Nunca antes habían podido evitar que se hiciera con una medalla en unos Juegos Olímpicos. Hoy, la serbia Milica Zabic se convirtió en la primera y única judoca que pudo frenar a Idalys Ortiz en el camino a un podio bajo los cinco aros.
Esta, quizás, sea la mayor hazaña de su carrera: derrotar a una leyenda que iba por su quinta medalla en París, a pesar de haber tenido un año muy difícil.
La primera salida no fue más que el síntoma de mejora del que algunos hablan antes del último aliento. Pasos cortos. Rostro trancado. Saludo. Par de halones y estrangulación en el newaza. Solo 28 segundos para conseguir el Ippon, estrujando a la india Tulika Maan, que quedó desparramada en la misma posición en la que Idalys la sometió.
Ilusión. Mucha ilusión avalada por un palmarés donde reluce la gloria. Los años pesan un poco más. La historia también lo hace. Y a esto último prefieren aferrarse los que esperan por la quinta.
Los 28 segundos son engañosos. No dejaron ver mucho. Zabic se planta bien y no luce fácil. El reloj va descontando el tiempo e Idalys siente que sus fuerzas se degradan también en cuenta regresiva. La penalizan.
Ella va contra Zabic, pero va, además, contra los pronósticos, los años… contra su historia misma. La penalizan otra vez y no encuentra salida en el Campo de Marte.
Hasta que cae el tercer shido y solo ahí puede sentir que todo acabó, sin la quinta medalla, pero en sus términos: combatiendo hasta el final por despedirse de la forma en que quería: compitiendo contra los límites en París. Ese fue su último aliento olímpico.
Y es también parte de su legado: luchar en un escenario adverso donde no valen cuatro medallas olímpicas, ni dos títulos mundiales, ni cuatro coronas panamericanas… pelear como aquella jovencita que se llevó el bronce en Beijing cuando no tenía nada.
Adiós, leyenda… y ¡gracias!