Hace casi un año, el 17 de diciembre, los presidentes de Cuba y Estados Unidos anunciaron al mundo, en alocuciones televisas simultáneas, la adopción de un conjunto de medidas dirigidas a restablecer las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Las partes expresaron abiertamente sus posiciones de principios y evidenciaron voluntad bilateral para superar diferencias, dominantes por más de medio siglo, e iniciar una nueva etapa de oportunidades y desafíos.
La alegría por el regreso a suelo patrio de los Héroes de la República de Cuba Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar y Antonio Guerrero Rodríguez, desbordó a todos.
Tanto la dignidad, resistencia y altruismo del pueblo cubano frente a las sistemáticas agresiones y adversidades, como el valor intrínseco del diálogo político como pilar fundamental para superar enconados conflictos, fueron determinantes en la consecución exitosa de tales acontecimientos.
Esta hazaña tampoco hubiera sido posible sin la movilización activa y consciente de millones de personas en el mundo, algunas de ellas anónimas –agrupadas en comités y grupos de solidaridad, Gobiernos, parlamentos, organizaciones, instituciones y personalidades– que decidieron abrazar esta causa y luchar durante 16 años hasta alcanzar la liberación de los Cinco antiterroristas cubanos.
Atrás quedaron la injusticia, el encierro perpetuo, la censura mediática, violaciones de toda índole, historias de dolor, separación familiar, angustia, desvelo y lágrimas.
Algunos quedaron en el camino y no pudieron ver coronados sus esfuerzos en esta batalla colosal. Con ellos estaremos siempre en deuda por su entrega desinteresada, constancia y sacrificio hasta el final de sus días.
Gracias a Gerardo, Ramón, Antonio, René y Fernando por el coraje, valor y resistencia, por el amor, fidelidad y respeto a la tierra que los vio nacer. El solo hecho de arriesgar sus vidas para salvar del terror y la muerte a hijos de este pueblo y del estadounidense, merece el respeto y la admiración de la humanidad.
Sin lugar a dudas, el restablecimiento de vínculos diplomáticos entre Washington y La Habana, y el inicio del camino hacia la normalización de las relaciones bilaterales, constituyen la vía hacia la merecida reparación de una injusticia y deuda históricas con la nación cubana.
En fin de cuentas, este pequeño país nunca puso en vigor disposiciones y prácticas lesivas a la soberanía de Estados Unidos, nunca impulsó ni protagonizó invasiones y acciones criminales contra ese territorio, ni presionó a empresas internacionales en terceros países para evitar suministros de medicamentos necesarios para curar el cáncer en niños norteamericanos.
Tampoco se negó a que brigadas médicas ofrecieran su ayuda desinteresada a los damnificados del Katrina, ni dispuso leyes para matar de hambre al pueblo estadounidense, ni pretende imponer en ese país un sistema político, económico, social y cultural diferente al que existe. Lo único que ha hecho, siempre en las más difíciles condiciones, es compartir lo que tiene.
Hoy, tanto Cuba como Estados Unidos reabrieron sus respectivas embajadas en Washington y La Habana, y a nivel de cancillerías acordaron la creación de una comisión bilateral, mecanismo para abordar el proceso hacia la normalización.
Hasta el momento, en este espacio de diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana y sin imposiciones, las partes trabajan en temas relativos a la cooperación y asuntos de carácter bilateral y multilateral.
El deshielo entre ambas naciones será un proceso largo y complejo; muchos asuntos espinosos quedan aún por resolver, como son las compensaciones por daños humanos y económicos causados al pueblo cubano por la política hostil de sucesivas administraciones norteamericanas durante más de 50 años.
El bloqueo continúa siendo el mayor obstáculo para alcanzar la normalización de las relaciones entre los dos países, al tiempo que impone un freno al desarrollo de todas las potencialidades de la economía cubana.
La puerta de la convivencia racional está abierta y Estados Unidos tiene la oportunidad de corregir injusticias y honrar cada uno de sus compromisos con espíritu de cooperación. Es momento de obrar por el bien común de nuestros pueblos y redoblar el avance en ese propósito humanista.