En la era digital, donde las cambiantes tecnologías dominan gran parte de la vida cotidiana, el teatro mantiene su esencia artesanal. Y al mismo tiempo, es capaz de cuestionar e incorporar nuevas tendencias y adelantos. La escena es un ámbito abierto.

Cada representación deviene creación única e irrepetible, que depende de la interacción en vivo entre actores y público. Esta característica resalta su valor como experiencia humana compartida. Al preservar esta autenticidad, el teatro ofrece una resistencia implícita a la deshumanización que puede acompañar ciertas nociones de innovación técnica. Pero fidelidad a un espíritu no significa anquilosamiento.
En el mensaje por el Día Mundial del Teatro de 2025, que se celebrará el 27 de marzo, el director escénico griego Theodoros Terzopoulos se cuestiona si el teatro puede iluminar los traumas sociales actuales en lugar de centrarse únicamente en sí mismo. Esa interrogante apunta a la capacidad del arte para abordar las complejidades del aquí y ahora, y su responsabilidad de mostrar las diversas problemáticas.
Urge mantener un enfoque en la condición humana. No se trata solo de entretener, es también necesario movilizar. Hay que preservar las fuentes de belleza que ha creado el hombre. Arte de confluencia, el teatro propicia la comunión, un instante de verdad compartida que no puede ser replicado ni archivado. En ese encuentro efímero reside su poder: cada función es una fiesta del arte como ente vivo, pujante.