Un lustro después de la bárbara agresión de la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte) a Libia, esta nación del norte de África es ignorada por los grandes espacios informativos. La carencia de estabilidad política y de un Gobierno de unidad nacional, azotada por la extrema violencia y las luchas intestinas de facciones rivales por el poder, mantienen al país sumido en la anarquía.
El nuevo concepto estratégico de brazo armado, fuerza de tarea y gendarme internacional asignado a la Otan por Estados Unidos y las demás potencias imperialistas, fue adoptado por sus 28 Estados miembros en Lisboa, en el 2010.
Esta concepción militar, enmascarada como “la guerra al terrorismo” encontró también en Libia, como antes en Irak, un campo propicio para los objetivos de Occidente de derrocar a sus Gobiernos y controlar sus ricos yacimientos de petróleo. Específicamente los de Trípoli han sido reconocidos entre los de mejor calidad del mundo.
Los bombardeos de la aviación de la Alianza, así como los de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, al amparo de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU; el apoyo militar y logístico a los opositores al régimen, y el asesinato de Muammar El Gaddafi por agentes al servicio de la inteligencia extranjera, tuvieron efectos devastadores sobre la nación.
La población de Libia ha visto cómo se ha subvertido el orden institucional del país árabe y cómo se ha esfumado el elevado estatus económico que otrora disfrutaba. La Gran Yamahiria Libia Popular Socialista, sin ser la sociedad perfecta, tenía el primer lugar en el índice de desarrollo humano de África, poseía la más alta esperanza de vida del continente y exhibía un elevado nivel cultural.
En el escenario internacional se distinguía por apoyar la lucha de liberación nacional en cualquier continente.
Hoy Libia no es ni la sombra de la nación que durante más de 40 años mantuvo una relativa estabilidad política, un sólido desarrollo económico y un alto índice de seguridad social. Esa situación ha sido brutalmente revertida por la agresión de la Otan, a lo que habría que sumar la campaña demonizadora en los medios de prensa occidentales.
La guerra civil sufrida en los años 2014-2015 es una secuela de la impuesta por Occidente y expresa la extrema violencia que vive el país, donde el interés nacional se diluye entre los grupos yihadistas e islamitas de las ciudades de Bengasi y Trípoli, que de hecho conforman dos Gobiernos enfrentados por el control de las cuotas de petróleo, comercializadas en gran parte por las empresas transnacionales.
Este conflicto armado ha tomado matices tribales, regionales y confesionales, que no fueron resueltos en las elecciones celebradas para la constitución del Parlamento, en junio del 2014, ni tampoco por el flamante Gobierno de unidad nacional organizado por Naciones Unidas en diciembre del 2015.
La agudización de las confrontaciones internas y el respaldo foráneo han concitado la internacionalización del drama libio. Varios Estados Árabes del Golfo han intervenido y brindan indistinto apoyo a las partes en pugna.
En este escenario actúan también las bandas terroristas del autoproclamado Ejército Islámico, tornando más complejo el desolador panorama que siguió a la intervención extranjera, “cuya responsabilidad”, según las recientes declaraciones del primer ministro francés Manuel Valls, “es no haberla continuado”.
Las expectativas sobre el desarrollo de la convulsa situación en Libia, signada por los asesinatos políticos, las ejecuciones extrajudiciales y el irrespeto a los derechos humanos, no pueden ser optimistas.
En la región se expresan actualmente las tácticas imperialistas de subvertir gobiernos, mediatizar movimientos revolucionarios emergentes en el mundo árabe, desestabilizar a Siria derrocando a su presidente Bashar Al Assad, camino que han reforzado con nuevas acciones contra Irán.
Todo esto para poder cumplimentar los planes de un Oriente Medio ampliado, concebido en los nefastos años de la administración del belicista presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
Para tan siniestros objetivos, la Otan es la tropa de choque de las potencias imperialistas. También para su denodado empeño de extender su cerco belicista a la Federación Rusia y contener a China, aun con los peligros que eso entraña para la humanidad.