seis Días (1967), además de un intercambio de tierras.
En Egipto, reconocido aliado de Washington y Tel Aviv, Kerry se centró en el interés de la Casa Blanca para tratar de conciliar a las partes en pugna, poner freno a la desestabilización del país mediante un compromiso entre las Fuerzas Armadas y los partidarios y detractores del derrocado presidente Mohamed Mursi y, sobre todo, apagar las llamas de la insurrección, nada propicia a los intereses norteamericanos.
Estados Unidos se ha negado a calificar de golpe de Estado la acción militar que derrocó al presidente Mursi, electo mediante el sufragio universal, y con el cual sostuvo una virtual luna de miel. Durante muchos años Egipto, el mayor de los países árabes, ha representado un tema fundamental de los planes estratégicos de Washington y Tel Aviv, y ambas naciones convirtieron sus relaciones con El Cairo en un asunto de seguridad nacional, una argucia que tiempo después mostró sus verdaderos objetivos geopolíticos y económicos con la invasión a Irak, las intervenciones subversivas en Libia y Siria, y la posibilidad de una agresión directa a la República Islámica de Irán.
En este escenario, y con el tema sirio permanentemente en su agenda, la gira africana de John Kerry no despierta grandes expectativas de éxito, sobre todo porque los vientos en esta región no baten a favor de Estados Unidos.