La era de las grandes salas de cine, en las que se reunían diariamente centenares de espectadores para disfrutar juntos una película, ha quedado atrás. La democratización de las tecnologías, que ha posibilitado que desde un pequeño dispositivo el usuario pueda acceder a un cúmulo de ofertas audiovisuales sin necesidad de salir de su casa, ha golpeado las lógicas más convencionales de socialización de la cinematografía. Y las mediaciones tecnológicas impactan decididamente en el audiovisual, mucho más que en artes que conservan mejor la capacidad de convocatoria del hecho presencial, como el teatro y la danza.
Es, por supuesto, un fenómeno universal. Las grandes empresas comercializadoras del cine han debido articular estrategias para preservar las enormes tajadas del negocio. Y algunos especialistas afirman que, a la larga, Internet y sus múltiples (y potenciales) esquemas de acceso ganarán la batalla. Sin contar las implicaciones para el arte y la industria que el inevitable desarrollo de la técnica puedan avizorar.
Hay quien habla incluso de que en el futuro el cine prescindirá de los actores, en el triunfo aplastante de la llamada inteligencia artificial.
No vamos a sumarnos a ese debate. Confiamos en que el arte siga primando, al menos en determinados ámbitos de la creación. Y esperamos que el desarrollo tecnológico esté puesto siempre en función de la expresión.
Y tampoco hay que atrincherarse ante nuevos derroteros.
Lo cierto es que, sin subestimar estas nuevas maneras de acercarse al cine (y las no tan nuevas, no se puede ignorar por ejemplo lo que significó la televisión hace unas cuantas décadas), hay todavía ganancias sociales y culturales que la experiencia compartida de ver cine puede propiciar.
El cine como gran espectáculo, la magia de la sala oscura, las posibilidades de la proyección: no tendríamos que renunciar a eso. Ni al debate cara a cara que puede originar una película, tan estimulante.
En Cuba, ahora mismo, la crisis económica ha golpeado el circuito cinematográfico tradicional. Son menos los cines, hasta el punto de que hay poblaciones importantes que no cuentan con salas. El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) apuesta por rescatar muchas de las prácticas culturales asociadas a esta manifestación. Y para eso es preciso buscar alternativas. La gran campaña de este verano propone más de una treintena de ciclos temáticos, en una programación que llega a todas las provincias del país.
Bastante gente disfruta ahora de las películas sin salir de su cuarto, pero salir a ver cine sigue siendo una atractiva propuesta. Sería bueno que muchos (que tienen la opción) le encontraran su encanto.