Día de la Ciencia cubana: Una joya modelada con pasión

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Centro de Inmunoensayo - Fidel Castro - Cuba

Por: Raiza Arango Medina y Ana Margarita González

Fidel nos decía: Con que logremos que ni un solo niño nazca con malformaciones congénitas es válido todo el esfuerzo. Esa fue la premisa para el nacimiento y desarrollo del Centro de Inmunoensayo, recuerda Efigenio Yanes Hernández, uno de los escogidos para poner a punto la tecnología que pronto se reconoció como el Suma (sistema ultra micro analítico).

“A mediados de la década de los 80, me citaron al Consejo de Estado y hablaron de una misión, dije que sí pensando en Angola o Etiopía, pero era esta: incorporarme a un departamento del Cenic, con el doctor José Luis Fernández Yero al frente, pues él había hecho su tesis sobre esta tecnología en Alemania y traía las claves para desarrollarla. La idea era lograr en Cuba una producción masiva de equipos de diagnóstico y reactivos; de otra manera no podíamos contar con ella.

“Una tarde, el Comandante en Jefe nos trajo para acá, esto era un potrero, una colinita donde pastaban algunas reses, y nos dijo que aquí íbamos a levantar el centro. Durante su construcción y los primeros tiempos, él venía, se ponía a trabajar en un torno de control numérico, y nos hablaba de la importancia de nuestra labor, con la cual se podían prevenir muchas enfermedades.

“Lo que más nos impactó fueron las malformaciones congénitas que nos mostraron para familiarizarnos con el asunto; cuando Fidel me preguntó de dónde provenía y le respondí que de la Daafar, me comentó: ‘¡mira qué cosa, estabas en un lugar donde preparamos a los soldados para la guerra y ahora vienes a preparar especialistas para salvar vidas!’”

Una demanda que crece

La historia, contada por la doctora Rebeca Sonia González Fernández, se remonta a aquel día en que el investigador Fernández Yero le presentó al Comandante en Jefe un método que permitía identificar, antes del parto, malformaciones del cierre del tubo neural (prueba conocida como alfafetoproteína), las cuales son prácticamente incompatibles con la vida. El centro se fundó el 7 de septiembre de 1987, y Fernández Yero lo dirigió hasta el 2012.

La tecnología Suma se fue ampliando. “Se dieron pasos en el tamiz neonatal, prueba que se realiza a los recién nacidos para detectar enfermedades clínicamente inaparentes, pero que pueden ocasionar la muerte o retraso mental severo si no se detectan y tratan con anterioridad; una de ellas es lo que popularmente se conoce como cretinismo o hipotiroidismo congénito”, comentó la doctora Rebeca.

El desarrollo del Suma posibilitó que hoy se puedan pesquisar cinco enfermedades: la fenilcetonuria, la hiperplasia adrenal congénita, el déficit de biotinidasa, galactosemia y el hipotiroidismo congénito, a partir de una muestra de sangre que se toma del calcañal (talón) del bebé al quinto día de nacido.

“Con todos estos resultados, el sistema de salud amplió la demanda de productos, entre ellos los que permitieran la detección y control de enfermedades transmisibles. Consecutivamente los científicos trabajaron en la obtención de un kit para confirmar la presencia de dengue, y otros para VIH-sida, hepatitis B y C, tétanos y lepra.

“También participamos en el control de la transmisión vertical del VIH, pues a las gestantes se les realizan pruebas de sida y de hepatitis al igual que a sus parejas”.

Los pedidos de salud pública se enfocaron después a los productos para la detección de enfermedades no transmisibles, que son las primeras causas de muerte en el país. Inmunoensayo respondió con el ya conocido PSA (antígeno específico prostático), además de un paquete tecnológico para el control del cáncer cérvico uterino integrado por los kits desechables de prueba citológica, un videocolposcopio y un equipo de electrocirugía, que permite tratar las enfermedades en las consultas cuando son diagnosticadas en los primeros estadios.

La doctora Rebeca explicó que a ese equipo se acopla un aspirador de humo para extraer los gases y olores que produce la vagina durante la cirugía. Este conjunto, afirmó, se encuentra en las 45 consultas de patología de cuello que existen en el país.

