Las heridas siguen abiertas

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Las heridas abiertas a los panameños por el fuego del ejército estadounidense sangran aún 35 años después, porque fracasó el intento de las élites de confinar en el olvido la mayor masacre que recuerde el país.

Los helicópteros «cazaban» a las personas dentro de la ciudad. Foto El País

Transcurría la tarde del domingo 17 de diciembre de 1989 y en la Casa Blanca, militares y civiles conspiraban contra el pueblo panameño con el objetivo central de destruir las Fuerzas de Defensa (ejército), apresar al general Manuel Antonio Noriega y colocar a un gobierno que respondiera a sus órdenes.

“Okay, let’s do it. The hell with it!”, fue la grosera frase del entonces presidente Geroge H.W. Bush (1924-2018) que traducida significa: “Bien, hagámoslo. Al diablo con eso”.

En la reunión, el general Colin Powell, a la sazón jefe del Estado Mayor Conjunto, explicó al mandatario que, en la variante de solo apresar a Noriega, no resolverían “los problemas” de Panamá porque en las Fuerzas de Defensa (FDP) “había clones de Noriega” que podrían remplazarlo.

Los detalles de la invasión las reveló la monografía Operación Causa Justa: La planificación y ejecución de operaciones conjuntas en Panamá, que en 1995 publicó la oficina de historia del jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, con la advertencia de que la información fue revisada y aprobada por esa instancia.

El menú de la opción militar perseguía los siguientes objetivos: salvaguardar la vida de 30 mil ciudadanos estadounidenses que residían en Panamá; proteger el Canal de Panamá y 142 sitios de defensa de los Estados Unidos en el país; ayudar a la oposición panameña a establecer una “democracia genuina”; neutralizar (entiéndase dar al traste) a las FDP y capturar a Noriega.

 

Invasión con mayoría militar absoluta

El teniente general Thomas Kelly, jefe de operaciones del Comando Conjunto, dio órdenes de iniciar la invasión a la una de la madrugada del 20 de diciembre de 1989, tomando en cuenta que las tropas aerotransportadas y de operaciones especiales estaban entrenadas para ataques nocturnos, o dicho con la arrogancia de Kelly: “somos los dueños de la noche”.

El martes 19, más de 200 aviones partieron de Estados Unidos a Panamá en un puente aéreo que incluyó el uso del super secreto F-117-A, la nave invisible, cuya efectividad probaron en esa invasión, a pesar de los altos costos de cada aparato y su operación.

La famosa foto de la tanqueta atrincherada dentro de una lavandería en plena calle. Foto Anónima

El poderío aéreo lo respaldó la 82 división de infantería aerotransportada -famosa por múltiples invasiones en la región-, naves de espionaje radioelectrónico AWACS, cisternas volantes para el reabastecimiento de combustible en pleno vuelo y cazas.

Tan ostentoso movimiento comprometió la sorpresa estratégica, porque no pasó inadvertido a la prensa estadounidense y la cadena CBS comentó a las 10 de la noche del martes que “aviones de transporte militar de Estados Unidos salieron de Fort Bragg (Carolina del Norte) y el Pentágono declinó decir si iban o no a Panamá”.

La monografía reconoció que el secreto no era tan absoluto, porque la llegada de aviones de carga a la base de Howard, al oeste de la capital panameña, puso en alerta a las FDP de una operación militar sobre ellos, pero desconocían en qué momento se lanzarían.

Poco más de las cinco de la tarde del día previo, la inteligencia estadounidense conoció que Luis del Cid, escolta de Noriega, comentó que el ejército de Estados Unidos planeaba un ataque quirúrgico para apoderarse de su jefe.

Ya descubierta la operación, comandantes de las PDF trasmitieron casi a medianoche un mensaje a sus tropas: “Vienen. El juego de pelota es a la una de la madrugada. Informe a sus unidades, saque sus armas y prepárese para luchar”.

 

Desquite por la humillación de Vietnam

La narración épica del mencionado informe del Pentágono se ridiculiza, sin proponérselo, al relatar los detalles de las fuerzas bélicas que debía enfrentar, donde reconoció que de unos 12 mil 800 efectivos con que contaba el ejército y la policía, apenas cuatro mil poseían preparación para el combate.

Como medios militares tenían 28 blindados, aviones de reconocimiento, transporte, entrenamiento y helicópteros sin artillería, además de embarcaciones guardacostas y lanchas. Con recelo incluyeron que a Noriega los respaldaban 18 Batallones de la Dignidad, que los estadounidenses calificaron como “paramilitares”.

Algunos analistas consideraron que el aparatoso despliegue de las fuerzas estadounidenses y el recuento castrense que recogió hasta los detalles más morbosos de la masacre, era una especie de retaliación por la vergonzosa derrota sufrida en Vietnam.

Las imágenes de helicópteros en Saigón (capital del entonces Vietnam del Sur) abordados desesperadamente por las tropas para salvar la vida fue un mensaje tan omnipresente que necesitaba una “victoria” como la de Panamá para elevar la moral de las tropas y dar “una lección” de poder.

 

Causa justa, ¿para quién?

Operación Causa Justa fue el bautizo con tintes épicos que dio Estados Unidos a una invasión que aún tiene la deuda del reconocimiento y el resarcimiento de los invasores, mientras que muchas familias esperan conocer el destino de sus desparecidos.

En su justificación de la acción armada, el expresidente H.W. Bush, declaró que era para traer democracia al país, y pidió reconocimiento para un “gobierno democrático” que asumió el poder en una base militar estadounidense.

En la invasión unos pusieron los muertos y otros celebraron con vinos, mientras en inglés enarbolaron carteles de Thank you (gracias) y estrechaban las ensangrentadas manos de los agresores.

Algunos pudieron sepultar a sus muertos, otros aún esperan por encontrarlos. Foto BBC

Revelaciones anónimas aseguraron que una mujer de aquella aristocracia, la cual felicitó a las tropas invasoras, expresó en privado a su esposo, quien se lamentó de las pérdidas humanas: “hay que recuperar la democracia, aunque sea sobre una montaña de cadáveres”.

Apenas un año después, un documental mostró a una mujer que pidió al gobierno impuesto por Estados Unidos, una definición de si reconocían el hecho como “guerra, invasión o liberación”, e irónicamente lo calificó de “gobierno de democracia y justicia”.

Con desafío a la represión de entonces, interrogó públicamente: “¿Democracia para quién? ¿justicia para quién? ¿para los que están en las fosas comunes o para los que están en el gobierno actual? ¿para los que pasamos hambre y miseria o para los que lo tienen todo?”.

Las deudas nunca fueron ni siquiera aliviadas, y en los últimos años el descubrimiento de fosas comunes y la identificación de algunos cadáveres envueltos en lonas con la inscripción US Army (Ejército de Estados Unidos) compiten con la lista de desaparecidos; por eso las heridas siguen abiertas.

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