En esta enumeración no pueden quedarse fuera los glucómetros y biosensores, el test para la microalbuminuria (proteínas en orina a través de las cuales se revela tempranamente la enfermedad renal crónica); más novedoso es el marco estereotáctico (se comercializa en Argentina con muy buenos resultados), el cual permite efectuar cirugías por mínimo acceso en el cerebro con el paciente consciente, sobre todo a los que padecen de párkinson.

“Los mantenimientos de los equipos los realizan nuestros especialistas sin costo alguno para salud pública, ese es el compromiso; tenemos laboratorios en policlínicos, hospitales y en bancos de sangre, y más de 500 en el exterior; el centro se autofinancia desde 1990, le ahorra al país más de 120 millones de dólares por sustitución de importaciones.

“Inmunoensayo ha logrado seis premios internacionales por las exportaciones y el que otorga la Academia de Ciencias; ha recibido 21 veces consecutivas la condición de vanguardia nacional, la bandera Ernesto Che Guevara y el sello conmemorativo 75 Aniversario de la CTC”.

El doctor Fernández Yero, cuando mostraba la tecnología al Comandante en Jefe. | foto: Cortesía del Centro de Inmunoensayo
El doctor Fernández Yero, cuando mostraba la tecnología al Comandante en Jefe. | foto: Cortesía del Centro de Inmunoensayo

La casa de muchos

El secreto para forjar este paradigma es el sacrificio y sentido de pertenencia de los fundadores, que se fue transmitiendo al colectivo, puntualizó Tulio Horta, secretario general del buró sindical, quien considera la institución como su propia casa. “La administración se ocupa de los problemas de los trabajadores —son muy exigentes—, que se centran en la alimentación o cambios en el recorrido del transporte (ya no venimos en bicicletas como al principio), o en cualquier necesidad puntual de alguien o algún grupo.

“Los jóvenes son especiales, pues al compás de los más viejos trabajan sin parar cuantas horas sean necesarias, están incorporados a las BTJ y hasta desempeñan funciones de dirección. El colectivo primario lo integraban 48 personas: investigadores, técnicos y obreros; la cifra ha aumentado a 322 y llegaremos a 360.

“El sindicato desarrolla su ejercicio de representación: luchamos por bajar aún más el ausentismo (es de 2,2 %), mantener salarios justos, y que se usen adecuadamente los medios de protección. Nuestra misión es producir equipos, reactivos y softwares para hacer pesquisas en personas aparentemente sanas”, explicó Tulio.

“No todo lo que hacemos llega a feliz término, algunos proyectos se han frustrado, y siempre se aprende algo hasta de los errores; cuando llegamos a una meta aparece otra superior, ahora trabajamos en 27 programas y seguiremos investigando, porque la salud demanda de nosotros”, enfatizó Miguel Ángel García, subdirector de Investigación y Desarrollo.

No trabajamos por títulos

Maravillados con tanta historia preguntamos cuántas heroínas o héroes del trabajo había en el centro, y una voz que salió detrás de una mampara respondió: “Nosotros no trabajamos para que nos den reconocimientos”. Aunque así sea, el currículo de muchos amerita una valoración al respecto.

En un área de alto riesgo biológico, donde se producen reactivos a pequeña escala, la Máster en Ciencias Juliette Cazanave Mora hizo un recuento de aquellos tiempos iniciales: “Sabíamos que entrábamos a las ocho de la mañana, pero no a qué hora íbamos a salir, de hecho, muchas veces hasta nos quedábamos a dormir”.

Por todo ese esfuerzo es que quizás esta doctora, creadora del PSA, un medio para detectar afecciones de la próstata, incluso hasta el cáncer, dijo conclusivamente: “Ese no es mi mayor logro, sino mi hija. Ella creció a la par del centro. Con 45 días de nacida me vi obligada a ponerla en el círculo infantil; por las tardes la recogía, retornaba al centro en bicicleta y en ocasiones hasta me brindaban un canapé para recostar a la niña”.

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